Internacionales
29/12/1994|435
Rusia: Se dividen el gobierno y el ejército
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Si como dicen el gobierno ruso, la Onu y el conjunto de las grandes potencias, la república de Chechenia pertenece legalmente al Estado moscovita, los masivos bombardeos de éste contra la población chechena y contra su capital significan que la burocracia restauracionista de Yeltsin no ha vacilado en emprender una masacre contra sus propios ciudadanos. Según coinciden todos los periódicos, los muertos se cuentan por miles, como consecuencia de una invasión que a medida que revela sus contradicciones se hace más indiscriminada.
Los chechenos no son étnicamente rusos o eslavos sino caucásicos y turcomanos, y fueron integrados al viejo imperio zarista por la fuerza de las armas. Sus reclamos a una independencia nacional son completamente legítimos, más si se tiene en cuenta que van dirigidos contra un Estado que está entregando su patrimonio a la rapiña del imperialismo. La revolución de octubre de 1917 reconoció el derecho de Chechenia a la autodeterminación nacional, como consecuencia de la cual se convirtió en una república autónoma.
Bajo el stalinismo sus derechos nacionales fueron desconocidos e incluso en 1944 Stalin deportó en masa a sus habitantes a Siberia.
Chechenia no conquistó su independencia, hace tres años, por medio de procedimientos democráticos, sino por decisión de una dictadura dirigida por un ex general del ejército soviético. La decisión de desconocer esta independencia luego de tanto tiempo no está relacionada, entonces, con la cuestión de los procedimientos. Tiene que ver con un problema que amenaza con provocar un guerra en todo el Cáucaso (Azerbaidján, Georgia, Armenia) —es decir, con el petróleo. El gobierno ruso firmó un acuerdo con los principales pulpos capitalistas, principalmente British Petroleum y Esso, para explotar el oro negro de Azerbaidján, el cual ha abierto un conflicto internacional con relación al trazado del oleoducto que debe transportarlo. En tanto que Yeltsin pretende que pase por territorio ruso, las compañías petroleras y sus gobiernos quieren construirlo a través de territorio turco. El conflicto ya ha llevado al gobierno de Yeltsin a intentar el derrocamiento del gobierno de Azerbaidján, el cual apoya el trazado por Turquía. Según los mejores analistas internacionales, esta divergencia explica los enfrentamientos recientes entre Estados Unidos y Rusia en diversos foros diplomáticos. El impasse petrolero amenaza ciertamente con crear una crisis internacional, ya que provocaría un cierre del crédito extranjero para Rusia. Chechenia tiene que ver con esto porque es el territorio por donde pasaría el oleoducto de acuerdo al proyecto ruso.
La evidencia de que este asunto es la clave de toda la crisis está confirmada por el hecho de que el principal impulsor de la guerra es el jefe de la guardia oficial de Yeltsin, que cuenta con miles de soldados y armamento sofisticado, además de un control absoluto de departamentos fundamentales de la KGB. Se trata del mayor-general Alexandre Koijakov, el cual se ha anotado en un conflicto petrolero más general al imponer el mantenimiento de las cuotas de exportación del petróleo ruso, en oposición a una exigencia oficial de liberación de las exportaciones efectuada por el Banco Mundial. El enfrentamiento ya ha provocado la suspensión de los créditos del Banco y un parate en los proyectos de inversión petrolera por parte de las compañías internacionales. Koijakov denuncia que el Banco Mundial pretende refinar el petróleo ruso en el exterior en lugar de que sea procesado dentro de Rusia; el Banco alega que la burocracia de las empresas petroleras quiere seguir monopolizando la venta de petróleo y aprovecharse de ello para su enriquecimiento personal. Lo cierto es que, como consecuencia de ello, el conjunto de las relaciones financieras entre la burocracia pro-capitalista de Rusia y el capital internacional se encuentra suspendido en el aire.
La invasión de Chechenia, fuertemente reclamada por el ejército, ha encontrado su principal resistencia también en el ejército. Uno de los generales a cargo de la invasión, Iván Babichev, se ha negado a proseguir con el ataque e incluso se ha permitido confraternizar con la población chechena. “Pueden enjuiciarnos allá, en Moscú, pero no avanzaremos”, declaró. Se han manifestado igualmente en contra el viceministro de ejército, Boris Gromov, y el comandante estacionado en Moldavia, Paul Lebev. Los partidarios “democráticos” de Yeltsin le han dado la espalda al presidente e incluso el parlamento ha votado masivamente contra la invasión.
Con todos estos elementos reunidos, Yeltsin se ha ganado, junto a una crisis internacional, la fractura del Estado y la posibilidad de una rebelión militar. La población rusa se ha manifestado, en un 70%, contra la invasión. Se complete o no la invasión, una crisis política de envergadura es inminente. Desde un punto de vista más general, lo que ocurre demuestra los límites insalvables de cualquier tentativa pacífica de restauración capitalista; la inevitabilidad de gigantescas conmociones sociales y políticas y aún mayores crisis internacionales; la posibilidad de movimientos revolucionarios. Las masas han vivido una experiencia excepcionalmente rápida con los dos grandes intentos de salvación operados por la burocracia stalinista: uno fue el intento de estabilización del régimen burocrático mediante la perestroika; el otro es la tentativa restauracionista. No se ha consumado ni la una ni la otra, pero han servido para provocar una terrible descomposición social. El camino de una salida dirigida por la clase obrera está directamente relacionado con la asimilación de esta experiencia y con la experiencia de lucha que desarrollen para superarla.