Se terminó la moda del “just in time”

Sin pompa y en sigilo, la economía burguesa ha comenzado a enterrar uno de sus más promocionados mitos de la década del ´80: el sistema “just in time” (justo a tiempo). Y ha comenzado a hacerlo en lo que fue su “patria” de origen, Japón.


¿En qué consistía el “just in time”? Según este sistema, las fábricas no debían almacenar grandes stocks de insumos para su producción sino ir recibiéndolos en pequeñas cantidades, “justo a tiempo” para ser utilizados, en el momento y la cantidad necesarios. En lugar de una provisión mensual de cada materia prima o insumo, el ideal del “just in time”  era la provisión diaria o, aún mejor, varias veces por día, sólo lo necesario para el trabajo de cada turno de producción.


El “just in time” fue celebrado como una “revolución” que “maximizaba” la “racionalidad productiva”, al permitirle a los capitalistas reducir sus inventarios —y el costo financiero de mantenerlos— y las áreas de almacenamiento, lo que le permitía una utilización financiera más rentable de sus fondos.


Sin embargo, después de más de una década de aplicación en todo el mundo, la cámara de la industria plástica del Japón encabezó una verdadera rebelión contra el “just in time”. La razón es muy sencilla: “los proveedores (de materias primas e insumos) golpeados por la recesión no podían seguir afrontando por mucho tiempo más el envío regular de pequeñas provisiones a los consumidores” (Financial Times, 30/3). “Resultaba demasiado caro” sentenció a modo de epitafio uno de los directores del pulpo Sumitomo Chemical (ídem). En la medida en que disminuía los costos de los consumidores industriales, multiplicaba los de sus proveedores, que debían realizar varias entregas al día y almacenar enormes stocks de mercaderías listas para ser despachadas.


Durante los años ´80, “el costo de los envíos adicionales y de los stocks requeridos para frecuentes envíos en pequeñas cantidades fue soportable porque … la industria japonesa del plástico era altamente rentable. La demanda sobrepasaba a la oferta, empujando hacia arriba los precios y los beneficios. Esos buenos días han pasado” (ídem).


El “just in time” no logró superar el movimiento cíclico de los negocios propio del capitalismo; diseñado para el auge, la recesión y la deflación lo mataron. El mecanismo que llevó al hundimiento del “just in time” lo señaló con toda claridad Marx hace ya un siglo y medio: en la lucha por aumentar al máximo su beneficio, el capitalista individual lleva adelante la más severa organización y planificación de la producción al interior de su fábrica; pero al hacerlo, dialécticamente, aumenta la anarquía del proceso de producción capitalista tomado en su conjunto, es decir, provoca una agudización de la anarquía social.


Efectivamente, el “just in time” aumentó los beneficios de los capitalistas consumidores de materias primas pero elevó también el costo social de la producción por la necesidad de los proveedores de acumular grandes stocks, por el aumento de los gastos de transporte, por la pérdida de economías de escala, por el costo social de los embotellamientos producido por la multiplicación de envíos —ídem— y de la polución adicional que todo esto producía. La “variable de ajuste” de esta mayor desorganización económica general es, naturalmente, la superexplotación obrera … a la que se presenta como una “adaptación natural” a los “nuevos y científicos sistemas productivos”. Cuando la caída de los precios y los beneficios tornaron intolerable este costo, el “just in time” se hundió.


“Racionalizando” la producción en sus empresas,  los capitalistas lograron arrancarles a los trabajadores una mayor plusvalía. Esto, sin embargo, no logró evitar que, con la caída de los precios y de la demanda, muchos de ellos fueran a la quiebra. Esto les recordó que aunque la plusvalía se crea en el proceso de producción, sólo se realiza en la circulación de las mercancías. Si el producto no se vende —o si el capitalista se ve obligado a venderlo por debajo de su costo de producción— la plusvalía arrancada al trabajador no logra convertirse  en beneficio … y el capitalista va a la quiebra y la superexplotación arrancada al trabajador se va por el desague. La recesión y la deflación sacaron a la luz todas las contradicciones y las limitaciones insuperables del “just in time”, que no son otras que las propias del capitalismo.


El  “just in time” no sólo no logró superar el ciclo económico sino que se convirtió, él mismo, en un factor de impulso a los aumentos especulativos de precios de las materias primas. Al reducirse la demanda de materias primas, los capitalistas proveedores no sólo redujeron la producción sino también las inversiones y, en consecuencia, la capacidad productiva … creando una situación en que la demanda de materias primas tiende a superar a la oferta. En consecuencia, ahora “estamos en una fase temprana del proceso de recuperación del precio de las materias primas, que arranca desde valores muy bajos y con inventarios muy deprimidos … En la medida en que esto se consolide … la decisión de incrementar los stocks (es) lógica: por protección (para evitar la interrupción de los procesos productivos por falta de insumos críticos) y porque los inventarios, de generar costos de oportunidad (el costo que proviene de no aplicar el capital de la manera más rentable), pasarán a significar expectativas de ganancias de capital” (Ambito Financiero, 8/6). En resumen, como se espera que los precios de las materias primas aumenten, conviene acumular stocks por encima de los niveles necesarios de producción para obtener ganancias especulativas (“ganancias de capital”) y mandar al diablo el “just in time”.


Esto confirma que la única “racionalidad” que le importa al capitalista es la del beneficio: cuando, como en la década del ´80, la “burbuja financiera” estaba en su esplendor, había que bajar los inventarios y destinar los fondos a la Bolsa; ahora, cuando se espera la suba de los precios de las materias primas, hay que acumular stocks, no para la producción sino para la especulación. En la etapa de descomposición capitalista, la especulación domina la producción y las modalidades que ésta asume.


Como el “just in time”, la “flexibilización” no trata de “hacer más racional” la producción sino de llenar los bolsillos del capitalista a costa de la superexplotación obrera, llevando al extremo la irracionalidad y la anarquía social propia del capitalismo: el aumento de la “productividad” laboral del trabajador, lejos de inducir una mejora en las condiciones de vida de la clase obrera, lleva al aumento de la desocupación y a la caída de los salarios. El hundimiento del “just in time” desnuda el verso de la “flexibilización” que las patronales pretenden imponer con el cuento de la “adaptación a las nuevas técnicas productivas”.