Rusia y la guerra

Radiografía con sus luces y sombras

La invasión puede convertirse en un salvavidas de plomo

Después del fracaso del plan original de tomar Kiev y adueñarse del país, Rusia estaría logrando un progreso en el plano militar en el este y el sur de Ucrania. Ha logrado tomar el control de dos ciudades importantes: Mariupol y recientemente Severodonestk. Las sanciones comerciales, por otra parte, no han logrado el perjuicio que se pronosticaba. Aún hoy, pese a las represalias económicas, gracias al flujo de de ingresos prevenientes del gas y el petróleo que aún se mantiene (explotando la dependencia de Europa de la importación de ambos recursos) y tras una intervención del Banco Central ruso, Moscú logró una revaluación del rublo, que pasó a tener una cotización más elevada que antes del comienzo de la guerra. Esto permitió relajar los rígidos controles dispuestos por Putin en el arranque del conflicto.

Aunque Occidente no pudo colocar de rodillas al gobierno de Putin, Rusia está lejos, sin embargo, de haber quedado indemne. Está creciendo el tamaño de un déficit presupuestario federal, alimentado por los gastos militares y las medidas destinadas a paliar los efectos de las sanciones occidentales. El ministro de finanzas del país estimó que habrá un agujero de 1,6 billones de rublos en el presupuesto ruso a finales de este año (WSWS, 22/5).

Pese a que hay un clima más distendido respecto al primer mes y se está reanimado el gasto y consumo de la población que se había retraído, el PIB de Rusia se reduciría, según las estadísticas oficiales, un 7,5% en 2022. El Banco Mundial sitúa esa cifra en el 11,2%.

Los acuerdos que ha logrado Rusia con otras naciones (China, India) para colocar sus productos e importar lo que necesita no son suficientes para compensar la caída de las exportaciones a Europa, su principal cliente y el abastecimiento que proviene de Occidente. Según algunos especialistas, sería un “éxito” que el país consiguiera mantener sus exportaciones al 80% de su nivel anterior a la guerra. Además, existen importantes problemas logísticos para llevar la mercancía a nuevos lugares. Las infraestructuras —oleoductos, puertos, carreteras, etc.— necesarias para desviar grandes cantidades de suministro de Europa y entregarlas en otros lugares no existen actualmente y tardarán años en construirse. A su turno, las importaciones disminuirán este año en términos físicos un 26,5% y en términos de valor un 17,1%, y el gobierno está perdiendo ingresos por aranceles, derechos de aduana e impuestos sobre el valor añadido.

Por último, cabe advertir que los acuerdos con China e India pueden tener patas cortas, como resultado de las presiones que vienen ejerciendo las potencias de la Otan.

Desempleo y rebajas salariales

Aunque Moscú está obteniendo beneficios del aumento de los precios del petróleo, la producción rusa está disminuyendo. A mediados de mayo, la producción diaria de petróleo era 830.000 barriles menos que en febrero a lo cual se agrega el hecho de que debe vender su petróleo en los países asiáticos con grandes descuentos (ídem).

El caso del carbón, en particular, ilustra los tropiezos que enfrenta Moscú. De sus 440 millones de toneladas de producción, el 50% va a los mercados extranjeros. La siderúrgica india Tata Steel, el mayor importador de carbón ruso del país, declaró que también dejaría de comprar. Se han depositado grandes esperanzas en el mercado asiático, pero sigue sin estar claro cómo hacer llegar la mercancía hasta allí (ídem).

Esto podría terminar provocando disturbios laborales en Kuzbass, centro de producción de carbón ruso, donde ya se registraba una gran tensión previa a la guerra. Los bajos salarios, las malas condiciones de trabajo y los continuos accidentes laborales ya han alimentado conflictos en el pasado.

En el transcurso de marzo y abril, hubo 40.000 desocupados nuevos, con lo que el número total de personas que buscan trabajo asciende a 690.500, según las autoridades gubernamentales. El desempleo ascendió al 6,7%, frente al 4,8% del año pasado.

Ese número, sin embargo, no refleja la situación real provocada por la retirada masiva de las empresas extranjeras del mercado ruso, la desaparición de los compradores extranjeros y los problemas de producción por la falta de componentes y piezas de recambio.

Muchos trabajadores han sido despedidos o colocados en horarios a tiempo parcial, lo que oculta el alcance real del desempleo y el subempleo. Para evitar un colapso del mercado laboral, el gobierno ha impuesto diversas restricciones que limitan la capacidad de los empresarios de despedir trabajadores, pero sí están habilitados para hacer rebajas salariales. Según algunos analistas, a medida que estos límites expiren en los próximos meses y se agraven las dificultades económicas, el desempleo aumentará en verano y otoño. Algunas grandes empresas ya han manifestado su intención de despedir entre el 10% y el 20% de su plantilla (ídem).

Según fuentes oficiales, el 68% de las pequeñas y medianas empresas han hecho recortes en sus costes laborales, con un 25% de recortes salariales y un 27% de despidos. Las empresas suspenden el pago de primas y ajustes por el coste de la vida. Las ofertas de empleo, incluso en sectores como el de la construcción, que han visto un éxodo de trabajadores inmigrantes, están disminuyendo. La inflación, por su parte, es muy marcada: el precio de los bienes y servicios ha subido casi un 20%.

Perspectivas

Este panorama echa leña al fuego al descontento que ya anidaba en la población y que el régimen, represión y censura mediante, ha procurado ocultar. El gobierno de Putin ha implementado una reforma jubilatoria que ha despertado un gran rechazo entre los trabajadores rusos. Según un destacado intelectual de izquierda, Boris Kagarlitsky, Putin ha retrocedido sensiblemente en su legitimidad y reconocimiento entre la población. Esto habría tenido una traducción en el plano político. Según algunas fuentes, el gobierno habría retrocedido electoralmente, incluso, perdido, en numerosos distritos, lo cual fue silenciado y disimulado mediante el fraude. Por supuesto, esto debería ser corroborado pero ya es una señal de la erosión del ascendiente de Putin y es lo que explicaría la decisión de lanzarse a esta aventura militar. A través de un éxito en este terreno y apelando a una demagogia nacionalista, el líder ruso apuesta a recuperar el capital perdido.

La guerra, en caso de prolongarse y empantanarse, puede provocar el efecto contrario que se propone. Por lo pronto, las enorme bajas de las tropas rusas, que no estaban previstas en los cálculos de los estrategas del Kremlin, deja sus marcas y repercute en la opinión pública del país. Algunas grietas ya empiezan a aflorar. El PC que es la oposición “oficial” leal y admitida por el régimen, ha cuestionado, por primera vez, la guerra y llamado a encontrar una fórmula de acuerdo. Ninguno de los países aliados a Moscú -con excepción de Bielorrusia- que integran la llamada OSTC, un acuerdo de defensa mutua inspirado en el pacto de Varsovia de la época del la Guerra Fría, ha respaldo la invasión rusa y han rechazado el envío de tropas. Por otra parte, se habla de la tensión y roces al interior de los estamentos superiores de poder, incluido el cuerpo de oficiales y el riñón íntimo que incluye a los funcionarios que integran el servicio secreto, del cual fue miembro el propio mandatario ruso. No hay que perder de vista tampoco la resistencia de los oligarcas rusos, que ven que la guerra y con más razón su extensión en el tiempo, conspiran contra sus negocios.

La invasión, en definitiva, puede convertirse en un salvavidas de plomo.