“Que se vayan todos”: la rebelión libanesa contra el régimen sectario

La renuncia del Primer Ministro, tras dos semanas de protestas, no detiene la crisis.
 

A 8 meses de desatada la insurrección en Argelia que le dio origen, la nueva Primavera Árabe sigue dando flores.


En paralelo con las aguerridas y multitudinarias protestas que se desarrollan en Irak, el pueblo de Líbano viene protagonizando en las últimas semanas un levantamiento que acaba de imponer la renuncia del Primer Ministro Saad Harir. 


Los analistas coinciden en caracterizarlo de histórico, y no solo por el hecho de que para jornadas como la del domingo 20 se estimaban más de 3 millones de manifestantes en todo el país (2 de ellos en la capital Beirut y el resto en Trípoli, Nabatiyeh, Tiro, Zouk, Sida, Baalbeck y más). Sucede que la rebelión, que se disparó el 17 de octubre ante el intento de establecer un impuesto a las llamadas de voz por Whatsapp y no cejó cuando fue retirada la medida, tiene un alcance inusitado desde todo punto de vista.


Los manifestantes cuestionan el presupuesto de austeridad aprobado por el Parlamento en julio –que, además del gravamen a las llamadas, preveía otros sobre combustibles, trigo, tabaco y demás-, y con él al plan de ajuste y privatización acordado el año pasado con el FMI, el CEDRE y el Banco Mundial a cambio de un préstamo que amplió la deuda pública a un pavoroso 150% del PBI. De conjunto, se rebelan ante el creciente deterioro de las condiciones de vida, en un país donde “más de un cuarto de la población es pobre y el desempleo es del 6,2% (…) el 1% más rico acapara el 25% de los ingresos, mientras que el 50% de los más pobres perciben poco más del 10%” y están colapsadas las rutas, el transporte público y el suministro de agua y electricidad, al punto de que la falta de esta última “puede llegar a 12 horas diarias en algunas regiones” (Clarín, 30/10), obligando en muchos casos a acceder a la misma a través de mafias ligadas a los partidos de gobierno.


Más profundo aún, las protestas aparecen como un cuestionamiento de todo el régimen político sectario parido por el imperialismo francés, cuyos orígenes se remontan a 1926 y su actual forma a 1990 (fin de la guerra civil iniciada en 1975, con el fogoneo de las potencias imperialistas). Este establece el reparto de los principales cargos del Ejecutivo entre los partidos de base sunita (que cuentan con el cargo de Primer Ministro, donde estaba el depuesto Harir), chíita (en la presidencia del Parlamento, donde se ubica la coalición de Hezbollah con Amal) y católica (en la presidencia, actualmente ocupada por Michel Aoun). Y, en sintonía con ello, el generalizado manejo clientelar de los recursos del Estado, “desde los puestos de trabajo público a las becas escolares o los préstamos bancarios” (ídem). 


Todos movilizados, para que se vayan todos


La composición de las protestas muestra este alcance revolucionario. En ocasión de las revueltas de 2005 contra la ocupación siria, los partidos sectarios habían logrado mantener sus posiciones y mantener a las masas bajo su redil divisionista, y solo aparecían algunos cuestionamientos a esos líderes en los sectores no chiítas. Ahora las masas están unificadas sin distinción de culto, y cuestionan al conjunto de los dirigentes: los manifestantes han salido a la calle a reclamar “Que se vayan todos” y enfatizar que “todos quiere decir todos” (ídem). Las protestas actuales son mucho más grandes que las que se desataron en 2015, detonadas por la parálisis en la recolección de servicios: “tienen lugar en todo Líbano y no solo en Beirut (…) incluso en regiones donde tales acciones públicas se consideraban imposibles, particularmente en el sur, donde la gente de la comunidad chíita denuncia públicamente a los líderes chíitas, incluyendo a [Hasan] Nasrallah”, el líder de Hezbollah (Al Jazeera, 20/10).


En comparación con tales ebulliciones y con la de 2011, al calor de la Primavera Árabe, en la actual es mucho mayor el protagonismo de la clase obrera, con la realización de huelgas en diversos sectores y un fuerte reclamo de huelga general. Se abre una perspectiva para darle nuevos aires al movimiento obrero, debilitado por el avance en las últimas décadas de los sectarios en la Confederación General de Trabajadores Libaneses. También se destaca la movilización de la juventud y del movimiento de mujeres.


EEUU y Hezbollah


El alzamiento popular ha encendido las alarmas del imperialismo yanqui, al cual estaba ligado Hariri. Pero también de Hezbollah, al cual Trump y sus cómplices (incluido Macri) consideran una organización terrorista. Nasrallah denostó las manifestaciones acusándolas de estar financiadas por grupos extranjeros y hasta movilizó contra ellas a sectores que le responden–haciendo su aporte a la represión estatal, que se cobró 6 muertos y cientos de heridos y arrestados-, al tiempo que rechazaba la renuncia de Hariri. Con esta consumada, reclama ahora la formación urgente de un nuevo gobierno, extorsionando con la parálisis de la economía y con que la alternativa es una nueva guerra civil.


Las vueltas de las cosas: también apura por la formación de un nuevo gobierno el Ejecutivo yanqui. Trump, por lo pronto, respondió a la renuncia de Hariri suspendiendo una ayuda militar a Líbano por 105 millones de dólares, en lo que podría ser otro de sus riesgosos planes para Medio Oriente, ya que fuentes oficiales advierten que Rusia podría ofrecerse a compensar esa falta, “acercando políticamente al gobierno libanés al Kremlin” (The Hill, 30/10). También las protestas de Irak –salvajemente reprimidas- sufren los ataques de Estados Unidos y del campo iraní.


Impasse del régimen y perspectivas


El análisis de los posibles escenarios tras la renuncia de Hariri realizado por un columnista estadounidense en Al Jazeera (30/10) retrata una verdadera crisis política. Barajando la vuelta o no de Hariri, la expulsión de una parte o de la totalidad del gabinete, la conformación de gobiernos de tecnócratas ya sea mandados por Hariri o por Hezbollah y sus aliados, el analista le encuentra a todas las opciones flancos explosivos, y caracteriza que la opción más probable sea el arribo a una vía muerta, con el actual gabinete operando como un gobierno provisional y la oligarquía política jugando su mejor carta a que una ampliación indefinida de la paralización económica y política lleve a los manifestantes a desistir. “La renuncia de Hariri, lejos de resolver la crisis, ha empujado al país aún más a la agitación política”, concluye.


Por la unidad de las reivindicaciones elementales de las masas con el rechazo integral al régimen político sectario, por la presencia destacada de la población trabajadora y por su coexistencia con otros levantamientos populares en la zona, en Líbano se ha configurado una situación revolucionaria. Se plantea poner en pie organismos de los explotados en lucha y continuarla hasta que se vayan todos, por una Asamblea Constituyente y soberana que reorganice el país sobre nuevas bases sociales y económicas, por la expulsión del imperialismo de Medio Oriente y por la unidad socialista de todos sus pueblos.