Venezuela: de la Constituyente a las elecciones presidenciales

Las características de una nueva transición política

El gobierno venezolano ha decidido adelantar el cronograma electoral y llamar a presidenciales antes del 30 de abril. El cálculo de la cúpula chavista es que puede ganar cómodamente. Los resultados obtenidos en las contiendas electorales de finales de 2017, particularmente las regionales a gobernador, donde el chavismo derrotó a la oposición en 17 de los 25 estados, le dieron aire al gobierno y son los que terminaron de impulsar la decisión actual.


La oposición está diezmada, con sus fuerzas en retroceso y divididas. Ya no tiene el protagonismo en las calles y ha perdido su capacidad de movilización. Con la puesta en funcionamiento de la Constituyente ha quedado virtualmente anulada la Asamblea Nacional, el Parlamento donde tenían mayoría las huestes opositoras. La incapacidad para desplazar al chavismo, luego de haber llegado a tener el control del Poder Legislativo, ha provocado una desmoralización en sus filas.


El llamado a elecciones para antes del 30 de abril divide aún más a la oposición. Aún no ha encontrado una estrategia común para replicar a la convocatoria del gobierno. El tema genera roces y amplios debates en el seno de la alianza opositora, que se divide entre la idea de participar en los comicios o negarse a convalidarlos. Habría una fuerte inclinación a no participar en la contienda, pero hasta ahora no habría una posición unánime.


Pese al optimismo oficial, el régimen chavista no ha dejado de tomar recaudos para asegurar sus resultados, con más trabas proscriptivas. Ha establecido la obligación de los partidos de reinscribirse en un registro manejado por el Estado nacional, que oficia de verdadero filtro. Por lo pronto, ha impedido la presentación como tales a los principales partidos liderados por los dirigentes más populares (Capriles y López) y que la oposición pueda utilizar la sigla del MUD, con la que vino presentándose en las anteriores elecciones. Por otra parte, el acortamiento de los plazos excluye prácticamente las posibilidades de hacer una primaria, que era el mecanismo al que venía apelando la oposición para arribar a una candidatura común. Esto debería ser sustituido por un “consenso”, cuestión que parece complicada.


Lejos de expresar una vitalidad del régimen bolivariano, la arremetida oficial se asienta en las limitaciones vertebrales de sus opositores. El chavismo ha dejado de ser un régimen plebiscitario para pasar a ser un régimen de facto, que se sostiene a través de una manipulación cada vez más alevosa de los resortes del Estado. La economía está en ruinas, con un retroceso del 25% del PBI y un inflación anual del 2.000%. El desabastecimiento y la desorganización económica han llegado a extremos exasperantes. Venezuela se ha convertido en una suerte de “economía de guerra”, donde gran parte de la población trabajadora y de menores recursos depende para subsistir de las tarjetas de racionamiento y bonos alimentarios que otorga el Estado. El voto en favor del chavismo se nutre de esta dependencia y chantaje “social” que el gobierno usufructúa valiéndose del aparato del Estado; ya no responde a una adhesión popular, que se ha ido horadando en forma proporcional al derrumbe de la experiencia nacionalista. Sin ir más lejos, Maduro acaba de anunciar el otorgamiento de un bono especial equivalente a tres salarios mínimos, que diversos comentarios periodísticos han coincido en interpretar como un anuncio apuntando a la campaña electoral.


En las propias entrañas


El hecho de que Maduro tenga grandes chances de ganar las elecciones puede, contradictoriamente, acentuar las divisiones dentro del oficialismo. Sin la presión que podría representar un acecho de la derecha, las divergencias reprimidas en el oficialismo pueden terminar abriéndose paso. Ya algunos analistas han señalado que la constitución de Somos Venezuela, un nuevo partido en el armado oficial, que viene de ser bendecido por el Presidente, es una movida de Maduro para afianzarse internamente y no depender del partido oficial, el PSUV, atravesado por crecientes tensiones. ¿Duda Maduro de tener el respaldo monolítico del partido que creó Hugo Chávez? ¿Rafael Ramírez y otros ‘excluidos’ y ‘desterrados’ pudieran generarle problemas al mandatario?” (Red digital Tal Cual, 28/1).


Lo concreto es que se empieza a desgranar el núcleo histórico del chavismo. La ruptura de Ramírez (el alguna vez poderoso ministro de Petróleo y jefe de la empresa estatal petrolera PDVSA, una figura clave a lo largo del gobierno de Chávez de 1999 a 2013), se produjo a fines del año pasado, después de que criticara ferozmente el manejo de Maduro de la economía. Ramírez ha señalado que le gustaría medirse en las urnas, pero esa posibilidad parecería imposible en momentos en que se lo acusa de multimillonarios hechos de corrupción.


El golpe que destrone a Maduro va a terminar surgiendo, muy probablemente, de las propias entrañas del oficialismo.


Límites


Lo cierto es que el régimen bolivariano ha tropezado con sus límites políticos. Los “éxitos” gubernamentales alcanzados con la consagración de la Constituyente y luego con los resultados de las elecciones regionales y municipales no bastan si no son acompañados por una política capaz de abrir un nuevo horizonte al país y sacarlo de la catástrofe en que está sumergido.


El chavismo, en cambio, ha continuado el rumbo que condujo al actual desastre. Maduro siguió pagando la deuda hasta finales de 2017, las arcas quedaron vaciadas y entró en defol, dejando al país sin las divisas necesarias para importar medicamentos, alimentos y otros productos de primera necesidad, imprescindibles para la población. En la actualidad, estaría negociando una restructuración de la deuda. Estaría dispuesto a pagar la deuda de PDVSA, cuyos bienes en el exterior correrían el riesgo de ser embargados, y dejar en suspenso el pago de la deuda perteneciente al Estado nacional. Estas maniobras son de corto vuelo y ya distintos analistas vaticinan su fracaso.


El cerco económico crece. Ni siquiera Venezuela puede usufructuar el aumento operado en los precios del petróleo, pues el volumen de producción petrolera viene descendiendo en picada y, por primera vez, está por debajo de los 2 millones de barriles diarios.


Por su parte, China y Rusia, las dos fuentes alternativas de socorro financiero a los que el gobierno ha apelado, sostienen a Maduro como la soga sostiene al ahorcado. Se omite usualmente mencionar el carácter leonino de este “auxilio”. El gobierno avanza en la privatización petrolera y minera, entregando la cuenca del Orinoco y otros activos a la petrolera rusa Rosneft. No hay que olvidar que los márgenes de asistencia de ambas naciones son acotados. Ya la petrolera rusa tuvo un aviso de la bolsa de Moscú, a fines de 2017, cuando el anuncio del defol venezolano provocó una caída de sus acciones. Ni Rusia ni China están dispuestas a patear el tablero del sistema financiero internacional, dominado por el gran capital, al cual están integrados y del cual son dependientes.


En este contexto, el gobierno de Trump, secundado por un grupo de gobiernos latinoamericanos en el que está Macri, está aumentando sus presiones políticas y económicas contra Maduro. Desde el Grupo de Lima, que integran la Argentina y hasta Estados Unidos, han dicho que no habrá reconocimiento oficial de la convocatoria electoral, por lo cual, tampoco reconocerían los resultados de la eventual elección.


Además de las sanciones financieras en marcha, Washington no ha descartado la aplicación de un embargo petrolero. Todo esto formaría parte de la agenda de discusión que tendría contemplado, el secretario de Estado, Elies Tillerson, en su próximo encuentro con Macri.


Independencia política


La iniciativa política tomada por el chavismo no puede disimular el hecho de que el gobierno prolonga una agonía que agrava la desorganización económica y la situación desesperante de las masas y pavimenta el camino para un estallido. ¡Se pronostica para el año en curso un retroceso del 15% del PBI y una inflación del 10.000%! A término, este impasse del régimen chavista dejaría como única salida un golpe arbitrado por las Fuerzas Armadas.


Es necesario que entre los trabajadores haya una clara comprensión de la transición que estamos atravesando.


En Venezuela hay tendencias, activistas y dirigentes clasistas, que podrían ser la base de un polo independiente de la clase obrera, que están bloqueados por los partidos de izquierda, prisioneros del oficialismo o la oposición patronal. Oscilan entre un seguidismo al nacionalismo burgués que pretenden reconstruir o ser tributarios de la derecha. La clase obrera puede y debe emerger como factor autónomo en la crisis nacional. El punto de partida para ello es la independencia y ruptura política con los bloques patronales en presencia.