Sudán: decenas de miles vuelven a movilizarse contra los militares

El 30 de junio no es una fecha como cualquier otra en el calendario de Sudán, el empobrecido país edificado sobre los restos del mandato colonial británico al sur de Egipto. Durante tres décadas, se celebró (a la fuerza) el aniversario del golpe de Estado encabezado por el general Omar al Bashir, que impuso una dictadura genocida, islamista y pro yanki.


En 2019, las imágenes del levantamiento popular (con protestas, acampes “piqueteros” y huelgas generales -con un notorio protagonismo de las mujeres) recorrieron el mundo. La movilización había logrado tumbar al dictador. Sin embargo, el régimen, bajo una figura de transición cívico-militar, sobrevivió.


Contra esa farsa gubernamental, orquestada por las potencias regionales y el imperialismo, decenas de miles se movilizaron este 30 de junio, enterrando definitivamente el contenido reaccionario de la efeméride y consagrándola como una jornada de lucha.


Transición en crisis


El resurgimiento de las protestas se vincula directamente con las penurias económicas extremas. El nuevo recorte a los subsidios al combustible se combina con una inflación que trepa por encima del 100% y una deuda externa que duplica holgadamente el PBI. Mientras tanto, las rentables reservas mineras y de industrias extractivas siguen en manos de los jerarcas militares. El derecho a este usufructo ilegítimo fue avalado explícitamente en el acta de la transición cívico-militar.


Las cifras oficiales sobre el coronavirus son poco fiables. El gobierno rechaza generalizar medidas sanitarias elementales, como el distanciamiento social. Se ha ralentizado el comercio inter africano, la gran apuesta, y prácticamente se ha cortada el ingreso de las remesas enviadas por los trabajadores migrantes.


El primer ministro Abdalla Hamdok -civil- está siendo tironeado por sectores en pugna. Los viejos militares, que retienen una mayoría formal, están enfrentados al ala pro Arabia Saudita, liderada por “Hemeiditi” Dagolo, un ex señor de la guerra. Esta última fracción parece estar ganando primacía, lo cual se manifiesta en un viraje hacia Egipto (aliado saudí) contra Etiopía por el conflicto de la represa hidroeléctrica del río Nilo, la obra más importante de la región. Los anuncios de militarización de la frontera con Libia, con el fin de evitar el ingreso de armamento y combatientes en beneficio de los “terroristas islámicos”, advierte que Sudán está siendo utilizado como un peón de las potencias regionales en el reparto libio.


La crisis es mayúscula. La disgregación del control gubernamental ha reavivado el accionar de caudillos y bandas paramilitares en el sur, pero también de los combatientes del Movimiento Sudanés de Liberación Nacional, una serie de grupos nacionalistas que cuentan con primacía en el sureste del país. Días atrás, declararon un alto al fuego a cambio de negociar más autonomía o, de lo contrario, encaminarse hacia una nueva secesión. En este cuadro, el imperialismo ha decidido “desensillar hasta que aclare”, y moderado su apoyo financiero y político.


Un balance necesario


La particularidad de la rebelión de 2019 en Sudán fue la emergencia de una dirección política definida, que actuó como coordinación de los distintos procesos a escala nacional. Este conglomerado de sectores sindicales, democráticos, nacionalistas y stalinistas tiene una expresión destacada en la SPA (Asociación de Profesionales Sudaneses), que nuclea a gremios del Estado y de profesiones liberales.


La orientación del SPA es frentepopulista, de alianza con la burguesía. Luego de una postura inicial de abstención, entró con un representante al Consejo de Transición cívico-militar. Esta integración fue un factor decisivo para contener el movimiento. Los militares recobraron aire y, un año después, aún no se estableció ninguna reforma de fondo.


La movilización del 30 de junio -convocada por la SPA y otros- desenvolvió denuncias muy fuertes contra los militares y por las condiciones económicas, y fue duramente reprimida. Sin embargo, no es de extrañar que haya sido saludada por el primer ministro, quien había anunciado, poco antes, tanto su voluntad de avanzar en los reclamos democráticos como el peligro -probablemente real- de provocaciones militares. Este guiño a los sectores en lucha será utilizado por la burguesía “democrática” como herramienta de presión contra los militares “duros” en función del control de la transición.


Una perspectiva obrera y socialista debe bregar por la unión de la clase obrera y los explotados en base a sus demandas democráticas (gobierno civil, condiciones laborales, derechos para minorías, justicia por represión), estructuradas como un puente hacia la lucha por el gobierno obrero. También en Sudán, es imprescindible cortar amarras con la burguesía -tanto democrática como militar.