¿Se rompe el Mercosur?

Detrás del portazo virtual que pegó el gobierno argentino al apartarse de la agenda de negociaciones de los acuerdos de libre comercio del Mercosur, asoma un dislocamiento de bloque regional.


Cuando la Cancillería argentina comunicó el viernes 24 que se abría de las tratativas para la firma de acuerdos comerciales con Corea del Sur, Canadá, India, Singapur y el Líbano -que vendrían avanzando impulsadas por Brasil, Uruguay y Paraguay-, el Mercosur entró en un impasse, porque los países socios deben negociar este tipo de tratados obligatoriamente en forma conjunta.


Desde el gobierno argentino aseguran que de todas maneras no obstaculizarían las gestiones, sino que proponen un funcionamiento a “dos velocidades” para no romper el bloque. El resto de los gobiernos afirma que la agenda prevista para alcanzar los acuerdos de libre comercio seguirá su curso. Además, Argentina no dejaría las negociaciones para avanzar en la implementación de los tratados con la Unión Europea y el EFTA (compuesto por Suiza, Noruega, Liechtenstein e Islandia). Pero el asunto es complicado, y es el bloque mismo el que peligra.


Desde la Casa Rosada fundamentaron la decisión en los reclamos de las patronales industriales, tanto argentinas como brasileñas, ya que el día anterior fue publicada una solicitada conjunta de la Unión Industrial Argentina (UIA) y la Confederación Nacional de la Industria (CNI) de Brasil que expresa "gran preocupación” por el impacto de un eventual acuerdo con Corea del Sur.


De esta manera, Alberto Fernández presenta su política como una defensa de la industria nacional, contra la orientación liberal de los otros gobiernos que favorece una apertura que reforzaría la primarización de la economía. ¿Es así?


En realidad no. El centro de gravedad de la decisión oficial es preservarse de cualquier acuerdo que limite la potestad de fijar retenciones a las exportaciones, que es una de las posibilidades que se barajan en las negociaciones bilaterales. No es una política de desarrollo nacional, porque las divisas que se recaudan finalmente se fugan en el pago de la deuda.


Pero el apartamiento de la cocina de los tratados del bloque regional puede traer serias complicaciones, y ya todos los sectores clave de la burguesía criolla pusieron el grito en el cielo.


Es que si efectivamente se firmaran tratados de libre comercio con países como Corea del Sur, Canadá o India sin la participación argentina, el cuadro sería aún peor. Finalmente, sin ningún beneficio, ingresarían al país –triangulados a través de los otros países del mercado común- los productos de industrias de mayor escala y productividad. El Mercosur quedaría así reducido a ser una zona de libre comercio, lo que golpearía de lleno a la industria nacional y pondría al agro a competir con los otros países sudamericanos (motivo por el cual la actitud oficial fue enérgicamente criticada por la Mesa de Enlace). 


Según las cámaras patronales, un acuerdo con Corea del Sur afectaría directamente a las industrias de electrodomésticos y electrónica; mientras que la Copal (Alimentación) advierte por las graves consecuencias de un acuerdo con Canadá. Pero son las automotrices, que ya antes de la pandemia venían cayendo en picada, las que están en el ojo de la tormenta.



De hecho, el complejo automotriz argentino solo se sostiene por el régimen de intercambio con Brasil. Allí se vende casi el 70% de la producción local, gracias al pacto que obliga al país carioca a importar 1 dólar por cada 1,5 que exporta a Argentina -siempre en este rubro. A partir de este mes, para colmo, empezaría a regir la flexibilización progresiva de este coeficiente de intercambio (llamado flex) que quedaría en junio en 1,8 hasta desaparecer en 2029, como pactaron Macri y Bolsonaro a fines del año pasado. El panorama es sombrío, atendiendo que ya en marzo las exportaciones automotrices a Brasil cayeron el doble que las importaciones.


Algunas versiones destacan que los funcionarios argentinos acusan ahora al gobierno de Brasil de forzar un avance de las negociaciones de los acuerdos comerciales para precipitar una ruptura del Mercosur, o al menos una flexibilización de las normas del bloque, tal como advirtió el propio Bolsonaro cuando Fernández ganó las elecciones. En esa sintonía, luego del retiro de Argentina de los futuros acuerdos, desde la cancillería brasileña deslizaron que en mayo llevarán a debate en el Mercosur una propuesta de reducir el Arancel Externo Común sobre los automóviles del 35% al 20%, además de bajarlo en otros rubros como bienes de capital (BAE Negocios, 27/4).


Esa política comandada por el ministro de Economía, Paulo Guedes, sería acelerada en el cuadro de agudización de la crisis política que atraviesa el gobierno de Bolsonaro. Sin embargo es también un factor de choques dentro de la burguesía carioca, siendo que la federación patronal paulista (FIESP) se ha posicionado en el pasado contra este aperturismo desenfrenado.


Uruguay es el principal aliado en el intento de sellar los acuerdos de libre comercio. No se trata de cuestiones ideológicas, ya que la posición de acelerar las negociaciones precede a la asunción de Luis Lacalle Pou, y de hecho era una apuesta del Frente Amplio para revertir el desplome de las ventas de carne y leche del país oriental –mientras que no tiene industrias importantes que sean perjudicadas.


Lo que salea la luz con la crisis del Mercosur es entonces un proceso de dislocamiento del comercio regional, revelando una tendencia a que cada gobierno busque rescatar a sus burguesías (o a un sector de ellas) a costa de los acuerdos comunes. Un poderoso factor de este dislocamiento es la devaluación del real, que en lo que va del 2020 cuadruplica la de la cotización oficial del peso argentino. La posibilidad de una fractura del bloque regional asoma como una posibilidad derivada, no de diferencias políticas entre gobiernos más liberales o más proteccionistas, sino del cuadro de depresión económica mundial, con el consecuente agravamiento de la guerra comercial y monetaria.



Por eso, este impasse se inserta de lleno en los choques que dominan el mercado mundial. Los países del Mercosur, y en primer lugar Brasil, son terreno de disputa comercial entre Estados Unidos y China. La cuestión suscitó tironeos entre el propio Bolsonaro (partidario de avanzar en un acuerdo bilateral con Trump) y su vice Hamilton Mourão (proclive a mantener los negocios con el gigante asiático); y derivó en el boicot de las petroleras norteamericanas a la licitación del petróleo pre-sal. Los aranceles que el magnate yanqui había dispuesto a las exportaciones de acero y aluminio de Sudamérica también formaban parte de la extorsión por quebrar el crecimiento del comercio con China.


Por los mismos motivos, el acuerdo Mercosur-Unión Europea entró en un cono de sombras. Ese bloque -al igual que ahora Corea del Sur- se mantiene firme en presionar por abrir el comercio industrial pero proteger a la vez a sus productores agrícolas mediante la imposición de cláusulas fitosanitarias. En definitiva, los tratados de libre comercio entre grandes potencias y un bloque de naciones semicoloniales solo pueden reforzar el saqueo y la injerencia imperialista.


Llegado este punto, tenemos que destacar que el Mercosur nunca llegó a constituir un ámbito de integración económica y productiva de la región, sino que se limitó a ser un compendio de acuerdos aduaneros que sirvió de paraguas de los negocios de los sojeros, del capital financiero, los pulpos automotrices y de coordinación de cláusulas de flexibilización laboral en distintos sectores de la industria. El nacionalismo burgués latinoamericano de los Chávez y los Kirchner, no hay que olvidar, nunca avanzó en los mentados proyectos de integración regional que se había trazado, como el Banco del Sur o el Gasoducto del Sur.


La tendencia a la disgregación del Mercosur expresa, en definitiva, la incapacidad histórica de nuestras burguesías para concretar la proclamada “patria grande”, por los lazos indisolubles que las someten al imperialismo. Solo la unidad socialista de América Latina, obra de gobiernos de trabajadores y campesinos, puede poner fin a los choques entre países hermanos bajo la presión de la crisis capitalista mundial y de los choques entre las potencias imperialistas.