Una única intifada en todo Medio Oriente

La ocupación imperialista enfrenta en Irak una verdadera Intifada, un levantamiento popular que se extiende por todo el país, con el apoyo de la población, con independencia de su origen étnico y sus creencias religiosas. Aunque las operaciones militares de envergadura están circunscriptas a los cercos de Nafaj y Falluja, los ataques a los ocupantes y los choques con los milicianos se repiten en todo el territorio, incluidos barrios de Bagdad. Hasta representantes notorios del “establishment” imperialista, como el ex asesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski, están obligados a reconocerlo: “Para los iraquíes, la ocupación norteamericana se está pareciendo cada vez más a lo que ven en Gaza y Cisjordania” (Clarín, 14/4).


La masacre que están perpetrando los ocupantes contra el pueblo rebelado se abre paso en la propia prensa imperialista. Los Angeles Times (14/4) define como “un castigo colectivo, que recuerda a Ariel Sharon en Gaza y Cisjordania”, el ataque contra la ciudad de Falluja, en la que fueron asesinados más de mil habitantes, la mayoría niños y mujeres. El asalto contra la población es brutal e indiscriminado: la agencia EFE informa que “en la ciudad de Kut, soldados estadounidenses mataron a bastonazos a un iraquí que se negó a quitar de su automóvil una fotografía de Al Sadr. Lo obligaron a descender y lo golpearon hasta matarlo” (Ambito Financiero, 15/4).


“Como en Vietnam, se tiene la misma impresión de que hay que comenzar por destruir los pueblos y las aldeas para salvarlas; que es necesario someter a la población para poder democratizarla”, denuncia un profesor de historia de los Estados Unidos (Le Monde, 17/4). Un editorialista norteamericano llega a reconocer que “bajo la tensión de la guerra de Irak, la distinción entre lo que es civil y lo que es militar se ha erosionado, lo mismo que otras bases de la ley internacional, como las ideas de neutralidad, inmunidad civil e inviolabilidad humanitaria” (Financial Times, 17/4); en otras palabras, que los ocupantes le tiran a lo que se mueve.


 


Una política de masacre


Bush está jugado a aplastar por la fuerza la Intifada iraquí. Ordenó el envío de otros 20.000 soldados y en una conferencia de prensa declaró que le sobran “fuerza y determinación” para “acabar con los terroristas”, lo que fue entendido como una carta blanca a la represión. Por su parte, Blair no sólo declaró que “nunca abandonaremos la histórica lucha en Irak” sino, además, que “respalda plenamente las tácticas norteamericanas (…) contra los terroristas” (The Observer, 11/4).


Una indicación adicional es el caluroso respaldo de Bush al genocida Sharon y a su plan de anexión a Israel de las mayores colonias sionistas en Cisjordania. La incorporación de estos asentamientos a Israel no sólo viola todas las resoluciones de las Naciones Unidas sino que, además, reivindica el muro que se está construyendo para rodearlas: una vez que esté completado, ese muro “aumentará la porción en manos de Israel de la Palestina anterior a 1948 entre un 50 y un 90%” (Henry Siegman, The New York Review of Books). Bush también aprobó que la Franja de Gaza sea convertida en una cárcel colectiva, ya que Israel continuará con el control de sus ingresos, fronteras exteriores y accesos por mar y aire. Finalmente, rechazó la histórica reivindicación del regreso de los palestinos a sus propiedades y viviendas en Israel. La inmediata consecuencia de esto fue el asesinato por los sionistas del nuevo jefe del Hamas, Abdel Rantisi, que había reemplazado al jeque Yassin, también asesinado por Israel hace pocas semanas.


 


Fracaso


Los pasos de Bush fueron rechazados por los líderes palestinos, árabes y europeos, pero también por la propia prensa y sectores enteros del “establishment” norteamericano. Los dos diarios más importantes de los Estados Unidos, The New York Times y The Washington Post, en sendos editoriales, caracterizan que Bush “fracasó en encontrar respuestas a los desafíos”, y que sus respuestas fueron “penosas y poco centradas” (Ambito Financiero, 15/4). Según Los Angeles Times, “Bush corre el riesgo de ser el primer presidente norteamericano que funde una república islámica” (Corriere della Sera, 14/4).


Brzezinski, por su parte, advierte que, “ambas ocupaciones (la de Irak y la de Palestina) se fusionaron y se convirtieron en un solo conflicto (…). Oriente Medio -continúa Brzezinski-, está a punto de arder en llamas, porque la política norteamericana generó una reacción colectiva de los árabes” (Clarín, 14/4). Es decir que el imperialismo enfrenta una única Intifada que se extiende desde el Mediterráneo al Golfo Pérsico.


 


No tienen condiciones


Ocurre que Bush no tiene ni las condiciones internacionales ni las internas para llevar adelante esta política de guerra y masacre; en esta situación, muchos advierten que el gobierno yanqui se ha largado a una aventura.


Mientras declara que “aplastará la rebelión” iraquí y que capturará “vivo o muerto” a su dirigente, el clérigo Al Sadr, en privado Bush requirió la mediación de la diplomacia iraní para que lo convenciera de frenar la rebelión (Corriere della Sera, 15/4). El viceministro de Relaciones Exteriores iraní viajó a Najaf para “ablandar” a Al Sadr. La impasse llevó al ayatollah Sistani, cuyos seguidores integran el Consejo Provisional iraquí, a advertir a los norteamericanos que no intenten tomar la ciudad santa para capturar a Al Sadr porque “desatarían una rebelión imparable en todo el país” (Le Monde, 16/4). También los yanquis requirieron la asistencia de Siria, a la que se le pidió que, además de continuar compartiendo sus archivos de inteligencia con la CIA, cierre sus fronteras con Irak.


En la sitiada Falluja, las tropas norteamericanas se vieron forzadas a “negociar con iraquíes armados que todavía mantienen tomada una gran parte de la ciudad” (Financial Times, 14/4). Esta decisión, que el diario londinense califica como “sin precedentes”, así como los pedidos de asistencia a Irán y a Siria, son síntomas de la debilidad de la ocupación. El Consejo Provisional carece de toda base en la población y sus “fuerzas de seguridad” se han desbandado: se negaron a combatir la rebelión popular, cuando no se sumaron directamente a ella. En estas condiciones, la ocupación sólo se sostiene por la brutalidad de las tropas norteamericanas y los mercenarios privados; la hostilidad activa y sistemática de la población –según cadenas de mails que circulan en Estados Unidos, entre los familiares de los soldados– está destruyendo psicológicamente a las tropas que, en incumplimiento de las promesas anteriores, no serán reemplazadas.


Tampoco en el plano interno cuenta Bush con las condiciones políticas para ir a una guerra contra la rebelión popular.


 


Crisis mundial


Reunidos en Estados Unidos, Bush y Blair anunciaron que “no abandonarán su misión de transformar Medio Oriente” y, al mismo tiempo, que le darán “un rol central” a las Naciones Unidas en Irak. Se trata de una contradicción evidente: la “transformación de Medio Oriente” que impulsan sigue los intereses particulares del imperialismo norteamericano; la intervención de la ONU, por el contrario, requiere un directorio político común (e intereses políticos comunes) entre los diversos bloques imperialistas, algo que hoy no existe.


Bush y Blair alabaron la misión del enviado especial de la ONU Lakhdar Brahimi, que presentó un plan para reemplazar al actual “Consejo Provisional” por un “gobierno representativo” digitado por la ONU mediante consultas con las partes iraquíes… y los Estados Unidos; es decir, un cambio de títere. Le exigen a la ONU “una nueva resolución que legitime explícita y formalmente al gobierno iraquí” que, afirman, asumirá el 1° de julio… aunque nadie sabe quién lo integrará. Al mismo tiempo, rechazan cualquier intento de abandonar el control militar exclusivo de Irak. En otras palabras, reclaman la cobertura política de la ONU a la actual ocupación y la rendición virtualmente incondicional de sus rivales europeos.


El reclamo de Bush y Blair a la ONU está en contradicción con su política de aplastamiento militar de la Intifada iraquí, con el monopolio norteamericano del mando militar y político y, también, con el incondicional respaldo de Bush a Sharon. El apoyo a la anexión de las colonias sionistas en Cisjordania bloquea cualquier intento de entendimiento con la Unión Europea y los países árabes sobre Medio Oriente. Por eso, advierte Corriere della Sera (15/4), se fortalece el frente (España, Francia, Alemania, Rusia, todos integrantes del Consejo de Seguridad) que reclaman que la “nueva resolución” establezca un cambio real, capaz incluso de impedir que Estados Unidos tome en forma exclusiva las decisiones militares. Chirac ya ha declarado que, sin ese “cambio real”, el eventual apoyo de Francia a una nueva resolución y el posible aporte de tropas “está fuera de cuestión” (Le Monde, 16/4).


Lo más probable, entonces, es que la nueva resolución de la ONU “cambie poco o nada” y “todas las críticas se refuercen, acompañadas del reclamo de retiro de las tropas” en España y en Italia (Corriere della Sera, 15/4).


Bush, Blair y Sharon han resuelto enfrentar la impasse de la ocupación de Irak y las rebeliones de los pueblos de Medio Oriente por la vía de la fuerza. El levantamiento nacional iraquí pone la crisis mundial al rojo vivo.