Internacionales
10/1/2007|978
Somalia: Otro frente de guerra imperialista
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El gobierno de Bush no puede ni irse ni quedarse en Irak o en Afganistán. Pero antes de dar las hurras ha decidido saldar una vieja cuenta con los somalíes, a cuenta de las grandes corporaciones petroleras. Para eso, en los últimos días de 2006 Etiopía invadió Somalia con 20.000 hombres, armados y asesorados por Estados Unidos. La invasión etíope devolvió al poder a Yusuf Ahmed y a los señores de la guerra no confesionales, “tan impresentables como los islámicos”, según el Wall Street Jornal.
Una vía armada para Africa
La invasión confirma que Bush, en su fuga hacia adelante, “ha elegido una vía armada norteamericana para el Africa” (Le Monde, 3/1). El Pentágono anunció un flamante Comando Militar específico para Africa con el fin de “evitar la creación de un nuevo Afganistán”. Han involucrado en la “guerra antiterrorista” a gobiernos o facciones de Kenia, Somalia, Sudán, Eritrea, Etiopía, Yemen y hasta Uganda y Tanzania, promoviendo guerras civiles y armando grupos paramilitares allí donde no controlan a los gobiernos (Global Research).
Gas y pretróleo
La reforzada presencia militar norteamericana, bajo la excusa de “contener el terrorismo islámico” e impedir “Estados defectuosos” como Somalia”, se propone “más clásicamente, controlar los accesos del Golfo Pérsico y proteger el tráfico petrolero” (Le Monde, 4/1).
Somalia tiene una importancia geopolítica enorme. Situada en el Cuerno de Africa, entre ese continente y la Península Arábiga, es algo así como la puerta hacia Medio Oriente. Pero además, “en los años anteriores al derrocamiento del presidente pronorteamericano Siad Barre (enero de ’91) y antes de que Somalia se precipitara en el caos, cerca de dos tercios del país fueron adjudicados a las grandes petroleras Conoco, Amoco (ahora parte de British Petroleum), Chevron y Phillips” (ídem). Las exploraciones del Banco Mundial y de las mismas empresas habían descubierto tanto en el territorio somalí como en su plataforma submarina enormes reservas de gas y petróleo.
La decisión de Clinton de enviar tropas norteamericanas en 1992, con la excusa de ayudar a paliar la hambruna, se proponía “proteger las multimillonarias inversiones de las petroleras” (Global Research, 2002), al punto que el cuartel general norteamericano se instaló en las oficinas de Conoco en Mogadiscio. El fin de la aventura es conocido. Los rangers arrasaron aldeas y ciudades, matando a miles de civiles. Pero un levantamiento popular —“la batalla de Mogadiscio”— recuperó la capital y precipitó el retiro de las tropas yanquis en lo que se calificó como una derrota “tan humillante como la de Vietnam”. “Una presencia visible de los EEUU en Mogadiscio representaría, por lo menos simbólicamente, una victoria para Bush”, señala Le Monde.
Hasta la llegada de las fuerzas etíopes, los negocios de las petroleras se vieron paralizados. Hoy vuelven por sus fueros, aprovechando los últimos estertores del gobierno de Bush. La reinstalación de Ahmed entrega a los marines el control de la extendida costa somalí sobre el Mar Arábigo y permitirá a las corporaciones anglonorteamericanas retomar la explotación de los ricos recursos de petróleo y gas que tiene este país, famoso porque en sus hambrunas periódicas mueren cientos de miles de personas.
Pero no todos ven con buenos ojos la perspectiva de una nueva guerra regional, que reproduzca la situación de Medio Oriente. La prensa norteamericana ha recomendado a Bush que sólo “apoye tácitamente” al nuevo régimen (Wall Street Journal, 27/11) y voces del gobierno y de la oposición “rechazan la idea de que Estados Unidos se vea involucrado en otra guerra con el islam” (Financial Times, 3/1).