Una asamblea constituyente convocada por las organizaciones en lucha

Luego de dos semanas, el levantamiento campesino, obrero y popular contra el gobierno fondomonetarista de Banzer sigue vigoroso en el movimiento campesino. “Las principales rutas del país continúan interrumpidas y las protestas no cesan en las ciudades. Los accesos a La Paz fueron interrumpidos nuevamente por los campesinos (que ya se encuentran colocando bloqueos en los barrios periféricos de la capital) mientras que en Cochabamba, los bloqueos permanecen inalterables. Un panorama similar se observa en Santa Cruz. En Oruro persisten los bloqueos. En La Paz, grupos de estudiantes universitarios se enfrentaban con la policía en las inmediaciones de la UMSA (…) en Cochabamba, los universitarios de San Simón realizaron bloqueos. En Sucre se registraron multitudinarias marchas de protesta del magisterio” (La Razón, La Paz, 29/9). La huelga de los maestros urbanos y rurales, mientras tanto, continúa, y lo mismo sucede con la movilización de los estudiantes de la Universidad del Siglo XX, que en número de 3.000 han llegado del corazón minero de Bolivia hasta la capital.


Desde la huelga general de 1979, no se había visto un levantamiento que uniera, en todo el territorio boliviano, levantamientos urbanos obreros y populares con el alzamiento indígena y campesino.


La represión militar ya ha cobrado diez muertos y cientos de heridos. En la localidad de Huarina, mientras tropas del Ejército y la Marina atacaban un bloqueo campesino a bala limpia, un avión de la Fuerza Aérea atacó a la masa campesina indefensa dejando tres muertos en el campo. También han comenzado a ser detenidos dirigentes de los trabajadores en lucha, como la docente Vilma Plata. Los dirigentes campesinos han pasado a la clandestinidad y “las oficinas de la Federación de Fabriles, la Coordinadora del Agua de Cochabamba, la Central Obrera Departamental y otras organizaciones permanecieron cerradas” (ídem).


La represión ha elevado el espíritu combativo de las masas. Después del ataque del avión de la Fuerza Aérea, “unos 10.000 campesinos volvieron a ocupar el lugar que a mediodía había sido despejado por los unifornados. ‘Las comunidades están dignas y calientes. Si ellos han utilizado armas de fuego, nosotros vamos a lo mismo. Si ellos bajaron a dos compañeros, nosotros vamos a bajar a 20. Así se han expresado los campesinos de Huarina’, según el dirigente Gonzalo Apaza, secretario de la Central Agraria del cantón (…) Después del enfrentamiento de Huarina, los campesinos realizaron un ampliado de emergencia en la localidad de Patamanta. Con los ánimos exaltados, cientos de comunarios se dirigieron a Pucarani, donde quemaron la subprefectura” (ídem).


 


Una crisis histórica


Después de diez días de lucha, Banzer compareció ante la TV para anunciar el inicio de negociaciones con los sectores en lucha. Fue la Iglesia la que logró convencer a los cocaleros y a la Coordinadora del Agua de Cochabamba y a los maestros (pero no a los campesinos de la Cutce) de ‘dialogar’ con el gobierno. Pero en la TV el propio Banzer demostró el alcance de estas negociaciones al señalar que no habrá aumento para los docentes y que la erradicación de las plantaciones de coca y la construcción de cuarteles en Chiapare (contra la que se levantan los cocaleros) es “innegociable”.


En su discurso, Banzer señaló que “el que está contra la erradicación está con el narcotráfico”, lo que constituye una completa hipocresía de parte de un presidente cuyos familiares y prominentes miembros de su partido están acusados de traficar drogas. La rebelión de los cocaleros estalla después del estrepitoso fracaso de los cultivos ‘alternativos’ de ananá y banana con que se pretendió reemplazar las plantaciones de coca. La rebelión es una confesión de la incompatibilidad entre el capitalismo (el mercado declara ‘excedentes’ los productos ‘alternativos’) y los campesinos del Trópico. Lo mismo puede afirmarse de la rebelión de los campesinos, cuyas principales reivindicaciones son el archivo definitivo de la ley que permite la privatización del agua y la titularización de las tierras comunales.


Frente a la irrupción de las masas, todo el régimen político boliviano ha demostrado su completa impotencia. Un corresponsal habla abiertamente de “vacío de poder” (Brecha, 29/9).


 


La política de las organizaciones


El levantamiento nacional ha puesto en primer plano, de una manera aguda, la cuestión de la estrategia política de los explotados. “Los sistemas de dominación de los partidos tradicionales y el Estado –dice el citado corresponsal– ya no pueden controlar las riendas. Por otra parte, las mayorías sienten, intuyen, que ya no es posible soportar más, pero tampoco saben qué hacer para cambiar el viejo orden de cosas” (ídem).


Los explotados bolivianos están, precisamente, discutiendo la salida política. “Se está discutiendo la necesidad de convocar a una asamblea constituyente donde se aborden los grandes temas y los coyunturales que reclama hoy la sociedad boliviana” (ídem). Pero el convocante no podría ser el gobierno sino el frente de las masas, opuesto al gobierno, como un doble poder. Los convocantes, nos dice el corresponsal describiendo esas discusiones, serían “los campesinos cocaleros, la Coordinadora de Defensa del Agua y de la Vida, y los campesinos e indígenas que se reconocen en la Confederación Unica que dirige Felipe Quispe”; es decir las organizaciones que se encuentran a la cabeza del levantamiento contra Banzer (ídem). Lo que indica esta información es que se está comenzando a recorrer el camino que llevó, en 1971, a la formación de la Asamblea Popular. “Hay un proceso de recuperación de la memoria histórica” (ídem), que en Bolivia tiene características eminentemente revolucionarias.