Un impeachment difícil, en un Estados Unidos polarizado

El juicio político contra Trump -por sus gestiones y extorsiones para que Ucrania avance judicialmente contra los negociados del hijo del candidato del Partido Demócrata (PD) Joe Biden, y por obstrucción al Congreso que investigaba esos menesteres, tuvo la semana pasada un arranque poco promisorio para sus impulsores demócratas: no lograron arrimar ningún voto de los senadores del Partido Republicano (PR) que dominan la cámara (53 contra 47) a sus propuestas para sumar nuevos testigos clave y acceder a más documentos, lo que sugería que el proceso sería exprés.


Se espera que la fase de exposición termine el martes, tras lo cual habría una nueva votación por el tema, en la que se baraja que cuatro senadores republicanos se den vuelta, habilitando la comparecencia de testigos como el ex consejero de Seguridad Nacional John Bolton (conocedor de primera mano, según recientes filtraciones de un libro que está por publicar, de las presiones a Ucrania), y una prolongación del juicio.


Incluso en ese caso, se ve difícil que el PD logre sumar 20 votos más para llegar a los 67 necesarios para una condena. Los demócratas no pueden haber descartado este escenario, y es probable que hayan decidido seguir adelante con la sola intención de dañar la imagen de Trump hacia las elecciones presidenciales de noviembre. Con todo, el proceso amenaza con concluir con los senadores del PR mancomunados con el rubio chillón y con el PD habiendo lanzado una ofensiva que terminaría aguada.


Crisis del régimen y polarización


Tanto la existencia del impeachment como su cuestionado destino muestran que la crisis del régimen político yanqui que le permitió llegar al poder a Trump no se ha cerrado, y podría profundizarse. Mientras el magnate viene sufriendo reveses en su tentativa de encumbrarse como un Bonaparte (desde los choques con la justicia al propio impulso de la inteligencia y el servicio diplomático al impeachment), no surge ningún presidenciable alternativo en el campo republicano y las figuras del establishment están lejos de tener garantizada una victoria en la interna demócrata.


El partido opositor se hizo con la mayoría en la Cámara Baja en las elecciones de 2018, pero debió sentir la corriente de antipatía hacia Hillary Clinton. Una encuesta reciente coloca por vez primera a Bernie Sanders, autoproclamado socialista, como favorito para las internas, con 27 contra 24% de Joe Biden. Sanders habría sumado adhesiones en estos días por condenar las provocaciones de Trump contra Irán, a tono con las marchas de repudio en todo Estados Unidos; y es quien más recaudó para la campaña, en su mayoría de trabajadores y sectores de bajos ingresos. Así, se configura un escenario de posible confrontación entre un candidato “izquierdista” y otro de ultraderecha, ambos outsiders del establishment.


Ello iría en línea con lo visto al inicio de la campaña de 2016, expresando la polarización política que atraviesa el país y recogen a diario los medios yanquis. Muestras de esto son el aumento de la violencia racial apañada por Trump, de un lado, y del otro el crecimiento de los Demócratas Socialistas de América, la principal organización de izquierda y un sostén clave en la candidatura de Sanders. Ello incluso cuando Sanders y DSA obstaculizan una franca polarización de clase, limitándose en sus choques con Trump a la acción parlamentaria del PD y buscando encolumnar detrás de él a la militancia obrera y juvenil.


Los blefs del tuitero y el espectro de la recesión


Con la mira puesta en primer lugar en la reelección, Trump buscó mostrar iniciativa mediante el asesinato de Soleimani. Las protestas del PD ante el mismo no logran ocultar que su programa de fondo es por una política imperialista más sistemática y agresiva, representando a los sectores de la burguesía norteamericana que ven espantados las improvisaciones y recules de Trump en política exterior -desde el fracaso del golpe en Venezuela hasta el retroceso general en Medio Oriente, así como las amenazas fallidas contra China y Corea (que mostraron las divisiones dentro del capital yanqui).


En este escenario complejo, con espoleos desde arriba y desde la calle, Trump logró frenar la caída de popularidad apelando a la reactivación económica de los años iniciales de su mandato y a índices como el de desocupación, en su mínimo histórico (a costa de salarios y condiciones de trabajo paupérrimos). La burguesía industrial se ha visto afectada por la guerra comercial pero se mantiene en favor de las barreras arancelarias de Trump -al igual que sus socios en la burocracia sindical-, sospechando que enfrentaría una caída peor sin ellas (Financial Times, 9/1).


Pero la economía del país viene desacelerando (la expansión del tercer trimestre de 2019 fue la más baja de esta gestión) y no son los pocos los que advierten el riesgo de una recesión (el fantasma que recorre el mundo). Los bonos con vencimiento a largo plazo pasaron a rendir mejor que los de corto plazo, expresando la incertidumbre sobre el futuro inmediato de la economía. Hay quienes señalan, incluso, que el desempleo cayó porque los empresarios prefieren tomar trabajadores superflexibilizados que renovar capital fijo.


La crisis política y económica del país, combinada con los síntomas de radicalización en amplias franjas de los explotados, es un campo fértil para la organización revolucionaria, independiente de los partidos de la burguesía imperialista, contra las avanzadas fascistoides, el belicismo y la explotación.