Sólo la revolución política puede salvar a la Unión Soviética

Dentro de las fronteras de la Unión Soviética, centenares de pueblos, millones de hombres y mujeres sufren el yugo brutal de una burocracia “extranjera”, la burocracia moscovita. Armenios, georgianos, letones, lituanos, estonios, tártaros y otros sufren el diario pisoteo de sus derechos nacionales por una camarilla privilegiada que ha expropiado el poder político a millones de obreros y campesinos. Por centenares de miles, los pueblos oprimidos de la URSS han comenzado a protagonizar huelgas y manifestaciones de masas en apoyo a sus reclamos nacionales. En el Cáucaso, en el Báltico y en toda la URSS, el repudio popular a la burocracia es la envoltura de un proceso político más profundo: el de la revolución política que se extiende en la tierra de la Revolución de Octubre.

Mijaíl Gorbachov, máximo representante de esta burocracia odiada, se ha negado a satisfacer ninguno de los reclamos democráticos de los pueblos de la URSS. Con su negativa, Gorbachov puso aceleradamente de manifiesto el carácter de su promocionada “perestroika” y desnudó el interés de casta que se esconde detrás de ella: el mantenimiento del usufructo del Estado soviético por una camarilla corrupta y agotada.

Armenia

Los pogromos antiarmenios que estallaron hace pocos días en Kirovabad y Najicheván, ciudades azeríes cercanas de la frontera con Irán, arrojaron un saldo aún no determinado de muertos y heridos. El filo-gorbachoviano Andrei Sajarov, en base a fuentes armenias, alertó sobre el “peligro de un nuevo genocidio” (Clarín, 27/11). Centenares de evacuados, casas saqueadas, mujeres violadas, niños escondidos en las iglesias locales son el resultado, provisorio, de las sanguinarias jomadas antiarmenias en Azerbaiyán.

Ambas repúblicas soviéticas, la de Armenia y la de Azerbaiyán, están disputando el dominio del enclave de Nagorno-Karabaj, de mayoría armenia pero incorporado al Azerbaiyán por Stalin.

La responsabilidad por la matanza de los armenios recae por entero sobre la burocracia “comunista” de Azerbaiyán. Según informa Pravda, dirigentes del PC azerí fueron destituidos de sus funciones por su responsabilidad en los pogromos.

Desgraciadamente para Moscú, la acusación de Pravda se vuelve contra ella misma. Los burócratas del PC azerbaiyano, envalentonados por la negativa de la burocracia moscovita a satisfacer los reclamos armenios, se dedicaron a azuzar las rivalidades nacionales y a amenazar a los armenios. En un tono altanero y desafiante, a fines de junio, amenazaban con que “las demandas nacionalistas (de los armenios) podrían llevar a consecuencias más dramáticas aún que las de Sumgait” — donde fueron masacrados 32 armenios a principios de año (Página 12, 24/6). Detrás de la mano del PC azerbaiyano, en los pogromos antiarmenios, está la propia mano del Kremlin, que ha sostenido a los asesinos porque éstos eran quienes mejor representaban su política contra la autodeterminación de Nagorno-Karabaj.

Centenares de miles de armenios se concentraron inmediatamente en la Plaza de la Opera de Ereván, capital de Armenia, en repudio a los pogromos, mientras la huelga general se extendía a todo el territorio armenio y a la propia Stepanakert, capital de Nagorno-Karabaj.

Los manifestantes votaron la formación de “comités de autodefensa”, coordinados y dirigidos por el Krunk (Comité Karabaj), dirección del movimiento de masas. El Krunk ha extendido su organización a todas las comarcas de Armenia y el propio territorio en disputa, en detrimento del PC oficial, que luego de coquetear en una primera etapa con los reclamos armenios terminó emblocándose con Moscú contra la autodeterminación de los armenios del Karabaj.

El estallido de la violencia antiarmenia en Azerbaiyán y el relanzamiento de las huelgas y manifestaciones en Armenia verifican el completo fracaso de la política de “pacificación” de Gorbachov.

El 18 de julio, el Soviet Supremo de la URSS rechazó el reclamo de la autodeterminación de los armenios de Nagorno-Karabaj, que había sido previamente votado tanto por el Soviet de Armenia como por el del propio Nagorno-Karabaj. Contradictoriamente, el Soviet azerí había votado el mantenimiento de la región en disputa dentro de sus fronteras. Al negar la satisfacción del reclamo armenio, la burocracia “renovadora” de Moscú violó la propia Constitución, que establece que el conflicto desatado entre dos repúblicas soberanas, las de Armenia y de Azerbaiyán, debe ser resuelto por un referéndum institucional, y no por el arbitraje de la cúpula moscovita.

Para “apoyar” su resolución antidemocrática, Gorbachov envió al Cáucaso a un representante del poder central, Arkady Volsky, con la “protección” de centenares de tanques, helicópteros y tropas de asalto. El único resultado de la “misión” fue la de agudizar las tensiones nacionales.

Ante el estallido de la crisis, Gorbachov propone una nueva mediación “política”, una “cumbre” con dirigentes armenios y azerbaiyanos. Se trata no sólo de una nueva violación de la Constitución (justamente en momentos en que se están discutiendo enmiendas para “mejorarla”) sino, además, una nueva postergación de los reclamos democráticos del pueblo armenio. La “cumbre” es una cáscara vacía porque —como declaró Ter-Petrosian, dirigente del Krunk, en la Plaza de la Opera —“no existe soberanía armenia ni gobierno armenio; sólo hay marionetas de Moscú” (El Cronista Comercial, 25/11).

La única salida es la autodeterminación de la población de Nagorno-KarabaJ, expresada mediante el voto. Esto no es de ningún modo inconciliable en el marco de una federación libre de pueblos, pero sí lo es con el Estado despótico de la burocracia. Si se admitiera la solución democrática de la cuestión armenia todo el edificio burocrático se viene abajo porque reposa, precisamente, en la negación de estos derechos democráticos a todo el pueblo.

El Báltico

La movilizaciones populares en las repúblicas del Báltico —Letonia, Lituania y Estonia— comenzaron en agosto, en conmemoración del 49° aniversario de la firma del Pacto Hitler-Stalin de 1939, por el cual la URSS anexó a su territorio a estas tres pequeñas repúblicas, hasta ese momento formalmente independientes, pero política y económicamente vasallas del imperialismo anglo-francés.

Contemporáneamente surgieron el Frente Popular de Letonia, el de Estonia y el Movimiento Lituano de apoyo a la perestroika.

Mijaíl Gorbachov envió sus votos de éxito al Frente Popular de Estonia. Aleksandr Yakoviev, miembro del Politburó del PCUS y una de las eminencias grises de la perestroika, declaró que “los movimientos populares que se desarrollaron recientemente en las tres repúblicas bálticas tienen preocupaciones legítimas y por lo tanto deben ser fomentados” (New York Times, citado por Diario de Río Negro, 14/11). Los miembros de los PC locales ingresaron a los Frentes Populares, los que se convirtieron en especie de “consejeros” de los Soviets y el gobierno. A diferencia  del Krunk armenio los Frentes Populares bálticos nacieron como organizaciones integradas al Estado burocrático o, mejor dicho, a una de sus fracciones, la gorbachoviana.

“El Kremlin parece estar intentando cooptar al ardiente nacionalismo que sigue incendiando los Estados bálticos.

Mediante la apariencia de una respuesta a estas pasiones, los dirigentes del Soviet esperan potenciar un sentido de moderación y compromiso entre los activistas” caracterizaba el imperialista Newsweek, (29/8). Los Estados bálticos “Sólo piden la autodeterminación económica, que creen la única vía para recuperar la prosperidad en la reglón” (La Nación, 17/ 11).

Por el carácter de este reclamo y por la alta industrialización de la región, los gorbachovianos consideraron al Báltico como una vidriera excelente para propagandizar las “bondades” de la perestroika, tanto en el interior como en el exterior. “La dirigencia del Kremlin—editorializa Clarín, 9/10—se muestra proclive a desarrollar los movilizadores capitalistas allí donde ya están emplazados. La apuesta es que el éxito de jas reformas en zonas adelantadas, ‘europeístas’ y relativamente modernas persuada al resto de seguir el mismo curso. La devolución de los símbolos nacionales garantizan un primer respaldo a esta estrategia”.

Tiit Made, principal asesor para asuntos económicos del gobierno de la República de Estonia, delineó claramente la prospectiva gorbachoviana de convertir a las repúblicas del Báltico en una “zona franca” capitalista. “La URSS—declaró Made— debe comenzar a seguir el ejemplo de China e Implantar áreas de comercio libre” (O Estado de Sao Paulo, 4/10).

La pequeñoburguesía, la estrella de la hora en el Báltico, que dirige los Frentes Populares, se sumó de lleno a esta orientación gorbachoviana, esperando encontrar en la demagogia burocrática la posibilidad de, al menos, “una cierta autonomía”.

Por eso, aún antes de que en Moscú se apruebe la nueva Constitución de la URSS, que incluye “garantías a la propiedad privada”, dichas “garantías” ya fueron entronizadas en los programas de los tres movimientos. Incluso, hasta han ¡do más lejos de lo deseado por Moscú, como por ejemplo en la propuesta de crear una moneda propia para cada Estado báltico, una forma de saltear el lento proceso del pasaje del rublo a la convertibilidad y así poder integrarse, más rápida y plenamente, al mercado mundial. Por ahora, Moscú ha rechazado este proyecto, pero el ya citado Made indica que “el Kremlim ya dio señales que podrá aceptarlo” (ídem).

Fin Constitucional de la Luna de Miel

Pese a las limitaciones de sus programas y objetivos y a su carácter cuasi-oficial, los Frentes Populares bálticos se vieron obligados a chocar con el Kremlin con motivo de la reforma constitucional y la ley electoral que el Soviet Supremo de la URSS discutirá el próximo 29 de noviembre.

Los Soviets de Letonia, Lituania y Estonia, al igual que los de Armenia y de Georgia en el Cáucaso, rechazaron la modificación del artículo 72, que permitía la secesión de las repúblicas soviéticas de la URSS con el solo voto de su parlamento. También critican la nueva ley electoral que reserva la mitad de los cargos del futuro Parlamento a “organizaciones intermedias”, tales como los sindicatos, que se encuentran completamente estatizadas.

Naturalmente, la anulación del derecho de secesión de las repúblicas soviéticas sería un retroceso desde el punto de vista democrático… si la Constitución anterior tuviera alguna vigencia. Pero la única “Constitución” vigente en la URSS es el arbitrio de la burocracia estatal, que pese a la “liberalidad” de la Carta mantuvo el “orden” en las repúblicas… con los tanques. Gorbachov, que intenta inyectar un orden jurídico a un sistema arbitrario (pues este sistema se ha convertido en una traba absoluta al desarrollo del país), está obligado a “traducir” a la nueva Constitución las relaciones “reales”, antidemocráticas, de subordinación de los pueblos al “centro” moscovita, no las relaciones “ideales”, inexistentes desde el advenimiento del stalinismo en la URSS.

Esta demostración de que en el terreno de las nacionalidades “nada cambiará” conmovió a los aliados bálticos de Gorbachov. Estonia introdujo en su Constitución el derecho de vetar, para su territorio, las leyes soviéticas. El veto de Moscú a los estonios fue inmediato. Los lituanos y los letones retrocedieron.

Todo esto ha servido para poner de manifiesto las limitaciones de la intelligentzia soviética frente a la burocracia, de la cual forma parte en sus escalones técnicos inferiores y medios. La rápida esterilización de la. “clase media soviética” profundizará una diferenciación política, y social, ya existente en el seno de los movimientos del Báltico “entre una élite tecnocrática —que pretende la abolición de los subsidios estatales a la producción, crecientes poderes a los “gerentes” soviéticos, la creación de una pequeña cuota de desocupación y una mayor desigualdad social— y una ‘nueva Izquierda’, que recuerda a la Izquierda Occidental de los años 60” (Boris Kagarlitsky, sociólogo soviético citado por International Herald Tribune, 8/9).

La perestroika encuentra sus límites

Frente a los reclamos democráticos de los pueblos de la URSS, la burocracia gorbachoviana demostró rápidamente las contradicciones, la inconsistencia y las limitaciones insalvables de su hija mimada, la perestroika.

Mientras proclaman la “descentralización”, los gorbachovianos votan una Constitución que es la negación del derecho fundamental de las repúblicas de la URSS, el derecho a decidir su existencia independiente. Mientras pregona la “democratización” la perestroika corona un presidente que constitucionalmente cuenta con más poder que el que jamás tuvo ninguno de sus antecesores, incluido Stalin. El prometido “incremento del bienestar” está degenerando rápidamente en inflación, desempleo, y mayor diferenciación social. La penetración imperialista en la URSS, se ha acentuado por la vía de la deuda externa (triplicada) y de las “joint-ventures”, empresas mixtas, de las cuales el imperialismo podrá repatriar libremente sus beneficios.

Al ser un vehículo del desarrollo de tendencias capitalistas en la URSS y de la disolución de las bases sociales y económicas del Estado Obrero, la perestroika gorbachoviana sólo podrá resultar en una mayor presión burocrática sobre los trabajadores soviéticos y los pueblos de la URSS. Está claro que éstos no se dejarán vencer fácilmente. La revolución política en la URSS ya está en marcha.