Reino Unido, entre marchas y contramarchas

El fin de semana pasado, grupos de extrema derecha -como Britain First- se movilizaron en Londres en respuesta a las masivas manifestaciones de repudio al racismo de los días previos, que incluyeron el derribo de estatuas de exponentes históricos del período colonialista. La movilización derechista, nutrida por barrabravas (“hooligans”), congregó cerca de 5 mil personas, muy por debajo de los decenas de miles que marcharon la semana previa para denunciar el “racismo institucional” en el país. Además, se produjeron choques callejeros entre los fachos y contramanifestantes de Stand Up To Racismo. Black Lives Matter, en tanto, había levantado su principal protesta para evitar esos enfrentamientos.


El primer ministro Boris Johnson condenó los incidentes protagonizados por los grupos de extrema derecha, que arrojaron botellas contra la policía en las inmediaciones del monumento a Churchill. Habló de “gamberrismo racista”. Pero estos grupos han sido cebados por su propia política: Johnson aludió a minorías que practican la violencia, por referencia al activismo que puso la mira en los símbolos colonialistas. Además, es el promotor del discurso chauvinista de recuperar la grandeza del Reino Unido, y selló un acuerdo político con Nigel Farage, del ultraderechista Partido del Brexit (ex Ukip), en las últimas elecciones.


Johnson ha anunciado la creación de una comisión para investigar el racismo institucional (en la educación, la justicia, etc.), pero dijo que esa comisión investigaría también los problemas de los “niños blancos hijos de la clase trabajadora”. De esta manera, aparece tratando de oponer a unos y otros, estimulando el racismo y la división de los oprimidos desde arriba.


El racismo es una realidad innegable en el Reino Unido. La población negra es el 3% de la población en Inglaterra y Gales, pero el 12% de los presos. Sufre nueve veces más las detenciones a manos de la policía. Y se concentra en los sectores más precarizados del movimiento obrero, incluyendo los trabajadores de la salud, donde las minorías expresan al 20% del personal. Por esto, también, padece más el Covid-19, que está haciendo estragos en el país (ya hay más de 40 mil muertos). Las protestas de estas semanas, que fueron motorizadas por la rebelión norteamericana, son protagonizadas por la juventud precarizada.


El Partido Laborista y las centrales sindicales no han acompañado las protestas. O directamente le han salido al cruce. Keir Starmer, el nuevo dirigente del partido, quien desplazó a Jeremy Corbyn en la última elección, consideró “completamente equivocado” la demolición de estatuas racistas. Sadiq Kahn, el alcalde de Londres, se expresó en un sentido similar.


Un escenario de crisis


El vigoroso reclamo antirracista tiene lugar en medio de una agudización de la crisis económica, que ha venido a potenciar el coronavirus. El Banco de Inglaterra estima que la contracción económica de este año puede llegar al 14% del PBI. El país podría sufrir la peor recesión de todos los tiempos. El desempleo se mantiene relativamente bajo, pero el Estado se ha hecho cargo del pago del 80% de los sueldos en las empresas afectadas por la pandemia. Frente a la crisis, el Banco de Inglaterra está apelando a la emisión masiva de dinero (más de 200 mil millones de libras) para auxiliar al Tesoro y está por colocar la tasa de interés en niveles negativos por primera vez en su historia. La deuda pública ha superado el 100% del PBI.


Las negociaciones por el Brexit se encuentran empantanadas. A fin de año vence el plazo para evitar una salida desordenada de la Unión Europea (el país ya se encuentra fuera de las instituciones comunitarias). Johnson ha rechazado pedir cualquier tipo de prórroga y exige definiciones para el mes próximo. Las partes negocian un acuerdo de libre comercio, que si no llega a buen puerto dará paso a que las relaciones se rijan por las normas de la Organización Mundial de Comercio (OMC).


En paralelo a las tensiones con la UE, el Reino Unido estudia un mayor acercamiento a los Estados Unidos, que acentuaría la subordinación al imperialismo yanqui. El debate de una ley de agricultura en el parlamento, que podría favorecer la importación de productos norteamericanos, ha despertado el resquemor del sector agrícola, que plantea que no podría competir. A su vez, advierte sobre el efecto negativo para las exportaciones al continente de una reintroducción de aranceles, en caso de que no haya acuerdo con la UE. Para el sector automotriz y financiero, la “salida desordenada” también presenta amenazas. El único consuelo que le cabe al Reino Unido es que la Unión Europea también se vería afectada por un divorcio de estas características.


El Brexit, asimismo, plantea la posibilidad de una separación de Escocia y una reactivación del conflicto en Irlanda del Norte.


Toda esta situación plantea un escenario general de decadencia del Reino Unido y un cuadro muy complicado para el gobierno de Johnson.


En la situación actual, está planteado que los sindicatos se sumen al proceso de movilizaciones antirracistas e incorporen las reivindicaciones del movimiento obrero frente a la pandemia y la crisis capitalista. En oposición a la Unión Europea imperialista y el callejón sin salida de la autarquía que propone Johnson, se plantea la lucha por la unidad socialista del Reino Unido, en el marco de la unidad socialista de Europa.