Rebelión en las barbas de Trump


La caracterización que resumía la actualidad de América latina como un ocaso del “populismo” no ha resistido la prueba de los hechos. Enrique Peña Nieto, una suerte de Macri con spray, está pagando las consecuencias. México se encuentra en un estado de sublevación popular, cuando la lucha de los maestros de Oaxaca o la movilización por la masacre de Ayotzinapa siguen vivas en la conciencia de amplios sectores de las masas. Lo que se ha presentado como un gasolinazo es algo bastante más amplio, pues se extiende a aumentos del 30% promedio en la electricidad, el gas y numerosos servicios básicos -mientras la moneda sufre una desvalorización sin tregua. Peña Nieto ha decretado un tarifazo fenomenal cuando su mandato presidencial se extingue, de modo que no puede descargar responsabilidades en herencias recibidas.


 


El mazaso a los ingresos populares vino enseguida después de una “reforma fiscal” (a la Dujovne), que aligeró a las patronales del costo de supuestas “cargas laborales” y aumentó, para compensar, los impuestos al consumo. A esta mesa servida para la rebelión solamente le faltó la “desregulación” del mercado de los combustibles, que prometía una caída de los precios de las naftas como consecuencia, claro, de una mayor “competencia”. Lo que emergió, sin embargo, de la privatización de la estatal Pemex ha sido la cartelización de las tarifas de los combustibles -como lo han hecho CFK primero, y Macri después en Argentina. Toda una advertencia astral de principios de año para Dujovne, el sonriente Ratazzi y ni qué decir Macri -que lo miran desde el sur.


 


Peña Nieto supuso que alcanzaría con disimular el paquetazo en el arbolito de Navidad para pasar gato por liebre, nada menos que en México. El Estado de Veracruz es donde la resistencia al tarifazo es más intensa, como lo demostraría una huelga indefinida del transporte, como ocurre también en Michoacán, y otras parciales en numerosos sectores. También hay huelgas en Guerrero. Hay ataques a comercios, supermercados y estaciones de servicios, en los cuales participan los mismos policías que acuden a reprimir a los atacantes. Varios diarios, sin embargo, han identificado operaciones en la red que alientan con noticias falsas los saqueos, con la intención de debilitar las manifestaciones políticas que reclaman la renuncia de Peña Nieto -en especial en la capital.


 


La Ciudad de México es el epicentro de la movilización política, como ocurrió en Buenos Aires en 2001. La burocracia de los sindicatos mexicanos desalienta los llamados a la huelga y los piquetes de camioneros y la población. Varios voceros patronales entienden que la policía no tiene capacidad para contener el movimiento y reclama la intervención de las fuerzas armadas -previa declaración de un estado de sitio. El ingrediente que falta para preparar un helicóptero sería una quiebra en el PRI, el partido de gobierno, algo que en Argentina estuvo a cargo de Alfonsín y Duhalde (convocados por Techint), luego de que se fuera “Chacho” Alvarez. El “populista” en estos acontecimientos es Andrés Manuel López Obrador, del PRD, de centroizquierda, primero en las encuestas para las elecciones de principios de 2018. López Obrador denuncia al gobierno, como lo aconsejan los manuales, pero prefiere por sobre todo el cronograma electoral.


 


Una alternativa política que fuera encarnada por López Obrador pondría a las Fuerzas Armadas ante un dilema existencial: un golpe de Estado o una reconversión al populismo (contener la crisis sin el peligro de una guerra civil). México pone a prueba la teoría de la “crisis orgánica del capitalismo”, una crisis que incluiría una “crisis de poder”, pero que no transforma esa crisis en “una cuestión de poder”. Toda crisis de poder plantea, si es realmente tal, una cuestión de poder -de lo contrario, es una abstracción y una convocatoria, asimismo, a la neutralidad o a la pasividad. La debacle del plan económico de Peña Nieto y la respuesta de la rebelión popular ha abierto una nueva etapa en México, que es potencialmente revolucionaria.


 


La fuerte originalidad del proceso mexicano es que se desarrolla en las vísperas de la asunción de Donald Trump, que ha puesto a México en la mira de sus ataques. No ha tenido necesidad de prestar juramento para desatar una rebelión popular. La burguesía de Estados Unidos ya está tomando nota del peligro estratégico que representa Trump para ella misma -más allá de los roces de éste con los servicios de seguridad de su país y el fingido coqueteo con Putin. Es que en forma simultánea al gasolinazo, Trump obligó a Ford a levantar un proyecto de planta de armado en México (maquila), para el compacto Focus, y se cruzó con General Motors y Toyota por motivos similares, y prepara confrontaciones con Nissan y Honda.


 


El “modelo” mexicano, que funciona como apéndice de la cadena de producción de Estados Unidos, quedó amenazado de colapso a los ojos de todo el país. Trump ataca, en realidad, a los capitales de China y de Japón, que entran al mercado estadounidense por la vía de México, y seguramente pretende una renegociación del tratado de libre comercio de los tres países de Norteamérica para enfrentar esta rivalidad comercial. Como agente de los intereses petroleros (designó secretario de Estado al CEO de Exxon), Trump tiene el ojo puesto en la privatización de Pemex y es, por lo tanto, un responsable directo del gasolinazo. La presidencia inminente de Trump ha acelerado la crisis en México y, por lo tanto, en Estados Unidos.


 


Peña Nieto ha reaccionado en forma definida a esta crisis de tres bandas -su gobierno, las masas y Trump. Ha repuesto, ahora como ministro de Relaciones Exteriores, a Luis Videgaray, secretario de Hacienda hasta hace un par de meses, que tuvo que dejar su puesto por la responsabilidad que le cupo en invitar a Trump a México, durante la campaña electoral estadounidense, mientras éste insultaba a rienda suelta al pueblo mexicano y aseguraba que le iba a hacer pagar a México la construcción de un muro entre los dos países, mediante un impuesto a las remesas de los mexicanos residentes en Estados Unidos. La estadía de Trump acabó en un completo fiasco para Peña Nieto.


 


La reposición de Videgaray significa que el oficialismo ha decidido componer con Trump y someterse a sus exigencias. Es lo que seguramente había visualizado el Domingo Cavallo de Peña Nieto, el ex ministro de Economía Agustín Carstens, cuando decidió poner fin a sus servicios bajo muchos gobiernos previos. El nombramiento de un ministro de Trump en el gabinete mexicano equivale a una declaración de guerra al pueblo de México y ata a Trump al desenlace de la crisis mexicana. Con decenas de millones de mexicanos en Estados Unidos, Trump ha logrado incorporar a México a la crisis política que su presidencia representa para su país. Es un escenario inédito en la historia de América latina y el imperialismo yanqui.


 


Nos sumamos a la consigna de los trabajadores mexicanos: Fuera Peña Nieto, y planteamos una Asamblea Constituyente, que sea convocada por un comité de asambleas populares, sindicatos y comités de empresa combativos, las organizaciones campesinas y el movimiento estudiantil y de la mujer. Esa Asamblea Constituyente deberá aplicar de inmediato el programa de esas organizaciones, al mismo tiempo que desarma a las bandas paramilitares y militares, y arma a los trabajadores.