Internacionales
9/2/2022
¿Qué es y a qué apunta la nueva Ruta de la Seda?
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La nueva ruta de la seda a la que Argentina se adhirió durante el viaje de Alberto Fernández a Beijing surgió en 2013, como un proyecto pensado para el desarrollo de obras de infraestructura (rutas, trenes, puentes, puertos, etc.) que conectaran al gigante asiático, sobre todo, con otros países de la región. Con el paso de los años, sin embargo, se extendió al mundo entero, incluyendo la realización de otro tipo de obras, como centrales energéticas.
Al día de hoy, son 145 países los que integran esta ruta cuyo nombre rememora la vía que conectara a Europa y China en las épocas de las dinastías Han y Tang. Su desarrollo se concentra en Africa, Asia, Europa del Este y América Latina. Pero también ha logrado incursionar en el corazón del viejo continente, al sumar a Italia en 2019.
Esta nueva ruta de la seda ha asumido una importancia adicional para China, a la luz de la guerra comercial con Estados Unidos. El proyecto le permite diversificar sus vínculos económicos y aumentar su influencia política a nivel global, a través del desembolso de fuertes inversiones.
Del otro lado del mundo, un alarmado Joe Biden anunció el año pasado su propia ruta de la seda, llamada -con característica desvergüenza- “Construyamos un mundo mejor” (Build Back Better, o B3W), en colaboración con “las principales democracias del mundo” (sic). Por ahora, es solo un anuncio. Pero muestra la preocupación y dificultad de Washington para contener el avance del proyecto chino, que ya suma veinte países de su propio “patio trasero” latinoamericano (entre ellos, Chile y Uruguay).
La nueva ruta de la seda sirve a China para abastecerse con mayor facilidad de insumos, pero también para colocar sus productos en el extranjero. Al mismo tiempo, le es útil para impulsar su propia tecnología (5G). Y, de conjunto, como ya dijimos, para ampliar su influencia global.
Como máquina aspiradora de materias primas, Beijing tiende a reforzar con esta iniciativa la primarización de muchas economías. A su vez, el financiamiento chino genera fuertes lazos de dependencia, tal como ocurre con el FMI. El caso más gráfico es el de Sri Lanka, que ante la dificultad de devolver 8 mil millones de dólares en préstamos para obras de infraestructura, terminó entregando el puerto de Hambatota por 99 años a manos chinas, para cancelar su deuda.
Aun sin ser China un país imperialista, dado que se encuentra en un proceso de restauración del capitalismo, la nueva ruta de la seda genera relaciones de dependencia y subordinación para los países atrasados. En tal sentido, no es una salida superadora del vínculo colonial con el imperialismo yanqui.
Las tareas del desarrollo nacional no se resuelven diversificando la dependencia entre las distintas potencias, o pivotando entre ellas, sino encarando una agenda de transformación productiva que parta de la nacionalización de la banca y los recursos estratégicos de la economía. Como tarea, solo puede ser encarada por la clase trabajadora.
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