Quiebras de bancos e industrias

En la edición de Prensa Obrera de hace dos semanas se advertía sobre la inminencia de un crack financiero mundial, que se ha vuelto a poner en evidencia en la caída de la Bolsa de Nueva York. El viernes 8, en un solo día, los valores que se cotizan en Wall Street cayeron en un 3%, una pérdida de 350.000 millones de dólares, que arrastró tras de sí a las bolsas de todo el mundo.


La caída fue endilgada al crecimiento “más rápido del esperado” de la economía norteamericana y a la reducción de la tasa de desempleo (Clarín, 8 y 10/3). Estas afirmaciones, sin embargo, se contradicen con una serie de importantes indicadores: en enero, y por novena vez en los últimos doce meses, volvió a caer el índice de los principales indicadores económicos (The Wall Street Journal, 8/3); las ventas minoristas están en baja, como lo revela el hecho de que “esta navidad fue la peor de los últimos treinta años” (Ambito Financiero, 26/12); el pulpo Wal Mart –la mayor cadena minorista norteamericana– registró pérdidas en el cuarto trimestre del año pasado … después de 99 trimestres continuados de beneficios (The Wall Street Journal, 8/3). Otro hecho que contradice la tesis que mayoritariamente registró la prensa, es el estado “desfalleciente” de un mercado tan importante como es el de la computación (Financial Times, 2/3).


El crack en ciernes –caracterizábamos hace dos semanas– tiene como marco general la creciente tendencia a la quiebra de importantes pulpos bancarios e industriales. Esta tendencia está mostrando que la acumulación capitalista se desarrolla en un marco de declinación económica prolongada. La bancarrota mexicana, que fue enfrentada mediante un socorro de 50.000 millones de dólares, demuestra que la crisis arrastra a los propios Estados.


La crisis bursátil,  en resumen, se limita a reflejar un proceso de bancarrota de conjunto de la economía capitalista. Para hacerle frente, el imperialismo mundial deberá ir mucho más allá de los ‘remedios monetarios’: será necesaria la conquista de nuevos mercados, especialmente en China, Rusia y los países atrasados, mediante medidas políticas e, incluso, militares.


Guerra informática y Japón


Entre los mayores pulpos de la informática acaba de desatarse una ‘guerra de precios’. La comenzó Compaq –el mayor productor mundial de PCs y utilitarios para redes– como consecuencia de que sus ventas en el mercado norteamericano fueron en febrero “muy inferiores a las esperadas” (Financial Times, 2/3). “Todavía es demasiado temprano –dice Financial Times (2/3)– para decir que el mercado de las computadoras personales está en graves problemas. Pero las evidencias se acumulan”.


La ‘guerra de precios’ reducirá los beneficios de todos los participantes en el negocio, y los de sus proveedores, en particular, los fabricantes de semiconductores. Esta perspectiva puso fin a la suba de las ‘acciones tecnológicas’, una de las bases del derrumbe de Wall Street (Financial Times, 4/3). Al día siguiente del anuncio de la reducción de sus precios, las acciones de la Compaq ¡cayeron un 17%!


Los ‘problemas se acumulan’:  las norteamericanas Apple y AST Research y las europeas Bull, Olivetti, ICL y Escom, acaban de registrar pérdidas algunas de ellas como la alemana Escom, “mucho mayores que las esperadas” (ídem). A las ventas “desfallecientes” en Estados Unidos hay que agregarle la “depresión” del mercado alemán de PCs. La AT&T norteamericana anunció recientemente que despedirá a 40.000 empleados en los próximos tres años, como consecuencia de las pérdidas que le provocó su copamiento de la informática NCR (International Herald Tribune, 3/1).


La ‘guerra de precios’ preanuncia una ola de quiebras de alcance mundial: “Los pequeños fabricantes aperecen vulnerables. En particular, los fabricantes regionales tales como Escom” (Financial Times, 4/3). En la ‘guerra’ abierta, la industria informática europea parece ser la primera víctima.


A fines de 1995, la crisis financiera desatada en Japón, por el hundimiento de la especulación inmobiliaria parecía superada. Pero la reciente quiebra de la Equion, una de las mayores instituciones financieras no bancarias del Japón, hundió todas esas ilusiones. Como los bancos comerciales otorgaron préstamos a los especuladores inmobiliarios por más de 200.000 millones de dólares, ha crecido el temor a una “reacción en cadena” que arrastre a los grandes bancos.


El ocaso de la industria naval europea


En estos días, Alemania asiste al hundimiento de uno de sus mayores pulpos industriales: los astilleros Bremen-Vulkan, su mayor constructor naval. Con 23.000 obreros, y talleres en toda la costa del Báltico, Bremen-Vulkan acaba de entrar en convocatoria de acreedores, después de declarar pérdidas por 700 millones de dólares y acumular una deuda bancaria –impagable– de otros 1.000 millones. Bremen-Vulkan fue a la quiebra después de dilapidar subsidios oficiales y créditos garantizados por el gobierno por varios cientos de millones de dólares.


También quebró Burmeister & Wain, el mayor y más antiguo astillero dinamarqués; el gobierno griego anunció la privatización de los astilleros oficiales, y los Astilleros Españoles –estatales– enfrentan una “difícil reestructuración” (Financial Times, 22/2), después de acumular deudas por más de 3.000 millones de dólares. También “los astilleros suecos están arruinados” (Le Monde, 21/2). Entre 1982 y 1994, la producción naviera mundial permaneció virtualmente estancada ¡pero la participación europea en el mercado mundial cayó del 40 al 20%! Su capacidad de producción se redujo –mediante quiebras y fusiones sistemáticas– de 8,5 a 3 millones de toneladas anuales, ¡una caída del 65%! El personal empleado cayó de 460.000 trabajadores a menos de 120.000 (ídem).


El retroceso es todavía más agudo si se toma en cuenta que la industria naval europea recibió, en todos estos años, “demasiado dinero de impuestos para financiar la capacidad de sobreproducción durante demasiado tiempo” (Financial Times, 20/2). Pero, como declara un constructor naval,  “sin el apoyo gubernamental la industria habría sido devastada” (ídem).


Derrumbe armamentista


El gobierno francés acaba de anunciar la privatización del pulpo electrónico Thomson y la fusión de las aeronáuticas Dassault y Aerospatiale para –dice– formar alrededor de ellas “una base tecnológica e industrial de la defensa” (Le Monde, 23/2). Se trata de una denominación pomposa para referirse a la quiebra de los grandes pulpos –privados y estatales– del armamento en Francia: Dassault (privada) trabaja a pérdida desde hace varios años; las compañías estatales de armamento “carecen de presupuesto para financiar sus proyectos” (Le Monde, 20/2). Lo que está en juego –señala Le Monde (20/2)– es nada menos que “la supervivencia de la industria francesa de armas … (que) sufre la competencia norteamericana, la reducción de presupuesto y la caída de sus exportaciones”. En apenas cinco años, las exportaciones francesas de armas cayeron en un 60% (ídem).


Para Francia, se trata de una catástrofe industrial enorme: es el segundo exportador mundial de armas, después de los Estados Unidos. “Los anuncios del gobierno francés –dice el Financial Times, 22/2– son una medida de la crisis que atraviesa la industria europea de la defensa”. También la DASA alemana (subsidiaria de Daimler Benz y fabricante de los aviones de combate del ejército alemán) está reduciendo aceleradamente su capacidad de producción, después de sufrir pérdidas por más de 1.500 millones en 1995; la Fokker holandesa –adquirida hace pocos años por la DASA– quebró, y la British Aerospace se vio obligada, hace pocos años, a reducir a la mitad su capacidad de producción, además de vender varias subsidiarias. Sin embargo, como nada de esto alcanzó, se perfila “una reestructuración total de la industria europea de la defensa mediante fusiones y alianzas”, con miles de despidos.


La industria de armamentos europea –“fragmentaria y peligrosamente ineficiente” (Financial Times, 22/2)– no logra sostenerse sobre ‘bases nacionales’, pero tampoco parece que pueda lograrlo sobre ‘bases comunitarias’. Airbus –el consorcio europeo de fabricación de aviones– anunció que deberá “reducir las prestaciones y performances” de su proyectado avión de transporte militar ATF, como consecuencia de “problemas financieros” (Le Monde, 6/3). Francia “no tiene los medios” (ídem), y aunque los restantes seis países del consorcio –Alemania, Gran Bretaña, España, Italia, Bélgica y Turquía– parecen dispuestos a financiar el ATF, Le Monde sostiene que se trata, apenas, de “una declaración de intenciones”. Un fracaso en el plano militar –en el que compite con la Lockheed norteamericana– sería mortal para Airbus, después de los golpes sufridos a manos de la Boeing en el campo de la aviación civil.


Por el mismo ‘calvario’ de fusiones que ahora se prescribe para las armamentistas europeas ya pasaron, en los últimos años, las empresas norteamericanas: “tres de los cinco mayores grupos nacieron de fusiones realizadas después de 1994” (Le Monde, 20/2), que significaron el despido de medio millón de empleados,  más del 20% de los trabajadores de la industria.


Bancos franceses: “París es un coto de caza …”


Los dos mayores bancos de inversión de Francia –el Paribas y el Suez, que controlan decenas de bancos, compañías de inversiones y bursátiles– acaban de registrar “las peores pérdidas de su historia” (Financial Times, 1/3). Las razones: el derrumbe del mercado inmobiliario (que ya entró en su cuarto año), la recesión, el retroceso en los mercados internacionales y su participación en compañías en quiebra. Entre estas últimas, la del Eurotúnel es un ‘ejemplo’: en los últimos diez años sus acciones cayeron de 119 a 6,5 francos (¡un derrumbe del 95%!).


“Los problemas del Paribas son comunes a todos los bancos franceses” (ídem).Tanto lo son, que el propio presidente francés, Chirac, en gira por Asia, se vio obligado a reconocer que “la situación del sistema bancario (francés) es inquietante” (Le Monde, 1/3). Para los ‘standards’ internacionales, los beneficios de los bancos franceses son “miserables” (The Economist, 24/2). El rescate gubernamental del Credit Lyonnais ha resultado ser “más largo y penoso de lo previsto” (Le Monde, 1/3); la situación del Credit Foncier –considerado hace mucho como “una institución nacional”– provoca “pesadas incertidumbres” (Le Monde, 19/11) y la “Companie des Assurances Nationales se encuentra en tan mala situación que se verá obligada a vender el Credit Industriel y Commerciel” (The Economist, 24/2). No es de extrañar que las principales calificadoras de riesgo hayan degradado a los bancos franceses y pronostiquen que “la situación empeorará en 1996” (ídem).


Más que las cifras, la caracterización que formula Le Nouvel Observateur (22/2) es suficientemente gráfica: “no hay ejemplo reciente de un retroceso de tal magnitud de todo un sector a nivel mundial … París se convirtió en un coto de caza de las instituciones financieras de todo el mundo, especialmente norteamericanas … los bancos franceses quedan reducidos al papel de bancos provinciales a nivel mundial”.


Las aerolíneas europeas … vuelan a ninguna parte


“En 1994, las aerolíneas comerciales europeas, casi sin excepción, fueron salvadas de la quiebra” por monumentales subsidios estatales (Financial Times, 23/2). A pesar de esta gigantesca masa de dinero, poco más de un año después, “(las aerocomerciales) se encaminan nuevamente hacia complicaciones mayores” (ídem).


A la cabeza del pelotón se encuentra Alitalia, para la cual un auxilio estatal de 950 millones de dólares parece ser “la última oportunidad de evitar la quiebra” (ídem). La aerolínea italiana, sin embargo, no necesita sólo  dinero, sino además,  “la cooperación de los sindicatos para reducir el exceso de personal” (ídem).


“Más o menos como Alitalia –es decir, al borde de la quiebra– se encuentran Air France, Olympic (Grecia), TAP Air (Portugal) e Iberia” (ídem). Pese a haber recibido una ‘inyección de capital’ oficial –subsidio– de 700 millones de dólares y de haberse desprendido de parte de sus ‘activos latinoamericanos’, la aerolínea española sigue al borde de la quiebra.


Alemania, Francia, Bélgica: la recesión europea


A este cuadro de catástrofes sistemáticas de la industria europea, podría sumársele el de la industria automotriz: Daimler-Benz (el mayor fabricante europeo) registró pérdidas récord en 1995; las terminales alemanas amenazan con 100.000 despidos en los próximos cinco años (Gazeta Mercantil, 1/2); las “dificultades (de la francesa Renault) son más complejas que la simple coyuntura (porque) pierde plata en la rama automotriz” (Le Monde, 21/2); en Suecia, “cada vez son menores las esperanzas” (Financial Times, 23/2) de que la Volvo y la Saab puedan evitar su desaparición.


El retroceso europeo retrata la ruinosa competencia provocada por la desvalorización del yen –como consecuencia de las maniobras monetarias concertadas por los Estados Unidos y Japón– y la recesión que se ha instalado en los principales países.


En Alemania, la caída del gasto en construcción –3% respecto del año anterior– y el crecimiento del desempleo hasta alcanzar el récord desde la posguerra, indican sin lugar a dudas que “el país está en la recesión” (International Herald Tribune, 6/3). La propia cámara de la construcción pronostica que “en los próximos años, el 25% de las constructoras irá a la quiebra” (ídem).


También  Francia entró en la recesión, con una secuela impresionante de quiebras de pequeñas y medianas industrias. “A diferencia de los años 80 –donde también se registró una masiva quiebra de medianas y pequeñas empresas– no se trata de empresas viejas sino de empresas modernas y competitivas que no pueden resistir la competencia internacional (que provoca) la desaparición de sectores enteros: madera y muebles, textiles, juguetes, mecánica y óptica” (Le Monde, 19/2).


La caída de Bélgica en la recesión es indicativa de la tendencia económica del continente. Bélgica exporta a Europa las dos terceras partes de su producción; sus exportaciones se componen de materias primas y bienes semi-procesados, “productos que típicamente anticipan la baja del ciclo económico” (Financial Times, 5/3). El cierre de Europa a las exportaciones belgas “refleja una caída productiva más amplia en Europa –y sobre todo, en Alemania” (ídem).