Internacionales
26/11/2019
Quema de bancos y piquetes en las protestas de Irán
Una nueva rebelión en Medio Oriente
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El anuncio oficial de un aumento en los combustibles se transformó en el detonante de una nueva ola de protestas en Irán. Los manifestantes incendiaron decenas de bancos y desarrollaron piquetes y abandono de automóviles en medio de las autopistas como modalidad de protesta. Las movilizaciones empezaron en las zonas más pobres del interior y se contagiaron a las principales ciudades.
Las fuerzas represivas dispararon a quemarropa contra los manifestantes. Amnistía Internacional reporta 106 muertos en 21 ciudades y cerca de mil detenidos. Por su ferocidad, la represión recuerda la de la vecina Irak, donde las protestas contra el régimen que estallaron en octubre han dejado ya más de 300 muertos.
La nueva revuelta se encuentra precedida por el levantamiento de comienzos de 2018, las protestas de junio y una serie de huelgas de camioneros, docentes y obreros azucareros. Y es un nuevo eslabón de un proceso de levantamientos regionales que incluye también a Argelia, Sudán, Líbano, e Irak. A su vez, una serie de protestas han desafiado a la dictadura de Al-Sisi en Egipto.
El aumento en los combustibles consiste en un recorte de subsidios que lleva el precio de la gasolina de 10 a 15 mil riales (de 7,5 a 11 centavos de euro) por litro. A partir del litro número 60, el aumento trepa a los 30 mil riales. Si bien el sector está fuertemente subsidiado (la factura equivale a 69 mil millones de dólares anuales, según informa El País, 20/11), la población teme que el aumento eche leña al fuego de una inflación que está en el orden de un 40% interanual.
La economía iraní se ha visto fuertemente afectada por la reintroducción de las sanciones económicas norteamericanas, tras la salida unilateral por parte de Trump de los acuerdos de Viena (que habían depuesto esas sanciones a cambio de un abandono del programa nuclear). Las exportaciones de petróleo, principal actividad económica, se redujeron un 80% desde entonces. Las sanciones instrumentadas por Estados Unidos contra los bancos que hagan transacciones con la república islámica han llevado además a dificultades para importar productos básicos y medicinas. El PBI se contraerá un 9% este año. Si bien la Unión Europea no se retiró de los acuerdos de Viena, también desenvuelve una línea de presión para que Irán detenga el desarrollo de su programa nuclear, retomado tras las represalias yanquis.
En este contexto, el gobierno iraní –que organizó contramanifestaciones este domingo- atribuyó la revuelta a una conspiración extranjera. Pero no se trata de una conspiración sino de una respuesta de masas al deterioro de las condiciones de vida que es común a la región. El empobrecimiento de la población iraní, que contrasta con la opulencia de sus grupos dominantes (la Guardia Revolucionaria domina la industria y el comercio), ha acentuado el malestar con el régimen teocrático. Por eso, en las marchas se han incendiado retratos del ayatollah y del presidente. Contra este régimen despótico se ha revigorizado también la lucha de las mujeres. La joven Sahar Khodayari se transformó en un ícono luego de inmolarse ante la amenaza de ir a la cárcel por colarse en un estadio, en Teherán, para asistir a un partido de fútbol. La conmoción resultante hizo que el régimen debiera echar lastre y permitir –aunque con cupos- la asistencia de mujeres a los estadios.
El gobierno también ha dicho que el ahorro en los subsidios será redirigido a la ayuda social, lo que no merece el menor crédito de la población movilizada.
La revuelta de Irán, como antes la del Líbano, donde Hezbollah forma parte del gobierno, muestra que el proceso de levantamientos en curso no exime a las fuerzas del nacionalismo islámico. Y muestra también que estas no son menos brutales que las otras cuando se enfrentan a la movilización popular.
En una región devastada por la guerra y las provocaciones imperialistas (recordemos las recientes escaramuzas navales en el Golfo), así como por el desangramiento sectario, los levantamientos populares en curso, que unen a la población explotada sin distinción de credos, son la punta del ovillo para avanzar en una reorganización social del Medio Oriente sobre otras bases sociales.