Taiwán, foco de terremotos y de las tensiones políticas globales

Uno de los edificios afectados

Taiwán experimentó estos días el peor terremoto en los últimos 25 años de su historia. Con un registro de 7,4° en la escala Richter, tuvo como epicentro las costas de la región de Hualien, ubicada en el este, pero afectó a toda la isla, incluyendo a la capital, Taipéi. Hay doce fallecidos y daños masivos en infraestructura; las imágenes muestran innumerables edificios curvados como consecuencia del sismo.

La región es proclive a estos hechos, debido al entrelazamiento de dos placas tectónicas: desde 1980 a la fecha se han documentado 2.000 incidentes de al menos 4°, el peor de ellos en 1999, cuando murieron 2.400 personas (La Nación, 4/4). La intensa y periódica actividad sísmica ha obligado a la isla a establecer distintas medidas de prevención.

Pero este último terremoto desencadenó también un roce diplomático. En una reunión sobre derechos de la niñez en Naciones Unidas, un representante de China –que reclama la isla como parte de su territorio- indicó que el gigante asiático había expresado sus condolencias ante el sismo, y al mismo tiempo agradeció a la “comunidad internacional” las muestras de simpatía y preocupación.

En respuesta, el Ministerio de Exteriores taiwanés condenó la “desvergonzada utilización por parte de China del terremoto para llevar a cabo operaciones cognitivas [léase, de propaganda] a escala internacional”.

Las tensiones entre China y Taiwán vienen en franco crecimiento desde hace ya muchos años. Los gobiernos de la presidenta Tsai-Ing-wen, del Partido Progresista Democrático (PPD), que, contra lo que supone el nombre, es una formación de raigambre liberal y anticomunista, profundizaron el alineamiento con Estados Unidos, que viene tejiendo en el Pacífico un cerco contra el gigante asiático a través de vínculos económicos, políticos y militares con Filipinas, Australia, Corea del Sur y Japón.

Hualien fue el epicentro del terremoto

Washington provee de armamento a Taiwán y, durante su gira por Asia en mayo de 2022, el presidente norteamericano Joe Biden comprometió su apoyo militar a la isla en caso de un desembarco chino, si bien después trató de matizar ese comentario señalando que sigue en pie la doctrina de la “ambigüedad estratégica”, por la cual la Casa Blanca se compromete a prestar defensa, pero no a participar de un eventual conflicto armado. Posteriormente, la extitular de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, visitó el área.

Durante el último encuentro entre Xi Jinping y Biden, en noviembre de 2023, el mandatario chino defendió la reunificación como “inevitable”  y sostuvo que “la cuestión de Taiwán sigue siendo el asunto más importante y más sensible en las relaciones entre Estados Unidos y China”.

Biden, por su lado, habría planteado que respeta el principio de “una sola China”, pero lo cierto es que viene actuando en sentido contrario, como lo demuestran las maniobras militares crecientes de Washington en el estrecho de Taiwán.

Las últimas elecciones presidenciales en la isla, en enero, ratificaron el dominio del PPD, cuyo candidato, el actual vice Lai Ching-te (quien asumirá su nuevo cargo el 20 de mayo), defiende los planteos filo-independentistas y la alianza con la Casa Blanca.

El PPD obtuvo alrededor del 40% de los votos, frente al 33% del Kuomintang (KMT), más proclive a la negociación y el vínculo amistoso con Beijing. En tanto, el novedoso Partido Popular de Taiwán (PPT), fundado en 2019 por el exalcalde de Taipéi, Ko Wen-je, cosechó el 26%, irrumpiendo en un escenario que había sido fundamentalmente bipartidista en las últimas décadas.

Aunque retuvo la presidencia, el PPD perdió la mayoría absoluta en el parlamento. Sobre un total de 113 legisladores, el KMT es ahora la primera fuerza, con 52 escaños, seguido del PPD, con 51, y el PPT con 8. Durante la campaña electoral, Beijing cuestionó severamente al candidato del oficialismo por poner en peligro la paz en la zona.

Taiwán basa su suerte en el alineamiento con Estados Unidos y la poderosa industria de semiconductores, que se estima que abastece la mitad de la demanda mundial de chips. La compañía TSMC es uno de los principales fabricantes del mundo. China se ha lanzado a la carrera por la fabricación, pero está retrasado en cuanto a la tecnología. En el caso de Estados Unidos, lidera el diseño de chips, pero es dependiente de la fabricación en el continente asiático.

De implicar un 5% de las exportaciones taiwanesas en 1995 (por unos 6.000 millones de dólares), los semiconductores pasaron a representar más del 36% en 2021 (por unos 130.000 millones de dólares). El 80% de la producción manufacturera de la isla se explica por los chips, cuando en el pasado había una paridad entre todos los sectores, incluyendo la industria química, metalífera y autopartista (datos de El Economista, 14/3/22).

El problema de este boom de los semiconductores es que el crecimiento de las exportaciones y la afluencia de inversiones extranjeras han redundado en un fortalecimiento de la moneda que perjudica al resto de las industrias exportadoras.  Por esta dependencia de los chips, varios analistas consideran que Taiwán es un caso especial de la llamada “enfermedad holandesa”.

Las tensiones crecientes en el Pacífico entre Estados Unidos-Taiwán y China se inscriben en una tendencia global que hoy tiene su expresión principal en Ucrania. Contra el militarismo yanqui y la guerra imperialista, debe irrumpir la clase trabajadora.

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