Rusia: Se dividen el gobierno y el ejército

Si como dicen el gobierno ruso, la Onu y el conjunto de las grandes po­tencias, la república de Chechenia pertenece legalmente al Estado mos­covita, los masivos bombardeos de éste contra la población chechena y contra su capital significan que la burocracia restauracionista de Yeltsin no ha vacilado en emprender una masacre contra sus propios ciudada­nos. Según coinciden todos los perió­dicos, los muertos se cuentan por mi­les, como consecuencia de una inva­sión que a medida que revela sus contradicciones se hace más indiscri­minada.


Los chechenos no son étnicamente rusos o eslavos sino caucásicos y turcomanos, y fueron integrados al viejo imperio zarista por la fuerza de las armas. Sus reclamos a una indepen­dencia nacional son completamente legítimos, más si se tiene en cuenta que van dirigidos contra un Estado que está entregando su patrimonio a la rapiña del imperialismo. La revolu­ción de octubre de 1917 reconoció el derecho de Chechenia a la autodeter­minación nacional, como consecuen­cia de la cual se convirtió en una república autónoma.


Bajo el stalinismo sus dere­chos naciona­les fueron des­conocidos e in­cluso en 1944 Stalin deportó en masa a sus habitantes a Siberia.


Chechenia no conquistó su independencia, hace tres años, por medio de procedimientos democráti­cos, sino por decisión de una dictadu­ra dirigida por un ex general del ejér­cito soviético. La decisión de descono­cer esta independencia luego de tanto tiempo no está relacionada, entonces, con la cuestión de los procedimientos. Tiene que ver con un problema que amenaza con provocar un guerra en todo el Cáucaso (Azerbaidján, Geor­gia, Armenia) —es decir, con el petró­leo. El gobierno ruso firmó un acuerdo con los principales pulpos capitalis­tas, principalmente British Petro­leum y Esso, para explotar el oro ne­gro de Azerbaidján, el cual ha abierto un conflicto internacional con rela­ción al trazado del oleoducto que debe transportarlo. En tanto que Yeltsin pretende que pase por territorio ruso, las compañías petroleras y sus go­biernos quieren construirlo a través de territorio turco. El conflicto ya ha llevado al gobierno de Yeltsin a inten­tar el derrocamiento del gobierno de Azerbaidján, el cual apoya el trazado por Turquía. Según los mejores ana­listas internacionales, esta divergen­cia explica los enfrentamientos re­cientes entre Estados Unidos y Rusia en diversos foros diplomáticos. El impasse petrolero amenaza cierta­mente con crear una crisis internacional, ya que pro­vocaría un cie­rre del crédito extranjero para Rusia. Cheche­nia tiene que ver con esto por­que es el territo­rio por donde pasaría el oleo­ducto de acuer­do al proyecto ruso.


La evidencia de que este asunto es la cla­ve de toda la crisis está confirmada por el hecho de que el principal impul­sor de la guerra es el jefe de la guardia oficial de Yeltsin, que cuenta con mi­les de soldados y armamento sofisti­cado, además de un control absoluto de departamentos fundamentales de la KGB. Se trata del mayor-general Alexandre Koijakov, el cual se ha anotado en un conflicto petrolero más general al imponer el mantenimiento de las cuotas de exportación del petró­leo ruso, en oposición a una exigencia oficial de liberación de las exportacio­nes efectuada por el Banco Mundial. El enfrentamiento ya ha provocado la suspensión de los créditos del Banco y un parate en los proyectos de inver­sión petrolera por parte de las compa­ñías internacionales. Koijakov de­nuncia que el Banco Mundial preten­de refinar el petróleo ruso en el exte­rior en lugar de que sea procesado dentro de Rusia; el Banco alega que la burocracia de las empresas petroleras quiere seguir monopolizando la venta de petróleo y aprovecharse de ello para su enriquecimiento perso­nal. Lo cierto es que, como consecuen­cia de ello, el conjunto de las relaciones financieras entre la burocracia pro-capitalista de Rusia y el capital internacional se encuentra suspendi­do en el aire.


La invasión de Chechenia, fuerte­mente reclamada por el ejército, ha encontrado su principal resistencia también en el ejército. Uno de los gene­rales a cargo de la invasión, Iván Babichev, se ha negado a proseguir con el ataque e incluso se ha permitido con­fraternizar con la población chechena. “Pueden enjuiciarnos allá, en Moscú, pero no avanzaremos”, de­claró. Se han manifestado igualmente en contra el viceministro de ejército, Boris Gromov, y el comandante esta­cionado en Moldavia, Paul Lebev. Los partidarios “democráticos” de Yelt­sin le han dado la espalda al presidente e incluso el parlamento ha votado ma­sivamente contra la invasión.


Con todos estos elementos reuni­dos, Yeltsin se ha ganado, junto a una crisis internacional, la fractura del Estado y la posibilidad de una rebe­lión militar. La población rusa se ha manifestado, en un 70%, contra la invasión. Se complete o no la inva­sión, una crisis política de envergadu­ra es inminente. Desde un punto de vista más general, lo que ocurre de­muestra los límites insalvables de cualquier tentativa pacífica de res­tauración capitalista; la inevitabilidad de gigantescas conmociones so­ciales y políticas y aún mayores crisis internacionales; la posibilidad de movimientos revolucionarios. Las ma­sas han vivido una experiencia excep­cionalmente rápida con los dos gran­des intentos de salvación operados por la burocracia stalinista: uno fue el intento de estabilización del régimen burocrático mediante la perestroika; el otro es la tentativa restauracionis­ta. No se ha consumado ni la una ni la otra, pero han servido para provo­car una terrible descomposición so­cial. El camino de una salida dirigida por la clase obrera está directamente relacionado con la asimilación de esta experiencia y con la experiencia de lucha que desarrollen para superarla.