Uruguay: la convención del PT derrota la proscripción

Vamos a las elecciones de octubre

Uruguay Convención del PT derrota proscripción

Los charrúas estamos habituados a disfrutar del fútbol “con los dientes apretados” (como dice la canción de la banda de rock NTVG). Jugar o incluso ver un partido se vuelve algo épico. Una canción del “Pitufo” Lombardo lo expresa muy bien: “Nunca favoritos, siempre desde atrás, milagro que nos abraza en el minuto final”.

El sábado pasado, el Partido de los Trabajadores de Uruguay reunió los 251 convencionales -el quórum que exige la legislación de Uruguay para legalizar la lista para las elecciones nacionales de octubre. Fue en Estadio del Club Aguada. Los funcionarios designados por la Corte Electoral habían cerrado tres veces la puerta del estadio, dando por clausurada la posibilidad de alcanzar el objetivo, y otras tantas veces las puertas se abrieron para dar paso a un nuevo compañero que llegaba convocado por nuestra militancia. Los convencionales representaban a un gran número de departamentos del país.

No era el primer obstáculo que superábamos: la legislación electoral obliga a recolectar miles de adherentes, luego a obtener candidatos a una “convención” de 500 miembros, que se eligen en una “interna” donde también se debe superar una votación mínima y, finalmente, se debe reunir esa convención para proclamar la fórmula presidencial. Fueron vencidos cada uno de estos obstáculos. Los milagros no existen, salvo los que conquistamos con el esfuerzo de una militancia incansable y tenaz. Hemos reunido centenares de militantes esforzados -no funcionarios.

El resultado de este esfuerzo es haber colocado al PT como una de las siete opciones para las próximas elecciones. Hemos conquistado el derecho a desarrollar una campaña hacia los trabajadores y los jóvenes, apuntando a un objetivo estratégico: reconstruir la izquierda uruguaya sobre nuevas bases, recuperando la independencia política de la clase obrera. La campaña electoral nos da una herramienta para debatirlo con miles de compañeros y para sumar militantes para llevarla adelante.

La clase obrera uruguaya conquistó muy tempranamente una independencia frente a los partidos de la burguesía -incluso bajo gobiernos que hacían gala de “obrerismo” (y hacían concesiones importantes como la jornada de 8 horas) como el de José Batlle y Ordoñez. En los años 50 y 60 del siglo pasado, grandes luchas marcaron a fuego la oposición entre los sindicatos, de un lado, y los partidos “tradicionales”, del otro. La política de ‘frente democrático’ de los dirigentes de la izquierda (PS, PC) subordinaba, sin embargo, a los trabajadores a la burguesía “nacional”. El Frente Amplio fue el remate de esta estrategia. La política de acuerdo con los militares “nacionalistas”, de parte del Partido Comunista y de los Tupamaros, desarmó a la clase obrera frente a la militarización y el golpismo. En los años 1968 y 1969, en la huelga general de 1973, en el ascenso de masas que llevó a la construcción del Plenario Intersindical de Trabajadores (PIT) bajo la dictadura, en la gran huelga de la construcción de 1993, la clase obrera pugnó por ponerse por encima de sus direcciones políticas. Estas direcciones la llevaron a la derrota.

El Frente Amplio obtuvo el “visto bueno” del imperialismo para acceder al gobierno luego de que firmara pactos sucesivos acerca del pago de la deuda externa y la impunidad para la dictadura. En 1993, se jugó a fondo para derrotar una huelga general histórica del sindicato de la construcción (Sunca), que fue dirigida por un comité de huelga responsable ante asamblea. Esta derrota inició un largo reflujo del movimiento obrero y marcó un límite al impetuoso desarrollo del PT. Este reflujo fue la condición fundamental de la ‘gobernabilidad’ del FA. Tras diez años de gobierno (y 25 años de gestión en la capital del país), el Frente Amplio se ha convertido en un apéndice de las grandes empresas, los banqueros y la embajada yanqui. El gobierno de Mujica ha utilizado leyes represivas contra las huelgas (“declaración de servicios esenciales”) e incluso llegó a utilizar al ejército contra una huelga municipal. Tabaré Vázquez y Raúl Sendic (candidatos a presidente y vice por el FA) anuncian que harán lo mismo contra posibles huelgas en la educación pública.

Al FA no le queda ni la “honestidad en la gestión”: a cada rato estallan denuncias de corrupción. El ministro de Economía, el presidente del Banco República y otros altos funcionarios -incluidos varios dirigentes sindicales- han sido procesados por la Justicia por favorecer a grandes empresas o por recibir coimas. La burocracia sindical, con presencia en los directorios de las empresas del Estado, se ve sacudida por diversos escándalos. Las elecciones están encuadradas entre dos variantes capitalistas y de entrega nacional.

La caducidad del FA para impulsar las expectativas de los trabajadores ha sacado a relucir una tendencia débil pero real de reconstruir la izquierda sobre nuevas bases, o sea de clase y revolucionaria. Nos embarcamos en esta tarea en un período que aún es de reflujo. Una nueva generación entra en escena política y de luchas.

Las trampas del régimen político y electoral no cesan: el Estado no se hace cargo de que las listas de los partidos estén presentes en los lugares de votación. Es un mecanismo fraudulento que favorece a los grandes aparatos. Intervenimos en las elecciones para preparar la próxima etapa y reclutar. La conquista de la legalidad electoral y la reunión de centenares de convencionales ya ha causado un impacto en la izquierda y en los sindicatos. Producirá una sacudida en muchos activistas. Vislumbran en lo conseguido la posibilidad de un desarrollo como el del Partido Obrero en Argentina.


Rafael Fernández (candidato a presidente por el Partido de los Trabajadores)