Todo el poder a los ‘servicios’

La ‘naturalidad’ del traspaso del gobierno de Yeltsin al primer ministro, Putin, no alcanza para ocultar que se trata de una crisis mayúscula e incluso que reúne las características de un golpe de Estado. No sería la primera vez , en el largo curso de la historia mundial, que un agudo proceso de descomposición política aparece disimulado por retoques menores que parecen responder a necesidades estrictas del momento.


Para poner el reciente cambio en perspectiva, habría que señalar que Yeltsin no es la primera víctima eminente de la crisis extraordinaria de Rusia. La renuncia anticipada del presidente del FMI, hace un par de semanas, obedeció al mismo motivo. Durante la crisis financiera de agosto de 1998 el FMI volcó sobre Rusia una enorme cantidad de dinero con la aparente finalidad de defender el rublo. El resultado real fue, sin embargo, que unos 29 bancos usaron esos créditos para especular contra la divisa rusa, lo que les dio un beneficio de varios miles de millones de dólares. Entre los bancos que se beneficiaron había tres peso-pesados de los Estados Unidos: el Citibank, el Chase Manhattan y el Republic National of New York. Lo realmente grave, para el conjunto del capitalismo internacional, fue que la debacle del rublo y del mercado de la deuda rusa no solamente desató una ola de bancarrotas en América Latina, empezando por Brasil, sino que llevó a la quiebra al principal Fondo de operaciones especulativas internacionales, el LTCM, lo cual obligó a una operación de rescate del Banco Central de los Estados Unidos para evitar que, en la corrida, se cayeran varios bancos que ocupan los primeros puestos del ránking internacional.


La otra víctima importante de la crisis rusa fue el banquero judío-libanés Edmond Safra, asesinado en su búnker de Montecarlo. El hombre era el presidente del Republic National of New York, es decir, del banco que manejaba las operaciones internacionales de los oligarcas financieros rusos. Safra habría sido quien puso al FBI en la pista de las operaciones de lavado de dinero de esa oligarquía, que se procesaba fundamentalmente a través de otro banco neoyorquino, el Bank of New York, luego de lo cual vendió su banco al británico HSBC, para evitar represalias de la mafia rusa. Safra delató a sus socios rusos debido a que éstos se negaban a hacer frente a la deuda contraída con el Republic luego de la crisis del rublo.


Esta crisis entre Safra y los rusos puso al desnudo una situación más generalizada; es decir, la crisis que existe entre numerosos bancos occidentales y los rusos por deudas impagas o por la exigencia de los rusos de que las pérdidas ocasionadas por el derrumbe del rublo en agosto de 1998 sean compartidas entre deudores y acreedores.


Yeltsin era la cabeza política de la oligarquía financiera rusa y su propia familia se encuentra acusada, ante los tribunales suizos, por el lavado de dinero obtenido por coimas cobradas a las empresas que habían obtenido el derecho a refaccionar las instalaciones del Kremlin. Incluso el entorno de la familia de Yeltsin arrastra acusaciones de lavado de dinero, a partir de operaciones ilegales de la empresa Aeroflot.


En definitiva, cuando se tiene en cuenta la crisis internacional desatada por el proceso de restauración capitalista en Rusia y el consiguiente saqueo del país, la movida de piezas de fin de año en el gobierno ruso aparece como la punta del témpano de un proceso de alcance mucho más vasto: el agotamiento del régimen de saqueo económico, que además de haber empobrecido en forma gigantesca a Rusia y desatado un proceso de desintegración del país, ha provocado una crisis excepcional con los centros financieros fundamentales del imperialismo.


De la oligarquía a los ‘servicios’


Lo anterior explica por qué muchos analistas internacionales han atribuido la guerra contra Chechenia a un complot de la oligarquía financiera para distraer la atención sobre su situación, para hacer frente a las por entonces inminentes elecciones parlamentarias en un clima de exaltación nacionalista, y para cubrirse las espaldas poniendo a los servicios de seguridad y a las fuerzas armadas en el centro del tablero político.


La razón de la desintegración estatal de Rusia no se agota, sin embargo, en las consecuencias de la crisis financiera. Ella es el resultado de la restauración capitalista, que tiene por eje el acaparamiento privado de los recursos y patrimonio del Estado. Para una gran parte de los nóveles capitalistas rusos, el Estado central ruso no representa una protección suficiente de sus intereses adquiridos, ni mucho menos una garantía. Esto explica que cada región administrativa de Rusia se encuentre bajo el control de la oligarquía local, más que del gobierno nacional. En las recientes elecciones parlamentarias, la ganadora fue una lista improvisada de candidatos y de tendencias, cuyo único denominador común era el apoyo del que gozaba por parte de una mayoría de gobernadores regionales. Una misión observadora de la OSCE informó al diario Le Monde que los resultados de las elecciones siguen al mílimetro a la tendencia política dominante en cada región.


En Chechenia, este proceso de desintegración se conjuga con la reivindicación nacional de los pueblos del Cáucaso y con la fuerza de atracción del mercado mundial, o sea, del capitalismo internacional. El gobierno ruso pretende resolver por las armas algo que sólo puede ser superado por medio del ofrecimiento de una asociación capaz de promover el desarrollo de las fuerzas productivas y del nivel cultural. La agresión militar está condenada al fracaso. Su naturaleza es completamente reaccionaria porque apunta a defender la restauración capitalista, la entrega al capital internacional y el saqueo económico por parte de la oligarquía nativa. El ejército se ha prestado a esta acción porque pretende reivindicar sus propios intereses en la mesa del reparto estatal, lo que significa una rehabilitación de la industria militar. La restauración capitalista, que se había justificado en nombre del establecimiento de la democracia, culmina así en el terror y en el militarismo. La acción del ejército no encierra ninguna posibilidad de renacimiento nacional ruso; eso sólo podrá producirlo una nueva revolución socialista, al igual -aunque esta vez superior, por el nivel de desarrollo del país- que lo hizo la primera. La salida militar en curso podría terminar con la derrota del ejército y una franca desintegración estatal de Rusia.


Estados Unidos y Europa


Ya hace varias semanas que la prensa internacional venía informando que el gobierno norteamericano apoyaba a Putin para suceder a Yeltsin en la finalización del mandato de éste; ahora ha ratificado esta posición. También ha apoyado la agresión militar rusa contra Chechenia, incluso cuando la masacre de la población civil llegaba a los peores extremos. El FMI y el Banco Mundial han continuado con sus préstamos a Rusia, y un intento de suspender los créditos del Eximbank norteamericano ha concluido desatando una crisis en el gobierno de Clinton.


La razón del apoyo es muy clara: el imperialismo apoya la restauración capitalista, pero además ha logrado, mediante un pacto con los rusos, preservar de la guerra a los países del Caucaso sur, con fuertes recursos petroleros, como Georgia y Azerbaidjan, que prácticamente han pasado a la órbita de la Otan. Esto le ha abierto a los yanquis las puertas a los países del Asia Central, todavía más ricos en recursos mineros y petroleros, como Kazakastan y Uzbeskistan. Luego de prometer a Gorbachov que la aceptación de la unidad alemana no entrañaría la expansión de la Otan hacia el este, ésta ha logrado en diez años llegar a casi todas las ex repúblicas de la Unión Soviética, transformar a los Balcanes en un protectorado y establecer un cerco militar sin precedentes en torno a Rusia.


Pero lo que seguramente explica el estrecho apoyo norteamericano al proceso político ruso es el acuerdo en apoyar el desplazamiento del poder de la oligarquía financiera, que ha comprometido seriamente la posición financiera de la oligarquía capitalista internacional. Ligado a esto, el gobierno de Clinton apoyaría una rehabilitación de la industria militar rusa a cambio de acuerdos concretos en este terreno y de la luz verde para modificar los acuerdos militares anteriores que impiden a sus firmantes construir sistemas antimisiles. La guerra de Chechenia ha servido para una frenética actividad diplomática norteamericana en Rusia, con vistas a profundizar en sus intereses estratégicos a cambio del apoyo al nuevo gobierno.


Es esto lo que explica los nuevos choques con el imperialismo europeo, que quedaría aislado de esos acuerdos militares y, consecuentemente, más subordinado que nunca a la hegemonía de la industria militar yanqui, precisamente cuando Europa está intentando desarrollar la suya propia.


A dónde va Rusia


Lo que hizo indoloro el traspaso del gobierno no es la ausencia de contradicciones entre sus protagonistas, sino la completa ausencia de oposición política. El partido comunista ha quedado irrevocablemente comprometido con la nueva situación, porque está entre quienes más apoyan la guerra colonial contra Chechenia, al ejército y a la decaída industria militar. La emergencia de Putin ha servido para eliminar del escenario a la otra fracción que pretendía hacerse cargo del agotamiento del régimen de la oligarquía financiera -la encabezada por el ex primer ministro Primakov y por el alcalde de Moscú, Luzhkov-. Hay indicios de que éstos se pasarían al campo de Putin, rechazando la posibilidad de encabezar las listas del PC en las presidenciales que tendrían lugar en marzo próximo. De cualquier manera, está claro que el ejército está decidido a imponer a su candidato a cualquier precio.


Cuando, en 1996, el general Lebed logró imponer su posición de paz con los chechenos, se puso en evidencia, aunque en forma muy fugaz, un cierto nivel de conciencia histórica del ejército ruso. Es decir, que Rusia no tendría salida si no superaba primero la impasse creada por la restauración capitalista. Pero ni Lebed ni cualquier otro militar pudieron superar los límites sociales de la burocracia en la que se habían formado. En las condiciones que se han desarrollado desde entonces, las fuerzas armadas han perdido la capacidad para actuar como recurso último de salvación del Estado, no digamos ya de la nación rusa. Algo similar se manifestó ya con el ejército yugoslavo. De conjunto, la unidad de Rusia se encuentra en manos del imperialismo mundial, por eso el ejército busca su apoyo.


La alternativa a este escenario de barbarie son los trabajadores de los Balcanes, de Rusia y del Cáucaso. Será necesario oponer al régimen de protectorado en los Balcanes y a la guerra colonial de los restauracionistas rusos, la unidad socialista de los explotados. Esta lucha deberá poner al desnudo la función imperialista y opresora de la Europa democrática y oponerle una gran Federación socialista de todas las naciones europeas.