¿Puede reconstruirse la URSS?

El 17 de marzo, los comunistas rusos hicieron votar una ley que anula el tratado que disolvió a la Unión Soviética y dio nacimiento a la CEI (Comunidad de Estados Independientes). Este voto ha restablecido la existencia legal de un Estado que no existe en los hechos.


Aunque Yeltsin denunció a la ley como “escandalosa” y “sin valor jurídico”, y hasta cerró militarmente durante dos días el parlamento, estableció con Bielorrusia una unión aduanera y luego ambas firmaron otros acuerdos de integración con Kazajstán y Kirguistán (repúblicas con fuertes minorías rusas). Además, Rusia tiene desplegadas tropas en la mayoría de las repúblicas ‘independientes’. Finalmente, en forma sorpresiva, Yeltsin acaba de autorizar que vuelva a izarse la bandera roja de la URSS —junto a la rusa— en las celebraciones del aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, con el argumento de que “la bandera roja es un símbolo de patriotismo, de continuidad histórica nacional y de unidad entre las generaciones” (Ambito Financiero, 16/4).


¿Es posible que se reconstruya la difunta URSS?


Ciertos comentaristas interpretan estos pasos de Yeltsin como ‘electorales’, destinados a ‘robarle votos al PC’ en vista de la muy alta popularidad que tiene el planteo de la reconstrucción de la URSS. Sin embargo, en las movidas de Yeltsin hay mucho más que oportunismo; existe la pretensión de apropiarse de los recursos, fábricas y yacimientos de las restantes repúblicas. Es a esto que algunos llaman la ‘reconstrucción del espacio soviético’. La Comunidad de Estados Independientes —que fue un recurso de emergencia para hacer frente al hundimiento de la URSS— ya ponía en claro que la burocracia rusa se negaba a abandonar el tutelaje sobre las demás repúblicas. Esto deja claro que no existe la menor posibilidad de restablecer a la URSS como Estado Obrero por otra vía que no sea una nueva revolución proletaria.


En un análisis formulado en Prensa Obrera hace cinco años se señalaba precisamente esto: “detrás de las maniobras de Yeltsin, a veces amenazantes, a veces conciliadoras, simplemente se oculta el intento de suplantar la URSS por el imperio que en vano añoró la burguesía liberal rusa superada por la revolución socialista de 1917” (Prensa Obrera nº 348, 19/12/91).


Pero esta tendencia choca con las limitaciones que tiene la burocracia para convertirse de conjunto en clase capitalista. Yeltsin, por ejemplo, se vio obligado a rechazar el planteo bielorruso de llegar a una “unión monetaria”, porque ello hubiera significado una carga intolerable para el Tesoro ruso. Otra limitación decisiva es el propio imperialismo, el cual sólo admitiría una reunión política de las ex-repúblicas soviéticas, si antes pudiera hacerse del control colonial de Rusia.


Ninguna fracción política de la burocracia quiere restablecer la URSS, no importa lo que digan. Lo que sí pretenden es cancelar toda posibilidad de real independencia política de las repúblicas, como lo demuestra el genocidio checheno, por lo que ello tiene de amenaza a su propia dominación política. Por la vía de las privatizaciones convierte, además, a todo el ex ‘espacio soviético’ en colonia del imperialismo.