Una gota en el océano

La venta subsidiada de trigo canadiense a Brasil; las represalias de EE.UU. contra China, reduciendo las compras de productos textiles, los nuevos choques de EE.UU. con Japón por los semiconductores y el acceso norteamericano al negocio nipón de la construcción, a pocos días de la “exitosa” conclusión de la Ronda Uruguay del Gatt, son evidencias de que la “guerra comercial” no ha podido ser enchalecada por las potencias imperialistas.


En verdad, un compromiso de último minuto entre Estados Unidos y la Comunidad Europea salvó a la “Ronda Uruguay” del Gatt de un fracaso que parecía asegurado.


El acuerdo alcanzado establece una reducción de los aranceles a las importaciones (de un 30% promedio) y la sustitución de las barreras no arancelarias (cuotas) por las barreras arancelarias (un porcentaje sobre el valor de los bienes importados). Establece también normas comunes y uniformes contra las exportaciones subsidiadas y crea la Organización Mundial del Comercio (OMC) para actuar como árbitro en las disputas entre países.


Lo primero que salta a la vista es la enorme limitación cuantitativa del acuerdo: después de siete años de negociaciones, marchas y contramarchas, se ha parido un acuerdo comercial que tendrá un efecto previsto relativamente insignificante: según los cálculos más benignos,  producirá una expansión adicional de entre el 0,75 y el 1% en la producción mundial de bienes y servicios... dentro de una década (International Herald Tribune, 16/12).


Rápidamente, también saltan a la vista sus limitaciones cualitativas, pues el acuerdo excluye a los servicios financieros, bancarios, bursátiles y de seguros (¡nada menos!), transporte de carga aéreo y marítimo, aviación aerocomercial, telecomunicaciones, video y cine, porque los imperialismos no pudieron ponerse de acuerdo.


Una limitación tanto o más significativa es que precisamente no hay acuerdo —valga el juego de palabras— en lo que estipula el acuerdo. Se ignora cuál es el “poder real” que tendrá la OMC frente a lo que establecen las leyes nacionales en temas tales como la protección del medio ambiente y las normas laborales. También han surgido “divergencias de interpretación” sobre el derecho a aplicar “medidas unilaterales” contra el dumping y las “prácticas desleales”. El imperialismo norteamericano reclama el derecho a continuar aplicando unilateral —y discrecionalmente— la “Sección 301” de su Código de Comercio, que admite la denuncia de un industrial norteamericano para expulsar del mercado estadounidense las exportaciones competitivas.


Las grandes corporaciones norteamericanas están profundamente divididas frente al Gatt:  las empresas que operan fundamentalmente en el mercado interno (como Chrysler, Motorola, Bethlehem Steel, Eastman Kodak, Zenith, Boeing, McDonell Douglas) propician mantener y reforzar las medidas unilaterales contra la competencia externa (como la “Sección 301”), lo cual genera la oposición de las exportadoras (Caterpillar, IBM, Cargill, Phillip Morris, Hewlett-Packard).


Más que nunca, “Tercer Mundo”


De lo que no cabe duda alguna es que el acuerdo de la “Ronda Uruguay” constituye un golpe brutal para las posibilidades de desarrollo comercial de los países atrasados: las tres cuartas partes de la población mundial han sido excluidas de los muy exiguos “beneficios” que promete el acuerdo.


En la agricultura —que por primera vez es incluida en un convenio comercial internacional— el acuerdo establece un plazo de seis años para la reducción de los subsidios hasta el 21% del volumen de producción y hasta el 36% del gasto para las exportaciones. Es decir que legaliza los subsidios agrícolas. El International Herald Tribune estima en 1.500 millones de dólares anuales las pérdidas que sufrirán los países atrasados como consecuencia del acuerdo agrícola. Todo esto con un agravante adicional: “Si Europa se deshace bruscamente del elevado stock de productos primarios que tiene acopiados (antes de la entrada en vigencia de los términos del acuerdo del Gatt), en 1994 podría producirse una grave crisis de precios” (El Economista, 26/11).


En cuanto a los textiles, la rama industrial de mayor peso en las exportaciones de los países atrasados, el acuerdo ha dejado de lado el “criterio general” de reducir aranceles y sustituir las barreras no arancelarias por las arancelarias. En este caso se mantienen las cuotas de acceso a cada mercado por otros diez años, pero que sólo se acelera llegando a los siete años (2002).


Los países atrasados han debido, sí, ceder posiciones fundamentales. La primera, la aceptación del derecho de “propiedad intelectual”, que otorga a los pulpos un monopolio por 25 años en la comercialización de nuevos productos. También han debido admitir la “apertura” de las licitaciones de obra pública  a la competencia externa en igualdad de condiciones que las firmas locales.


Los choques continúan


Las limitaciones del acuerdo para dar nacimiento a un “comercio libre y equilibrado” no tardaron en salir a la luz, cuando se informó de las presiones norteamericanas para el acceso de EE.UU. al mercado japonés de semiconductores y supercomputadoras. EE.UU. impulsa el “comercio administrado”  con Japón, es decir, un reparto del mercado que excluye a los monopolios europeos. En Europa existe una fuerte disputa entre los productores estatales y  privados de acero  acerca de la reducción de la capacidad instalada para hacer frente a la sobreproducción “crónica”. Otra violenta disputa enfrenta a los fabricantes europeos de computadoras personales con los fabricantes europeos de “chips”, de los componentes de éstas, y semiconductores, que han logrado imponer aranceles altísimos para protegerse de las exportaciones provenientes de Asia y Estados Unidos. A su vez, “la decisión norteamericana de reducir la cuota de textiles de China costaría 300.000 empleos chinos”, estimando que “los chinos perderían más de 1.000 millones de dólares en ventas” (Wall Street Journal, 12/1/94)


Parasitismo capitalista


El Gatt fue establecido al finalizar la Segunda Guerra Mundial bajo la inspiración, supervisión y arbitraje del imperialismo norteamericano, con la finalidad de reconstruir el comercio internacional.


Desde entonces se produjeron en la economía internacional algunos cambios significativos.


Uno de ellos es que el 50 por ciento del comercio mundial se refiere a movimientos de bienes al interior de los propios monopolios, que tienen empresas en distintos puntos del globo. Lejos entonces de “liberalizar” el comercio, el Gatt ha producido un verdadero reparto de mercados, en los cuales no existe ninguna clase de libertad. Las rebajas arancelarias que ahora se han pactado beneficiarán a estos monopolios, sin que ello se vaya a ver reflejado en una disminución de los precios.


El otro cambio es que los movimientos financieros superan en cien veces el valor del comercio internacional de mercancías, es decir que tienen más influencia sobre éste que cualquier rebaja arancelaria. Pero los “servicios financieros” fueron excluidos del reciente acuerdo, debido a que no se ha podido llegar a un arbitraje frente a las tendencias expansionistas de los grandes bancos.


Otra modificación fundamental es el abandono, por parte de los principales Estados, del patrón cambio-oro y de la estabilidad cambiaria. La manipulación de las divisas es mucho más importante en la competencia internacional que los aranceles y hasta los propios subsidios. Dado el predominio del dólar como moneda de reserva, Estados Unidos goza de una capacidad de subsidio relativamente ilimitada, ya que puede emitir moneda en una proporción infinitamente mayor a cualquier otro país.


Por último, está presente la tendencia recesiva mundial, que se viene manifestando desde la crisis de 1973-75, la cual ha elevado la lucha comercial entre las principales potencias a un nuevo plano: las adquisiciones “hostiles” o “amigables” de pulpos rivales. El reciente acuerdo del Nafta ha llevado este copamiento a un nivel aún superior: la adquisición de naciones enteras, como es el caso de México. De un modo general, el crecimiento de la reserva de dólares de todas las naciones, como consecuencia de las grandes emisiones norteamericanas, ha impulsado una especulación internacional bursátil, inmobiliaria y con la deuda pública, que deberá concluir en quiebras masivas y en un nuevo reparto del monopolio capitalista mundial.


Con relación a todo este fenómeno de conjunto, el reciente acuerdo del Gatt  tiene un alcance extremadamente limitado en su intención de impulsar el comercio y la producción mundiales, y de revertir la crisis mundial.