PTS: anticatastrofismo y política democratizante

Las conclusiones políticas de la conferencia internacional del PTS


Entre el 10 y el 17 de agosto se celebró en Buenos Aires la Conferencia de la organización internacional que integra el PTS. Izquierda Diario resume en su sitio la caracterización de la situación mundial que presidió las deliberaciones de esta corriente.


 


“La crisis económica, la polarización política y social que se expresa a nivel internacional y la creciente deslegitimación de los partidos tradicionales -en particular en Europa y Estados Unidos- están gestando fenómenos políticos de todo tipo a nivel mundial. Estos elementos (crisis económica, política y social) son lo que nos permite definir que, en algunos países donde se combinan de manera más aguda, hay tendencias a la ‘crisis orgánica’, un concepto enunciado por Antonio Gramsci para explicar momentos o situaciones donde lo que prima no es el enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución, pero sí una ‘crisis de conjunto’, que va mucho más allá de lo coyuntural”.


 


Para el PTS y su corriente, la crisis capitalista mundial se reduce a una “crisis económica” y un aumento de la “polarización social”, afirmaciones que no trascienden los lugares comunes. El capitalismo, como es sabido, tiene históricamente un comportamiento “cíclico”, en el que se alternan fases de prosperidad y crisis. Si nos atenemos a eso, la actual crisis económica sería el preludio de un nuevo ciclo ascendente. La denuncia a la desigualdad social creciente, por su parte, se ha convertido en moneda corriente hasta en las filas de la burguesía, que pregona un ajuste, pero unido a una malla de contención social.


 


El tema va más allá que el enunciado de una serie de vulgaridades. La corriente internacional del PTS se reivindica “anticatastrofista” y denosta como dogmáticos a quienes sostenemos que estamos frente a una bancarrota que se inscribe en una etapa histórica de declinación del capitalismo, y que identificamos a la crisis actual como etapas de una tendencia al colapso de estas relaciones sociales.


 


La bancarrota capitalista en curso es el motor de crisis políticas nacionales e internacionales, y el caldo de cultivo para la creación de situaciones revolucionarias. Esto pone en el orden del día la cuestión del poder. Para el PTS y sus socios, en cambio, lo que prima no es “el enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución” -o sea, no hay una crisis de poder-, sino que todo queda reducido a una “deslegitimación de los partidos tradicionales”; o sea, una crisis de representación política. La superficialidad del enfoque engloba como “fenómenos de todo tipo” (sic) a tendencias políticas que deben ser caracterizadas. No se trata sólo de la izquierda democratizante, sino también de los fenómenos del nacionalismo imperialista o fascistizante, como expresión necesaria de las tendencias de la descomposición capitalista a la barbarie e incluso a la guerra.


 


Gramsci


 


Habiendo una literatura socialista tan abundante a disposición, el PTS recoge y privilegia las categorías de Gramsci, reivindicadas por un abanico muy amplio de corrientes de todo pelaje: autonomistas, democratizantes, reformistas y stalinistas. El concepto de “crisis orgánica” acuñado por Gramsci es levantado en oposición al “catastrofismo” con la excusa de que no se puede reducir la crisis a un factor económico. Pero, si no hay una tendencia al derrumbe de las relaciones de producción imperantes, la perspectiva revolucionaria se convierte en una aspiración moral o una utopía. Como otros, Gramsci subrayó la preeminencia de la superestructura política y del “sujeto” a partir del rechazo a la tendencia al colapso. Pero la subjetividad revolucionaria es la comprensión profunda de esas tendencias disolutorias, en términos de programa y de acción política.


 


“El colapso no significa que la Tierra deja de girar sobre su eje imaginario, sino que el capitalismo no puede funcionar sobre sus propias bases -cuando el Estado utiliza su monopolio del poder para operar un rescate del régimen social afectado a ese extremo. La intervención despótica del Estado politiza la bancarrota capitalista que, de este modo, se transforma en un asunto de poder para todas las clases sociales, incluida la burguesía” (Jorge Altamira, introducción a No fue un martes negro más, septiembre de 2010). En la Unión Europea se discutió un año atrás la separación de Grecia de la zona euro -o sea un principio de disolución de la Unión Europea. Esta tendencia ha pegado un salto con el Brexit. Como lo hemos puesto de relieve en la reciente Conferencia Latinoamericana, asistimos al colapso del principal emprendimiento contrarrevolucionario de la posguerra, que ha tenido en su momento un papel determinante en la disolución de la URSS. La bancarrota capitalista le ha terminado deparando el mismo destino al enterrador del ex espacio soviético.


 


“Crisis orgánica” vs. bancarrota capitalista


 


La Conferencia internacional, de todos modos, ni siquiera habla de un fenómeno de alcance general. La “crisis orgánica” queda confinada exclusivamente a algunos países, con lo cual desaparece cualquier pretensión de análisis de conjunto. La economía mundial como categoría es reemplazada por la sumatoria de economías nacionales, que son abordadas como compartimentos estancos. La crisis orgánica es presentada como sinónimo de una crisis localizada y, a lo sumo, de una crisis crónica, que podría prolongarse indefinidamente en el tiempo, una suerte de (estancamiento secular) del capitalismo, considerado más sereno que el de un derrumbe.


 


La Conferencia internacional cataloga como “neorreformismo” a una serie de corrientes -es el caso de Podemos-, a quienes diferencia del tradicional reformismo, entre otras cosas, porque su base de apoyo provendría mayoritariamente de otras clases sociales, y no de la clase obrera. Estamos frente a una lavada de cara. Se exhibe como portavoces y vehículos de una reforma social a formaciones políticas contrarrevolucionarias. Al kirchnerismo, inclusive, se lo identifica como “reformista”. Bajo el mismo rótulo, aunque en este caso se destaca una cuota de adhesión mayor y reclutamiento en las filas de la clase obrera, se incluye al PT brasileño. Esta caracterización es funcional a la política de acercamiento y confluencia que esta corriente ha llevado adelante con el nacionalismo burgués, con el pretexto de la apertura de un campo popular de lucha común contra la derecha.


 


Un mes antes de que tenga lugar este evento, sesionó en Montevideo la Conferencia Latinoamericana del movimiento obrero y la izquierda convocada por el Partido de los Trabajadores del Uruguay y el Partido Obrero. Las conclusiones políticas, que están plasmadas en las tesis que aprobamos, apuntan en otra dirección. Destacan la centralidad de la bancarrota capitalista y exponen sus consecuencias en el mundo y en especial en América Latina, cuyas estructuras económicas, sociales y políticas se han visto sacudidas en sus cimientos, lo que está en la base del derrumbe de los regímenes nacionalistas y centroizquierdistas de la región. A partir de esta caracterización, surgen los grandes desafíos que tiene planteada la izquierda revolucionaria, que debe pugnar para que la clase obrera conquiste su independencia política y se transforme en alternativa de poder. Una delimitación implacable con el nacionalismo burgués y los partidos patronales.