Sri Lanka, una profunda rebelión popular

El presidente huye al exterior y los manifestantes ocupan las oficinas del primer ministro.

Una multitud irrumpe en las oficinas del primer ministro

El líder de Sri Lanka, Gotabaya Rajapaksa, escapó este martes de la isla en un avión militar con rumbo a las Maldivas, tras las manifestaciones masivas del fin de semana que ocuparon la residencia presidencial en reclamo de su renuncia. Sin embargo, como en este país insular también es objeto de un repudio masivo (de hecho, lo recibió una protesta en el aeropuerto), estudiaba la posibilidad de trasladarse a Singapur.

La rebelión popular, mientras tanto, continúa su curso, desbordando la represión, el estado de emergencia y los toques de queda. Los manifestantes erigieron barricadas cerca del parlamento y tomaron las oficinas del primer ministro Ranil Wickremesinghe. Este maniobraba para mantenerse en el cargo, pero su suerte parecía echada, ya que le han soltado la mano hasta los militares.

Sin Rajapaksa ni Wickremesinghe, quien asumiría transitoriamente el poder es el jefe del parlamento, Mahinda Yapa Abeywardena. Para el 20 de julio, está programada una sesión parlamentaria para elegir al nuevo gobierno, que debería completar el mandato hasta las elecciones de 2024.

Los partidos patronales negocian -exhortados por las fuerzas armadas y la burguesía- la formación de un nuevo gobierno que ponga fin a la rebelión. Uno de los nombres en danza es el del líder de la oposición, Sajith Premadasa, quien pertenece al SJB (Samagi Jana Balawegaya), una fuerza que encabeza una coalición de diez partidos. Otro de los nombres que circula es el de Dullas Alahapperuma, del oficialista SLPP (Sri Lanka Porujana Peramuna).

Pero mientras se desenvuelve esta rosca política, la residencia presidencial sigue tomada y las manifestaciones y mítines continúan, teniendo como uno de sus centros el bello parque Galle Face Green de Colombo, junto al mar.

Las últimas semanas de mandato de Rajapaksa estuvieron marcadas por un agravamiento dramático de la crisis. Se intensificaron los apagones eléctricos programados, las colas para conseguir combustible, y se cerraron las escuelas y oficinas para disminuir el uso del transporte (La Nación, 7/7). A su vez, el gobierno promovió que los empleados públicos tomaran parte de su jornada laboral para plantar alimentos en sus casas, e incluso ofreció licencias pagas para buscar trabajo en el exterior, con el objeto de que emigren y envíen las divisas. Ciertamente, los pedidos para irse del país se dispararon y se habla de gente huyendo en botes hacia la India (ídem). El gobierno insistió hasta el último momento en descargar la crisis sobre la población trabajadora. Una de sus últimas medidas fue el aumento del IVA.

El disparador de esta crisis fue la dificultad del país para seguir financiado las importaciones de combustibles y otros productos, ante la suba de precios a nivel internacional, tras el estallido de la guerra en el este europeo. La inflación en alimentos ya trepa al 57% interanual y el 70% de los hogares redujo su consumo de víveres, según una encuesta de la ONU.

El clan gobernante, los Rajapaksa (Mahinda, el hermano del actual presidente, renunció a su cargo de primer ministro en el curso de las protestas), hundió a Sri Lanka con la emisión de bonos de alto rendimiento que facilitaron un gran negocio para el capital financiero. El país entró en default en mayo y el gobierno depuesto negociaba un paquete de rescate con el FMI, que exige como condición un ajuste en regla.

Sri Lanka es la mayor expresión de las convulsiones políticas y sociales que acarrea la crisis capitalista mundial, que se agravó con la conflagración en Ucrania pero que es previa a ella. El desenlace positivo de esta situación sería un gobierno de trabajadores en la isla.

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