Rusia o la bancarrota del capitalismo mundial

Según el relato de la ‘historia oficial’, una mafia de ineptos oligarcas comunistas ha impedido el éxito del capitalismo en Rusia y la transformación de ésta en una nación próspera y democrática.


¿Pero por qué, entonces, los emprendedores capitalistas de la libre empresa la atiborraron de dólares, le armaron toda clase de esquemas especulativos e incluso proclamaron la victoria definitiva del capitalismo, como lo hizo hace sólo tres semanas el mayor gurú occidental en economía rusa, el sueco Anders Aslund? Al final, Rusia se hundió bajo el peso de una deuda financiera insoportable impuesta integralmente por los grandes capitales y sus gobiernos, tal como ocurriera con otras economías tan poco sovietizantes, como Indonesia, Corea, Malasia, Brasil, Hong Kong y, dentro de poco, Estados Unidos. La historia de las crisis financieras es harto reiterativa en demostrar que el papel principal lo han jugado siempre los acreedores.


Los bancos y los economistas de Occidente todavía no saben a cuánto asciende la deuda rusa. Según un reciente artículo del Financial Times (28/8), la deuda externa rusa excedería los 200.000 millones de dólares; de éstos, sólo 11 mil millones corresponderían a inversiones directas (incluidas las compras de acciones). Es decir que el 95% de los créditos a Rusia estuvieron destinados a especular con el déficit fiscal del gobierno, o sea, a especular con la bancarrota financiera de Rusia.


Otro dato para medir la política de saqueo capitalista lo ofrece The Wall Street Journal (27/8), que dice que el crédito del conjunto de los bancos norteamericanos a Rusia es de apenas 7.000 millones de dólares, pero que esta cifra “no tiene en cuenta los préstamos a los Fondos de Cobertura de Estados Unidos (que especulaban en Rusia, PO), en especial por parte de bancos como el Chase Manhattan, el Citicorp y el Bankers Trust, ni por los títulos (rusos, PO) de los bancos que éstos no tenían en su poder al momento de dar la información”. Estas “cartas enloquecidas”, dice el diario, explican el tamaño de las pérdidas sufridas por los bancos norteamericanos. Los créditos cruzados “superan lo que se ha informado directamente”.


Lo mismo ocurre con los préstamos de los bancos alemanes, que son de 40 y no de 30 mil millones de dólares como se dijo reiteradamente, pero que llega al doble (80 mil millones) cuando se incluyen los préstamos otorgados por entidades no bancarias (ídem). Nada de esto incluye los préstamos de los bancos rusos a su gobierno, financiados con préstamos extranjeros, ni los otorgados por los bancos rusos entre sí, también financiados con dinero del exterior, ni las operaciones fuera de balance como las compras de dólares, títulos o materias primas a plazo, para revenderlas a un precio superior. Si se suman todas las operaciones especulativas, que tenían por objeto último la capacidad de pago del gobierno ruso, se superan los 355.000 millones de dólares, citados porPrensa Obrera en reiteradas oportunidades. Es decir que el endeudamiento general en Rusia superaba holgadamente al producto bruto interno, pero con el agravante de que sólo el 40% de éste se intercambia con dinero. El monto de la deuda nacional contrasta con una circulación monetaria que, antes de la bancarrota, era de 20.000 millones de dólares, o sea el 5% de aquella deuda.


A la luz de esto se entiende mejor que el Credit Suisse reporte ahora una pérdida de 500 millones de dólares por sus operaciones rusas; que Soros se queje por una pérdida de dos mil millones de dólares y que el Deutsche Bank calcule que los tenedores extranjeros de bonos rusos en dólares y rublos puedan haber perdido unos 33 mil millones de dólares, que otros sin embargo estiran a 50 mil millones, sin contar aquí las pérdidas por contratos de compra-venta de dólares a plazos y operaciones de cobertura de esos contratos (Financial Times, 27/8). En Rusia no se ha caído la primitiva economía sovietizante que estigmatizan los charlatanes occidentales, sino la brutal especulación de la sofisticada economía occidental. Si se suman adecuadamente todas las pérdidas, los especuladores pueden haber perdido en la primitiva economía rusa nada menos que la mitad de lo que perdieron en la Bolsa de Nueva York (que tiene 11 billones de dólares de capital en acciones) el viernes 28, cuando ésta cayó un 7%.


La madre del borrego


¿Detrás de qué gran botín iban todos estos especuladores de máximo rango internacional?


Detrás del mayor botín de la historia económica mundial: las acciones del Estado ruso en el gigantesco mapa industrial que dejó la Unión Soviética. El gobierno restauracionista puso en manos de la oligarquía capitalista interna estos activos cuando en 1994 autorizó un programa de préstamos por acciones, que autorizaba a los acreedores del Estado a tomar posesión de esas acciones si el gobierno incumplía con el pago del capital o los intereses de la deuda pública. Uno de sus voceros explicó de este modo lo que quieren ahora los grandes capitalistas extranjeros: “Luego de la devaluación del rublo, los bancos rusos se han encontrado al borde del colapso. El gobierno deberá eventualmente intervenir para rescatarlos. Como parte del paquete de rescate, debe exigir que los bancos rematen su control accionario en sus compañías de recursos naturales al mejor postor —lo que hoy significa los inversores extranjeros. Otras medidas deberán incluir el remate de otras compañías mal administradas a quienes puedan hacerlas productivas —lo que también significa inversores extranjeros” (The Wall Street Journal, 25/8).


La disputa por la propiedad industrial rusa explica, según el ex viceministro ruso, Boris Nemtsov, la caída del gobierno. “Nemtsov, informa el Financial Times(26/8), dijo que los oligarcas habían persuadido a Boris Yeltsin a destituir al gobierno cuando se persuadieron de que el gobierno iba a declarar la bancarrota de algunos de sus bancos y compañías y permitir que los acreedores extranjeros se quedaran con sus activos”.


La crisis financiera no deja a Rusia otra salida que la entrega de la gran industria a la banca extranjera o declarar la cesación de pagos para salvar a sus propios capitalistas. Una refinanciación excepcionalmente favorable a Rusia de su deuda pública y de la externa, igualmente la obligaría a gastar una suma intolerable de su presupuesto, en momentos en que los salarios impagos totalizan el 35 por ciento del producto interno, o sea alrededor de 120.000 millones de dólares. Un rescate de los bancos rusos, por otro lado, obligaría a emitir dólares y a desatar una inflación que solamente podría ser manejada con controles de precios y una fuerte intervención administrativa. Si ya en la época de la burocracia rusa esto era imposible, ahora sólo servirá para ahondar el caos. El primer ministro designado, Chernomyrdin, pretende que un gabinete paralelo de oligarcas quede a cargo del nuevo modelo administrativo, lo que en el fondo no sería más que darle a este grupo la libertad para rematar consensuadamente el patrimonio industrial ruso al capital extranjero.


 


La desintegración de Rusia


Así como las revoluciones china y cubana significaron la conquista de la independencia nacional por la vía de la expropiación del capital, la Revolución de Octubre significó la resolución de la gigantesca cuestión nacional rusa, esto mediante la autodeterminación nacional y la reunificación libre en la Unión de Repúblicas Soviéticas. La revolución socialista sirvió para darle una salida histórica al país, lo cual hubiera sido imposible, como ya lo era en ese momento, bajo el capitalismo. Hoy Rusia se ve enfrentada a la desintegración nacional, porque las fuerzas económicas se disparan bajo la acción de nuevos factores gravitantes. Las regiones de Rusia se han ido convirtiendo en estados autónomos, con la restricción de que el centro moscovita monopolizaba la mediación con el capital internacional.


En el campo imperialista surgen voces para que una nueva negociación económica incluya asuntos como el control del armamento nuclear y el cese de las pretensiones rusas para controlar la explotación del petróleo en el mar Caspio. Existe una tendencia creciente en el imperialismo a negociar por separado, no ya con las ex repúblicas soviéticas sino con las regiones autónomas rusas. Para respaldar una nueva moneda rusa se está exigiendo el hipotecamiento de la exportación de oro y de diamantes, rubros en los que Rusia está entre los primeros. El anticipo de la desintegración de Rusia lo ofrece Yugoslavia. Rusia también tiene sus repúblicas autónomas, diferentes naciones y etnias y una enorme variedad de lenguas.


En la prensa imperialista se discute abiertamente la necesidad de promover un nuevo personal político al gobierno de Rusia, lo que en cierto modo significa que se empieza a pensar en un golpe de estado. Un columnista norteamericano acaba de presentar al general Lebed como un personaje que podría contrarrestar, debido a su tradición nacionalista, lo que llama las tendencias anti-occidentales en Rusia (International Herald Tribune, 29/8).


Lo que está claro es que el régimen de la oligarquía restauracionista ha llegado a su fin con la bancarrota de sus bancos y el choque abierto con la banca occidental con motivo del congelamiento de la deuda pública y externa. Las alternativas fundamentales son: una restauración capitalista bajo comando extranjero y un gobierno cipayo, o una nueva revolución socialista, lo que exige una maduración excepcionalmente rápida de la clase obrera. El socio de Cavallo, Steve Hanke, acaba de declarar que la situación rusa es revolucionaria, sin embargo, para resolverse positivamente es necesario un movimiento dirigido por el proletariado. La evolución de la crisis internacional influirá ciertamente y hasta decisivamente en el desenlace. Pero en ausencia de una revolución socialista, Rusia puede sufrir una desintegración nacional. Una desintegración rusa llevaría a una crisis mundial sin precedentes, ya que desataría un enfrentamiento capitalista mayor por el reparto de los despojos rusos.