Un voto decisivo por el apartheid


 


“Israel vota por la separación y las fronteras definitivas” y “los israelíes abandonan el sueño del Gran Israel” fueron los temas principales en la manipulación que caracterizó la cobertura de los grandes periódicos, incluso de algunos progresivos, sobre las elecciones parlamentarias israelíes que tuvieron lugar el 28 de marzo. En realidad, los resultados electorales revelan que ha emergido un consenso entre los judíos israelíes, no sólo contra los requerimientos básicos de justicia y paz genuina, como siempre fue el caso, sino también en apoyo de una forma más agresiva de limpieza étnica de los palestinos y de reforzamiento del apartheid sionista.


 


En las elecciones de la Knesset (parlamento israelí) de 2006, los israelíes efectivamente votaron en forma abrumadora por la “separación”, no de los territorios palestinos ocupados, sino sólo de los palestinos — tanto en Israel, como en los Territorios como en el exilio. Las tierras palestinas son claramente excluidas de la “separación”. Un examen objetivo de los resultados electorales y de las plataformas políticas de los partidos representados en el nuevo parlamento israelí muestra que la celebración del “cambio hacia la paz y el realismo” por los eruditos de los medios occidentales e israelíes no sólo es injustificada sino también muy decepcionante. Si algo ha tenido lugar es una ávida adopción de la agenda de la derecha.


 


Antes de exponer el la manipulación, los lectores deben ser advertidos de que “derecha”, “izquierda” y “centro” son términos relativos; en el contexto político israelí tienen un significado sustancialmente diferente al de cualquier otro sistema parlamentario comparable, incluido el Consejo Legislativo Palestino. Con la excepción de los partidos políticos dominados por los palestinos, todos los partidos israelíes representados en la 17ª Knesset convergen en los tres “no” fundamentales del sionismo: el “no” al retorno de los refugiados palestinos que fueron desarraigados por Israel durante la Nakba (la catástrofe de su desposesión y su expulsión alrededor de 1948); el “no” al completo fin de la ocupación y de la colonización de las tierras palestinas ocupadas por Israel en 1967; el “no” a la plena igualdad — ante la ley así como también respecto de las políticas gubernamentales — entre los ciudadanos judíos y los ciudadanos palestinos de Israel, la población originaria de la tierra que permanece en Israel.


 


Algunos pueden argumentar que el partido de las “ultra-palomas” judías-israelíes, el Meretz, ha discrepado de este consenso en la segunda cláusula, cuando defendió “el fin de la ocupación”. De hecho, el Meretz jamás aceptó un retorno completo a las fronteras internacionalmente reconocidas de 1967, las cuales ponen a Jerusalén oriental con su Ciudad Antigua del lado palestino. Siempre reclamó mantener parte de los territorios palestinos ocupados bajo control israelí, para no mencionar que su consistente posición contra los derechos de los refugiados palestinos y contra la plena igualdad en Israel hace aparecer a los partidos xenófobos de Europa, en comparación, como liberales.


 


Recientemente, el principal dirigente del Meretz, Yossi Beilin, escribió a Avigdor Lieberman — visto por ciertos analistas como el nuevo líder de la derecha “fascista” en Israel — que lo admiraba por ser “muy inteligente, un político exitoso, un excelente hombre de acción y un hábil judío”, rogándole además que “nos guíe a una situación en la cual el pueblo judío, también, tendrá finalmente un Estado judío por sí mismo”. Lieberman reclamó la limpieza étnica del medio millón de palestinos que son ciudadanos israelíes mediante un “ajuste de las fronteras” que los deje afuera, negándoles la ciudadanía y cualquier derecho pertinente. Es importante hacer notar que la mayor parte de la tierra perteneciente a este grupo ya ha sido confiscada por el Estado en las pasadas décadas. Sin embargo, el oportunismo politiquero del Meretz fue rechazado de plano por los votantes israelíes, ganado sólo cinco bancas en las elecciones de la semana pasada, comparadas a sus ya mezquinas seis bancas en las elecciones de 2003.


 


En un agudo contraste a la continua caída de la “izquierda”, el partido ultraderechista de Lieberman, Israel Nuestro Hogar, cuyos principales votantes se encuentran entre los inmigrantes de habla rusa, ganó asombrosamente once bancas con una plataforma que llama explícitamente a negarle a los ciudadanos israelíes “el derecho a vivir en el Estado por consideraciones de religión y de raza”, como escribió el comentarista israelí Akiva Eldar.[1] Aunque otros partidos extremistas vistos en la Knesset, como el Rehavam Ze’evi’s Moledet, defendieron en el pasado una agenda fascista similar, esta es la primera vez en la historia de Israel que se considera que un partido de esta naturaleza forma parte de la corriente principal. “La aceptación de Lieberman en el corazón del consenso”, advierte Eldar, “es una evidencia (…) de la degradación moral de la sociedad judía israelí”.


 


Un estudio reciente sobre el racismo israelí[2] confirma esta “degradación moral”. Más de dos tercios de los judíos israelíes afirmaron que no querrían vivir en el mismo edificio con ciudadanos israelíes palestinos, mientras que el 63% declaró estar de acuerdo con la afirmación de que “los árabes son una amenaza demográfica y de seguridad para el Estado”. Un 40% creía que “el Estado necesita apoyar la emigración de los ciudadanos árabes”. Este cambio general en la opinión pública israelí hacia posiciones de extrema derecha explica el notable ascenso de Lieberman.


 


Pero uno no necesita ser Lieberman para ser racista, como lo hace notar el escritor Gideon Levy en Ha’aretz.[3] “La ‘paz’ que impulsa Olmert no es menos racista”, sostiene. Y agrega: “Lieberman quiere distanciarlos de nuestras fronteras; Olmert y los de su tipo quieren distanciarlos de nuestras conciencias. Nadie está hablando de paz con ellos; nadie la quiere realmente. Una única ambición los une a todos — sacárselos de encima, de una manera u otra. Transferencia o muro; ‘separación’ o ‘convergencia’ — el punto es que ellos deben desaparecer de nuestra vista”.


 


El partido Kadima de Olmert, cuyas 29 bancas en la Knesset lo convierten en el principal partido israelí, obtuvo un mandato razonablemente fuerte del electorado israelí para “desembarazarse” o “separarse” de los palestinos, ambos eufemismos populares en Israel — y crecientemente en Occidente — para separar a los palestinos de sus mejores tierras y recursos acuíferos, encarcelarlos en “bantustans” no muy diferentes a los sudafricanos, mientras se mantiene el control israelí sobre ellos. Saludado en los principales diarios occidentales como una fuerza de paz, el programa del Kadima no sólo rechaza categóricamente los derechos internacionalmente reconocidos de los refugiados palestinos sino que además plantea la anexión permanente de las mayores colonias judías, todas ilegales de acuerdo a la ley internacional, así como también de una vasta porción del valle del río Jordán en Cisjordania. Tal plan, más o menos respaldado por el gobierno de Bush, bloquea efectivamente cualquier perspectiva de un Estado palestino “viable” — sin mencionar un Estado verdaderamente soberano dentro de las fronteras de 1967, de acuerdo con las resoluciones de la ONU. Es por lo tanto una receta para ulteriores conflictos y baños se sangre, no de paz. Difícilmente pueda llamárselo un partido “centrista”, para cualquier norma decente.


 


La buena noticia en esta elección, uno podría argumentar obstinadamente, es que el laborismo, el firme crisol de la izquierda israelí, progresó elevando las esperanzas de una coalición de “centroizquierda” que busque un acuerdo pacífico con los palestinos. Es verdad que, a diferencia del Likud, el laborismo ha mantenido en gran medida su presencia en el mapa político israelí, pero, en las elecciones de 2003, el laborismo y su aliado “Una Nación” (dirigido entonces por Amir Peretz, actual líder del laborismo), ganó 22 bancas. En las recientes elecciones cayó a 19. Con todo, la verdadera causa de preocupación es la plataforma del laborismo, no su número de bancas.


 


Si había serias dudas en el pasado acerca de las credenciales izquierdistas del laborismo, ahora uno puede decir con certeza que el partido no tiene ninguna. El laborismo sionista es, después de todo, históricamente responsable, más que cualquier otra fuerza en Israel, por la limpieza étnica de palestinos en 1948 y 1967; por la proliferación de colonias ilegales en los territorios ocupados; por ser el campeón del discurso racista de que los palestinos constituyen una “amenaza demográfica” y por idear estrategias militares y políticas — incluyendo el muro — destinadas a hacer la vida de los palestinos bajo la ocupación tan miserable que consideren emigrar. El laborismo, históricamente “dado a la evasión y a la negación”, como señaló Geoffrey Wheatcroft[4] , jugó el papel principal en el proyecto colonial israelí, mientras proyectaba simultáneamente una falsa imagen de democracia e ilustración a la desinformada y largamente engañada audiencia occidental.


 


Bajo Peretz, un dedicado dirigente sindical y un judío perteneciente a la postergada comunidad “sefardí” (mizrahi/árabe), el laborismo se ha movido hacia la izquierda, argumentan los apologistas de Israel, en un intento de pulir todavía más su manipulación. La realidad en el terreno estaba, nuevamente, en contradicción con semejante imagen astutamente diseñada. Tan pronto como fue elegido nuevo presidente del laborismo, Peretz, un autodeclarado “hombre de paz”, anunció[5] que favorecía una “Jerusalén unida” como capital de Israel y que se oponía resueltamente a permitir a los refugiados palestinos retornar a sus hogares y propiedades en Israel, ambas posiciones en contravención de la ley internacional. Más aún, su primera idea innovadora en la arena política debe haber extinguido cualquier ingenuamente descolocada esperanza de progreso hacia una paz justa bajo su liderazgo. El “paradigma de Hong Kong”, la “idea” de “arrendar” a los palestinos por un plazo de 99 años la tierra en la que se establecieron las mayores colonias judías, se convirtió en la contribución creativa de Peretz a la búsqueda de la paz. Meron Benvenisti, un escritor israelí y antiguo intendente de Jerusalén comentó agudamente este esquema diciendo[6]: “Es imposible dar una expresión más adecuada de la naturaleza colonialista de la anexión de partes de la Cisjordania que el ejemplo de la ocupación por parte del Imperio Británico de partes del desventurado Imperio chino. En realidad, los inventores del paradigma de Hong Kong identificaron la similaridad: un capitalismo de ladrones que opera bajo los auspicios del poder militar contra un rival impotente, la toma gangsteril de tierras y recursos acuíferos mientras se desplaza militarmente a los nativos, y se realizan grandes beneficios mientras se explotan los sentimientos patrióticos y las incitaciones nacionalistas.”


 


Los colonos, que podrían ser los principales beneficiarios de la iniciativa de Peretz, fueron descriptos en muchos engañosos artículos periodísticos como los mayores perdedores de la elección. En realidad, obtuvieron la victoria más significativa. Focalizando su atención en los asentamientos pequeños y extremadamente difíciles de defender que el Kadima y el laborismo están dispuestos a abandonar, los medios curiosamente ignoraron el hecho de que los principales partidos “de la paz” en la próxima Knesset aceptaron el grueso de las colonias — en las que viven más del 80% de los colonos y controlan la mayor parte de las tierras ilegalmente colonizadas en los Territorios palestinos ocupados — como una parte inseparable de Israel. Los mayores asentamientos, que son los más dañinos al objetivo de una paz justa con los palestinos, han sido abrazados por el consenso israelí emergente, con la bendición de Estados Unidos y la pusilánime aquiescencia europea. Aparte de una minoría de colonos, que se espera que sean evacuados por el gobierno del Kadima y el laborismo del centro de áreas densamente pobladas por palestinos en los Territorios Ocupados, la agenda de décadas de los colonos de “legitimar” su colonización de las tierras más fértiles y de los mayores acuíferos de Cisjordania — incluyendo Jerusalén oriental — mediante la anexión de esas tierras a Israel será largamente cumplida. Además, el representante directo de los colonos, la coalición de Unión Nacional y el partido Religioso Nacional, también ganó nueve bancas, dándoles cierta incidencia en el destino de los más pequeños asentamientos.


 


Dado lo señalado, es poco sorprendente que los palestinos y los observadores perspicaces en el mundo no fueran engañados por las manipulaciones de la prensa sobre que las elecciones de Israel nos acercaban a una paz basada en los requerimientos mínimos de justicia. Quizás, nadie resumió esta elección mejor que Gideon Levy, que escribió[7]: “Contrariamente a las apariencias, las elecciones de esta semana son importantes, porque expondrán el verdadero rostro de la sociedad israelí y sus ambiciones ocultas. Más de cien candidatos elegidos serán enviados a la Knesset sobre la base de una boleta — la boleta racista (…) Una mayoría absoluta de parlamentarios en la próxima Knesset no creen en la paz, ni la desean — al igual que sus votantes — y, peor que eso, no ven a los palestinos como seres humanos iguales. El racismo nunca ha tenido tantos partidarios”.


 


La mayoría israelí ha elegido el apartheid. Y desde el momento en que los gobiernos occidentales le han dado la bienvenida a los resultados como un avance para la paz, sólo se puede esperar que el muro de Israel y las colonias crezcan más agresivamente, bajo la pretensión de “consolidación” y “separación”, condenando a toda la región a un interminable conflicto sangriento. Es tiempo de que la sociedad civil internacional cumpla su obligación moral adoptando sanciones y boycots — similares a los que quebraron el apartheid en Sudáfrica — por la causa de la igualdad, la justicia, la paz real y la seguridad para todos. Ninguna otra cosa ha funcionado.


 


3 de abril de 2006


 


* Omar Barghouti, analista político y cultural independiente y analista cultural que publicó ensayos sobre el ascenso del imperio, la cuestión palestina y el arte de los oprimidos. Tiene un grado en ingeniería eléctrica de la Universidad de Columbia y, actualmente, es estudiante de doctorado de filosofía (ética) de la Universidad de Tel Aviv. Contribuyó a la publicación del libro "La nueva Intifada: Resistiendo el apartheid de Israel” (Verso Books, 2001). Es un defensor de la solución de un Estado laico y democrático en la Palestina histórica. Su artículo “9/11. Poniendo el momento en términos humanos”, fue elegido entre los “Mejores del 2002” por el diario británico The Guardian. Este artículo es reproducido de Counterpounch, http://www.counterpunch.org/barghouti04032006.html


 


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[1] Akiva Eldar, “Lieberman -nyet, nyet, nyet”; Ha’aretz, 13 de marzo de 2006.


 


[2] Eli Ashkenazi y Jack Khoury, “Encuesta: el 68% de los judíos rechazaría vivir en una mismo edificio con un árabe”; Ha’aretz, 22 de marzo de 2006.


 


[3] Gideon Levy, “Una nación racista”; Ha’aretz, 26 de marzo de 2006


 


[4] Geoffrey Wheatcroft, “Después de la rapsodia, el amargo legado de Israel y la izquierda”; The Guardian, 24 de marzo de 2006.


 


[5] Mazal Mualem, Gideon Alon y Zvi Zrahiya; “El laborismo vota abandonar el gobierno de Sharon”, Ha’aretz, 1° de enero de 2006.


 


[6] Meron Benvenisti, “La trampa de Hong Kong”; Ha’aretz, 1° de enero de 2006.


 


[7] Levy, op. cit.