Somalia: una crisis que no es humanitaria

La crisis social que atraviesa Somalia resulta, probablemente, la más brutal que ocurre actualmente en el planeta. En el lejano país ubicado en el Cuerno de Africa, al este del continente, han muerto más de 29 mil niños menores de cinco años en los últimos tres meses, producto de la sed o el hambre. La sequía que azota a diversas regiones del país ha dejado un escenario lúgubre: se calcula que pueden morir hasta 2 mil personas por día si la situación se mantiene en estas condiciones. Al menos 170 mil personas huyeron del país y buscaron refugio en los países limítrofes. Si bien en Somalia viven alrededor de 8 millones de personas, estarían en peligro unas 12 millones de personas, ya que también esta situación a regiones de Etiopía, Kenia y Uganda. La ONU declaró una emergencia en cinco zonas del país, lo que, por supuesto, no logra resolver nada. La sequía que golpea a los pastores nómades y seminómades podría ser resuelta con un plan de inversiones que establezcan un sistema de irrigación artificial u otros proyectos donde el desarrollo técnico permita hacer frente a las crisis originadas por la naturaleza y el clima. Sin embargo, consultado por el desarrollo de un plan de este tipo, Barack Obama “respondió que el Congreso de Estados Unidos no apoyaría una iniciativa de desarrollo importante para las tierras secas” (El País, 7/8). La crisis social no ha impedido, sin embargo, que fecunden ideas para nuevos negocios. Un grupo de seis países de la región con grandes zonas de tierras secas -Etiopía, Somalia, Kenia, Uganda, Yibuti y Sudán del Sur- se han unido en una “iniciativa de las Tierras Aridas para utilizar las mejores prácticas y tecnologías de vanguardia” que será sustentada con el apoyo de, nada más y nada menos, “distintas empresas, como Ericsson, Airtel, Novartis y Sumitomo Chemical” (ídem).

Intervención

El gasto principal del imperialismo en Somalia ha sido, principalmente, el militar, para apoyar el combate contra las milicias islámicas que, aun así, controlan importantes territorios del país. Somalia, en tanto Estado, es una verdadera ficción -como sucede en muchos otros países del continente africano. Desde su misma fundación como Estado (la unificación de la Somalia italiana con la Somalilandia británica en 1960) estuvo dividas entre tribus, clanes y distintos grupos. Durante décadas sufrió escisiones, así como la declaración de independencia unilateral de alguna facción. La intervención de las fuerzas de la ONU y una reforma política que convirtió a Somalia en un Estado Federal -con un acuerdo de representación “federal” de los cuatro principales clanes y otros grupos en la Cámara Legislativa- serían la base del florecimiento de un nuevo “Estado moderno” en Africa -como lo eran Túnez, de Ben Alí, y Egipto, de Mubarak. Esto, por supuesto, queda a la luz ahora que ha fracasado de manera estruendosa. La prensa internacional ha titulado, por lo general, sus artículos referidos al tema de Somalia como una “crisis humanitaria”. Es decir, omiten y silencian la responsabilidad de siglos de opresión imperialista que han dejado una nación devastada.