Tailandia: la crisis capitalista deriva en guerra

El ejército tailandés tomó finalmente, a sangre y fuego, –la masacre definitiva– el centro de Bangkok ocupado por los opositores “camisas rojas”. La decisión gubernamental de masacrar se conoció el domingo, cuando el presidente rechazó negociar un alto el fuego propuesto por los rebeldes.

La masacre estaba asegurada incluso por la desigualdad de la batalla: los “camisas rojas” –armados con bombas molotov, gomeras y cohetes artesanales– hicieron frente a 30 mil soldados pertrechados con fusiles automáticos y blindados. Los militares habían cercado además la zona tomada por los rebeldes para vencerlos por el hambre, que ya afectaba a miles de personas incluidos niños. En cuatro días, según partes oficiales, murieron cuarenta personas y resultaron heridas más de doscientas. Los acampados en el centro de Bangkok eran entre cinco y diez mil personas.

Los “camisas rojas” son seguidores del ex primer ministro nacionalista Thaksin Shinawatra, dueño de Corporación Shin, la operadora móvil más grande de Tailandia, y uno de los hombres más ricos del país. Shinawatra se enriqueció “a la Argentina”, con grandes contratos con el Estado para sus empresas de telefonía móvil, televisión por cable y satélites de comunicaciones. Líder del partido Thai Rak Thai, fue derrocado por un golpe de estado en septiembre de 2006.

Los “camisas rojas” sólo exigían que el actual primer ministro, Abhisit Vejjajiva –electo sin elecciones, de manera ilegítima– disolviera el parlamento y convocara a comicios, lo cual, según esperaban, permitiría el regreso de Shinawatra al gobierno.

Como se ve, los bandos en pugna en esta guerra civil son inconfundiblemente burgueses, vinculados unos y otros con el imperialismo, con el capital financiero internacional.
¿Por qué, entonces, la guerra?

Los tigres de papel

La profunda crisis financiera en el sudeste asiático empezó, precisamente, en Tailandia. Los “tigres asiáticos” comenzaron a derrumbarse, en 1997, cuando el Banco Central tailandés devaluó fuertemente el baht, la moneda del país. Entonces empezó a estallar la gran burbuja en esos países porque, apenas devaluado el baht, los especuladores retiraron rápidamente sus capitales de Indonesia y Filipinas, cuyos artificios financieros también se vinieron abajo.
Hasta esa crisis, “Tailandia era un elemento de equilibrio regional” (Corriere della Sera, 16/5). Ahora, en cambio, la guerra en ese país es un factor particularmente revulsivo en una zona hundida en una crisis financiera y sobre todo política de consecuencias por ahora imprevisibles.

Malasia, al sur, con una economía quebrantada, ve prosperar una guerrilla islámica separatista. También Filipinas vive en un estado de guerra incipiente.

En definitiva, la descomposición capitalista empieza a transformarse en el sudeste asiático en descomposición política y social, en guerras civiles entre camarillas proimperialistas y en masacres insoportables.