Una explosión de las crisis y las movilizaciones

“Las democracias latinoamericanas están en peligro”, sentenció hace pocos días Madaleine Albright refiriéndose a la región andina. A su modo, repetía las palabras del propio Clinton, que alertó sobre los “riesgos para el sistema democrático” en todo el continente. En las últimas semanas, las “amenazas a la democracia latinoamericana” se han convertido en un tema recurrente de la prensa yanki: el Miami Herald alertó sobre el “peligro de un retorno populista” y The New York Times calificó a la región andina como “los Balcanes de América Latina”.


Se trata de una caracterización interesada, que apunta a profundizar el intervencionismo imperialista. De la mano de las grandes movilizaciones de masas, América Latina no está en las vísperas de un retorno a las dictaduras sino de una gigantesca explosión democrática. No es la democracia la que está en peligro, sino los gobiernos capitalistas, los regímenes políticos fondomonetaristas y las políticas del FMI.


Las movilizaciones y los reclamos de los ‘sin tierra’ de Brasil son más democráticos que cualquier cosa que pueda hacer Cardoso, un hombre sometido a los latifundistas brasileños. Lo mismo puede decirse de la justicia y de los impuestos que las Farc colombianas proponen montar, en comparación con las masacres del ejército y de los escuadrones de la muerte y los impuestazos apañados por Pastrana. El agua en Bolvia es, por así decirlo, más democrática después de la pueblada que impidió su privatización y la triplicación de sus tarifas. Hay pocas cosas más democráticas que los reclamos de tierra de los indios ecuatorianos o el reclamo de pan y trabajo de los piqueteros del norte argentino. Pero las masas del continente no van a la lucha todavía para imponer su propia salida a la crisis, es decir su propio poder; salen a la calle, cortan rutas, se movilizan y chocan con las fuerzas represivas con la ilusión (completamente negativa) de que su acción modificará las políticas de los gobiernos en beneficio de los intereses populares.


Pero los regímenes burgueses democráticos han agravado la miseria y la opresión. A su turno, también, deberán agotarse las ilusiones de que la presión (incluso mediante la acción directa más radical) pueda torcer el rumbo proimperialista de estos regímenes democratizantes. La amplitud de las reivindicaciones planteadas y de los movimientos de masas que las levantan supera en mucho las posibilidades de los regímenes latinoamericanos, política y objetivamente quebrados, y necesariamente planteará ante los explotados la necesidad de establecer su propia democracia, es decir su propio poder.


Albright, Clinton y la prensa norteamericana alertan contra esta perspectiva. Con la excusa de la “defensa de la democracia”, el imperialismo pretende justificar su creciente intervencionismo político (e incluso militar).