Internacionales
12/1/1995|436
Una crisis de alcance internacional
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A tres semanas de la devaluación, el derrumbe financiero mexicano no tiene límites. El peso se ha depreciado un 60% frente al dólar; las acciones y los títulos públicos mexicanos están en caída libre y las reservas del Banco Central continúan disminuyendo a toda velocidad: la última información las sitúa en 5.500 millones … cuando superaban los 20.000 millones a principios de noviembre. Ni el anuncio del “plan de salvataje” de Zedillo ni el del “fondo de garantía” de 25.000 millones, aportado por los Estados Unidos, Canadá, el FMI, el Banco Mundial y grandes bancos norteamericanos, han causado ningún efecto.
El intento de Zedillo de frenar la fuga de divisas que estaba vaciando el Banco Central (desde noviembre hasta la devaluación se fugaron 15.000 millones de dólares) mediante una devaluación “controlada” —y pactada con la Reserva Federal norteamericana— ha terminado en un completo colapso. La magnitud de la fuga de capitales que ha seguido a la devaluación del 19 de diciembre está dictada por la necesidad de los Fondos de Inversión y los bancos norteamericanos —que tenían en su poder más del 80% de los títulos públicos mexicanos— de cubrir las enormes pérdidas que les ocasionó la devaluación. Distintas estimaciones sitúan las pérdidas sufridas por los inversores norteamericanos en los 20.000 millones de dólares (Clarín, 4/1). La situación es de tal gravedad, que uno de los mayores Fondos de Inversión, Lehman Brothers, virtualmente ha caído en la cesación de pagos: se vio obligado a “suspender temporalmente el retiro de dinero por parte de los ahorristas … (en) tres fondos de inversión de paraísos fiscales”, como consecuencia de que “el fondo Mexican Appreciation perdió hasta el 23 de diciembre (es decir, en apenas cuatro días) cerca del 30% de su valor de 1994” (The Wall Street Journal, 3/1).
Como consecuencia del derrumbe, México carece de las reservas necesarias para hacer frente al pago de los títulos que vencen en las próximas semanas. Con reservas de 5.500 millones (y en constante disminución), México debe afrontar pagos de 5.200 millones de bonos del Tesoro en los próximos 30 días, otros 5.000 millones entre febrero y marzo y más de 11.000 entre abril y junio. “Hasta diciembre próximo se producirán vencimientos de sucesivas emisiones de Tesobonos por 28.905 millones de dólares, una cantidad que es casi imposible de obtener …” (El Cronista, 11/1). Ni aun cuando usara el “fondo de garantía” externo, México estaría en condiciones de cancelar los títulos públicos.
Pero además de los títulos públicos, México debe encontrar otros miles de millones para pagar la deuda externa privada (el endeudamiento en dólares de las empresas mexicanas es, en promedio, el 40% de todas sus deudas), para pagar sus importaciones (el déficit comercial mexicano será de 20.000 millones este año) y las ventas de acciones por los tenedores externos. No hay ninguna posibilidad, ni aun con el “apoyo externo”, de que México pueda “honrar” sus deudas.
La devaluación, la fuga de divisas, la caída de las acciones y los títulos públicos, y el encarecimiento del crédito, han puesto en quiebra a todo el sistema bancario. Mientras sus capitales se han depreciado al compás de esta caída, sus créditos —utilizados por los capitalistas para especular con los títulos y las acciones— se han vuelto incobrables. “Según la Asociación Nacional de Tarjetas, la cartera vencida de los bancos mexicanos se acerca ya a los 10.000 millones de pesos, lo que representa un riesgo para la banca, pues el monto es, para muchos bancos, superior al capital contable” (La Prensa, 9/1). El informe señala que “ya el año pasado, México tenía un nivel de cartera vencida del 10%, porcentual que es cinco veces superior al standard internacional y que ahora se va a duplicar” (ídem). En consecuencia, la calificadora internacional Moody‘s disminuyó la calificación de las deudas en dólares de los dos bancos más grandes de México: Bancomer y Banamex; las acciones del Banpaís se derrumbaron en un 46% en un solo día (Río Negro, 9/1).
Para escapar a la quiebra inminente, los bancos están cobrando tasas de hasta el 70% a sus deudores … lo que sólo conseguirá acelerar su quiebra y la de los propios bancos. El aumento de la tasa de interés provocará “inminentes quiebras” (Ambito Financiero, 29/12) de decenas de grandes corporaciones industriales y comerciales, que ya tienen grandes deudas en dólares sin posibilidad de renovarlas.
“No permitiremos que quiebre un solo banco, aunque sea pequeño”, declaró un vocero del gobierno mexicano. ¡Pero el Fondo de Garantía ya se ha quedado sin capitales, como consecuencia de los pagos que tuvo que afrontar en los últimos seis meses para rescatar a los bancos quebrados! En caso de intentar un salvataje de los bancos mediante la pura emisión monetaria, México seguirá el camino de Venezuela: hiperinflación, aceleración de la fuga de divisas, cesación de pagos y, finalmente, derrumbe general.
Derrumbe internacional
El colapso mexicano es la expresión más concentrada de un derrumbe financiero que tiene una amplitud internacional.
Tres días antes de la devaluación mexicana, The Wall Street Journal (16/12) informaba a sus lectores que “al 1º de diciembre, el New Asia Fund había bajado un 17% para el año vencido debido a las pérdidas de capital de Hong Kong, Tailandia y Malasia”. En efecto, las bolsas asiáticas perdieron un 30% de su valor en 1994.
También antes de la devaluación mexicana, el índice de los mercados latinoamericanos elaborado por el banco J. P. Morgan, había caído un 18,68%, “la primera pérdida anual de los cuatro años de historia de los bonos Brady” (The Wall Street Journal, 3/1). El rendimiento total de los bonos Brady registró una pérdida del 29%; los bonos de menor liquidez se derrumbaron en proporciones todavía mayores.
Según un informe de la International Finance Institute previo a la devaluación, las inversiones y préstamos cayeron 27.500 millones en 1994 respecto de 1993 (de 205.000 millones a 177.600) y pronosticaban una caída adicional de 55.000 millones en 1995 (The Wall Street Journal, 16/12). La fuga de capitales de los “mercados emergentes” no es, como se ve, la consecuencia del derrumbe mexicano sino su causa.
El derrumbe de los “mercados emergentes” es, apenas, la punta del iceberg. Las acciones de los bancos norteamericanos han perdido, en promedio, un 10% de su valor a causa del derrumbe mexicano. Algunos bancos, como el Chemical Bank, han anunciado pérdidas de decenas de millones por sus operaciones mexicanas.
A esta cadena de pérdidas deben sumarse las originadas por operaciones especulativas fallidas en los propios Estados Unidos, como la quiebra del Fondo de Inversión del condado de Orange (estimadas en 2.000 millones de dólares), por la caída de los títulos norteamericanos y por la devaluación del dólar, como consecuencia de la salida de capitales de los propios Estados Unidos.
Para cancelar las deudas originadas por estas pérdidas, los grandes pulpos financieros norteamericanos están obligados a malvender activos, lo que explica que “los analistas proyecten un primer trimestre terriblemente difícil para la Bolsa de Nueva York” (The Wall Street Journal, 3/1). Europa, por su parte, ya ha comenzado a sentir el cimbronazo del derrumbe de México, al que la mayoría de los analistas atribuyen la caída de sus bolsas en la última semana.
A su turno, el crecimiento de las pérdidas financieras y el aumento de la tasa de interés que impulsa la Reserva Federal (banco central) norteamericana, plantean una caída de la producción y hasta la perspectiva de una recesión en los Estados Unidos (Financial Times, 3/1).
Trece años después de la “crisis de la deuda” de 1982, ésta irrumpe con más fuerza: la cesación de pagos mexicana se suma a una falencia generalizada de las operaciones especulativas en todo el planeta. La ola de quiebras e insolvencias —que pasando por México, Turquía o Filipinas, llega a los fondos de inversión norteamericanos, del Sudeste asiático y a los bancos japoneses— y los muy abultados déficits fiscales de las grandes potencias imperialistas —las deudas públicas de los países del G-7 casi se han duplicado en la última década hasta alcanzar el 70% de su PBI conjunto—, excluyen cualquier posibilidad de financiamiento internacional que ponga freno al derrumbe.