Internacionales

12/11/2019

¿Se puede derrotar el golpe en Bolivia?

El pueblo boliviano demostró una enorme disposición a la lucha contra el golpe de Estado. Bloqueos de caminos contra la insurrección oligárquica e imperialista proliferaron en distintos puntos del Altiplano. La Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, entre otros sindicatos, anunciaron un bloqueo general de rutas, y se realizaron vigilias en colegios y mercados para evitar saqueos.


La ciudad de El Alto fue escenario de fuertes confrontaciones entre manifestantes y la policía. Allí, en la proximidades de La Paz, se escuchaba en los bloqueos el cántico “¡fusil, metralla, El Alto no se calla!”, grandes columnas se movilizaban con whipalas al grito de “¡Ahora sí, guerra civil!”, mientras que la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE) convocó a formar comités de autodefensa. Al igual que en la zona sur de la capital y en Cochabamba, fueron incendiadas comisarías y comandos policiales en repudio al accionar golpista de la fuerza. El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Williams Kaliman –el mismo que “sugirió” públicamente la renuncia de Morales-, informó que desarrollarán operaciones conjuntas con la policía, luego de varias solicitudes tras verse desbordada por los manifestantes.


Videos e informes que circulan por redes sociales y medios de comunicaciones son realmente estremecedores. Masas de trabajadores han ganado la calle y tienen bajo su control zonas enteras en algunas ciudades. En las últimas convocatorias –incluido el llamado a recuperar la Plaza Murillo, frente al Palacio de Quemado- se hacía eje en reponer la whipala en los edificios gubernamentales y se llegó a pedir la cabeza de los golpistas Camacho y Mesa.   






Sin embargo, el pueblo que se ha lanzado a la calle lo hizo desoyendo el pedido de Evo Morales, quien desde su cuenta de Twitter llamó a “cuidar la paz y no caer en la violencia (…) No podemos enfrentarnos entre hermanos bolivianos”. Ya al renunciar a la presidencia, presentó su dimisión como una forma de frenar los ataques impulsados por los golpistas. En la misma sintonía, el vicepresidente Álvaro García Linera también dejó su cargo alegando que no deseaban "restablecer el orden constitucional en base a la sangre y al fuego" y confirmó que "el golpe de Estado se ha consumado".


En este cuadro, los llamados a la “pacificación” y la renuncia de Morales representan en realidad una capitulación. La derecha no ha cesado en sus ataques sino que se ha envalentonado tras la caída del gobierno. El planteo de cuidar la paz apunta a que el movimiento obrero, campesino e indígena de Bolivia acepte el golpe como un hecho consumado, y baje la cabeza ante las humillaciones y la ofensiva fascistizante. Pero amplios sectores populares optaron por luchar, fiel a una tradición que hace 14 años hizo caer al gobierno de Mesa y Sánchez de Lozada.




La experiencia histórica


La capitulación de Evo Morales y el MAS rememora el accionar de otros regímenes nacionalistas en el pasado. Bajo el pretexto de evitar el “derramamiento de sangre entre argentinos”, Perón entregó sin luchar el país a la derecha y el imperialismo en 1955. Le dio la espalda al movimiento obrero, que le pidió armas para aplastar el golpe. No solo se negó (porque “a los obreros es muy fácil armarlos pero difícil desarmarlos”) sino que lo mandó a volver a casa. Sabido es que no se ahorró derramamiento de sangre, sino que se abrió una era cruenta, de ataques sistemáticos a las conquistas laborales y de férrea resistencia obrera –en oposición a la defección de la burocracia sindical.


Cuando dirigentes del Partido Obrero señalaron esta coincidencia en la capitulación ante un golpe reaccionario, fueron objeto de una campaña de ataques de parte de kirchneristas. Sin embargo, lo que defienden los peronistas de hoy en día fue considerado “un grave error” por el propio Perón, quien casi 13 años después del golpe del ‘55, dijo “yo debí haber decretado una movilización, comenzar por fusilar a todos los generales rebeldes, a todos los jefes y oficiales que estaban en la traición, y dominar esa revolución violentamente como violentamente nos querían arrojar del poder”. Independientemente de la multiplicidad de mensajes -a menudo contradictorios- que éste enviaba desde Puerta de Hierro, es indudable que estaba imposibilitado de reivindicar ante los peronistas la actitud adoptada en aquel momento.


No se trata de casos aislados, sino de un límite de clase inherente al nacionalismo burgués. Cuando la única carta para derrotar la ofensiva de la derecha y el imperialismo es la movilización de los trabajadores, y el armamento popular para aplastar una asonada policíaco-militar, el camino emprendido por estos gobiernos es la rendición incondicional. En ningún caso se ha evitado de esa forma una guerra civil, sino que solo se desarma al bando de los explotados en el momento preciso en que los enemigos de clase se lanzan al asalto.


Otro caso ejemplificador es el de Salvador Allende en Chile. Luego de que las masas obreras y campesinas derrotaran el lock out patronal de octubre de 1972, que buscaba generar desabastecimiento y desorganización económica para forzar la renuncia del presidente, Allende optó por tranquilizar a la burguesía nombrando a militares en el gabinete y sancionando una ley de requisas para desarmar a los Cordones Industriales (coordinadoras de las fábricas ocupadas), a las Juntas de Abastecimiento y a los Consejos Comunales campesinos. Así se allanó el camino para el rearme de los golpistas, que un año después triunfaron con Pinochet. Valga la aclaración, no obstante, que cuando el golpe se desató Allende lo resistió, aunque ya sin posibilidades. De más está decir que ningún derramamiento de sangre se ahorró desarmando a la clase obrera chilena.


Vale también tener presente la cobarde rendición de Jacobo Árbenz en Guatemala, en 1954, tras una operación comandada por Estados Unidos que no fue resistida por el gobierno. Pasó a la historia como uno de los hechos que llevó al Che Guevara –que se encontraba en el país- a sacar importantes conclusiones políticas de esa frustración y postular la necesidad de enfrentar al imperialismo apoyado en las masas, en lugar del seguidismo a los líderes nacionalistas. De hecho, así fue como la revolución cubana derrotó, en menos de tres días, la invasión respaldada por los yanquis en la Bahía de los Cochinos en abril de 1961.




Abajo el golpe


La experiencia histórica es concluyente. Los regímenes nacionalistas son víctimas de la propia clase social con la que buscan congraciarse, y de su negativa a romper definitivamente con el imperialismo. La clase obrera y el campesinado de Bolivia, que se han volcado a la calle para derrotar el golpe pasando por encima de la dirección del MAS y los planteos “pacificadores” de Morales, tienen la fuerza para hacer retroceder a los fascistas pro yanquis liderados por Camacho y Mesa. La tarea es profundizar y generalizar esa rebelión, y erigir una nueva dirección política. Con esa perspectiva, se abriría una nueva etapa en una América Latina conmocionada por pujantes levantamientos populares.