Venezuela y América Latina

Despreciemos a los agoreros y luchemos por esta oportunidad histórica

Las cifras del referendo en Venezuela hablan por sí solas: el chavismo perdió la consulta por la deserción masiva (abstención) de más de tres millones de electores suyos, que hace solamente un año habían reelecto a Chávez. La reforma constitucional fue volteada por una mayoría del pueblo identificado con el movimiento bolivariano, no por el electorado de la oposición derechista o escuálida (y esto sin considerar al número de trabajadores que votaron por el Sí bajo la extorsión de que, de otro modo, ‘hacían el juego a la derecha’). Es indudable que la derecha comandó la oposición al referendo y le dio su contenido, pero no ganó a la masa chavista para su campo. Necesitó hacer, asimismo, una enorme demagogia democrática, al extremo que se presentó como defensora de la Constitución actual que ella misma derogó en las 24 horas que duró su golpe de abril de 2002. La derrota del oficialismo, por su lado, inviabilizó la tentativa de reforzar un régimen político de poder personal, que es por definición incompatible con el socialismo — el cual “será la obra de los trabajadores mismos” (declaración de la I Internacional) (y con la democracia). Los regímenes de poder personal apuntan al estrangulamiento de la intervención política de los explotados y acaban abriendo el camino a sus verdugos.


La derrota del plebiscito golpeó al régimen tal cual es en el presente, lo cual explica el estallido de divisiones que su resultado ha provocado en el personal de rentados del Estado. Un régimen de poder personal es también un régimen de camarilla y burocrático, por la razón de que ningún poder personal funciona en el vacío y necesitaba rodearse de un aparato de apoyo.


La circunstancia de que el rechazo (en la forma de la abstención) partiera de una mayoría de la población que en la última década protagonizó las grandes movilizaciones nacionales es un hecho significativo, aunque la abstención haya sido inspirada por tendencias heterogéneas y contradictorias. La masa que se abstuvo acompañó la movilización que puso fin al viejo régimen proimperialista del ‘punto fijo’ (reparto del poder entre la Acción Democrática y el socialcristianismo), y que derrotó más tarde el golpe de abril de 2002 y al lock-out patronal de diciembre de 2002-enero de 2003. En diciembre de 2006, Chávez había sido reelecto por 7.300.000 electores contra los 4.400.000 de su rival derechista, Rosales. El domingo pasado, el Sí cayó a 4.300.000 votos contra 4.400.000 del No, en este caso los mismos votos del año pasado. Es a la luz de estos datos que se entiende la ‘prudencia’ con que la derecha ha tomado ‘su’ victoria. Decir que lo ocurrido representa un triunfo de la derecha es un abuso político y representa claramente una concesión ideológica al imperialismo. Esa es la función que cumple la campaña que asegura que la democracia derrotó al socialismo.


Otra vez, la ‘derrota’ del ‘socialismo’


Es la interpretación que hacen no solamente los derechistas, sino más aún la mayoría de los izquierdistas, para los cuales Chávez habría cometido una suerte de ‘apresuramiento’ en la tentativa de “iniciar la transición al socialismo”. El propio Chávez ha dicho después de las elecciones que el pueblo venezolano no está aún preparado para la transición al socialismo (prometió insistir en un futuro).


¿El rechazo a la reforma habría sido inducido, entonces, porque postulaba la reducción de la jornada laboral a seis horas o porque preveía un sistema de seguridad social para los trabajadores informales — que era lo más próximo que tenía de un planteo socialista? Si efectivamente el rechazo fue aguijoneado por el temor a un régimen social diferente al capitalismo, ¿cómo se explica que durante ocho años esa mayoría inmensa de trabajadores ahora ‘temerosos’ hubiera hecho frente al golpe comandado por los representantes del ‘primer mundo’ y de la ‘democracia’, y que hubiera apoyado las “misiones”, con sus diversas propuestas educativas, sanitarias o habitacionales, o hubiera hecho frente al sabotaje petrolero en nombre de la plena soberanía de los hidrocarburos? Un pueblo hostil al socialismo sería incapaz de iniciar siquiera una lucha antiimperialista, no ya de desarrollarla. La artimaña de confundir al régimen de poder personal con el socialismo no es por cierto un procedimiento nuevo — hace más de doscientos años que forma parte del arsenal de calumnias del anti-comunismo (‘el socialismo es autoritario’). Por otro lado, no ha habido caudillo nacionalista en la historia que no se hubiera arropado en el socialismo; hasta el autócrata alemán, Otto von Bismarck, coqueteó con esta condición cuando nacionalizó los ferrocarriles y estableció uno de los primeros sistemas de jubilaciones. Alguien llamó a eso “socialismo prusiano” (aunque lo hubiera podido llamar socialismo del siglo XIX). No debe sorprender, entonces, que las interpretaciones sobre el resultado venezolano (la mayoría de ellas de absoluta mala fe) lo caractericen como un rechazo al socialismo. Hasta los trotskistas de la LCR de Francia reivindicaron la propuesta de reforma como iniciadora del socialismo, aunque quejándose de que tenía el defecto, secundario para ellos, de reforzar el poder personal y el bonapartismo, o sea la regimentación obrera y social por parte del Estado. Los apologistas escondían, además, que la reforma no ponía en marcha esos avances sociales sino que los retrasaba, porque hubieran podido implementarse de inmediato por medio de una ley.


Plebiscito político


La falacia de la tesis que dice que ha habido un rechazo al socialismo está probada por el hecho de que la reforma derrotada tenía apenas una diferencia de grado con la Constitución vigente -no una diferencia cualitativa. Chávez puede gobernar hoy perfectamente ignorando al parlamento, esto por medio de las leyes habilitantes (una suerte de super-poderes) (y así lo hace), o pasar por encima de la autonomía del Banco Central (lo cual hace también). La Constitución corriente es tan ‘socialista’ como la que acaba de sucumbir, la cual sin embargo fue aprobada, en su momento, por una Asamblea Constituyente y un referendo. El problema no está, entonces, con el socialismo. Incluso luego de la derrota de la reforma, el sistema político de Venezuela continúa siendo el de un régimen de poder personal — con un par de atributos menos de los deseados por su inspirador. La falacia del socialismo es clara.


En realidad, Chávez no convocó al referendo para reformar la Constitución (mucho menos para iniciar la ‘transición al socialismo’) sino para obtener una ratificación plebiscitaria de cara a la agudización de las contradicciones de conjunto del proceso bolivariano: los crecientes problemas económicos (la inflación de noviembre fue del 4,4%), tensiones sociales (la reciente huelga petrolera, problemas de desabastecimiento), y crisis políticas (buena parte de gobernadores y alcaldes chavistas evitó movilizarse por el referendo, creció una movilización estudiantil comandada por la derecha). Una de las manifestaciones de esas contradicciones era, precisamente, la división en las filas oficiales y en las fuerzas armadas. Por este motivo, o sea, porque el referendo tenía poco de constitucional y mucho de ratificación plebiscitaria, la derrota abre inevitablemente una enorme crisis política. Los ‘trotskistas’ que apoyaron el texto de la reforma cometieron, entonces, dos fraudes: apoyar un programa bonapartista, es decir antisocialista, y desorientar al pueblo pintándole un proceso constitucional que profundizaría, decían, la revolución.


‘De mis enemigos me cuido solo’


La tesis del rechazo del pueblo al socialismo sirve al propósito de justificar un giro a la derecha en Venezuela y un acercamiento entre el oficialismo y la oposición derechista, o por lo menos una reconciliación entre los chavistas que rompieron lanzas en los últimos meses. Nos referimos, en este caso, al sector militar que sigue al ex ministro de Defensa, Baduel, y al partido chavista, Podemos. Un alto funcionario de gobierno, el viceministro de relaciones exteriores Vladimir Villegas, ha presentado el resultado del domingo como “Una derrota salvadora” (La Nación, 4/12). ¡Qué tal! Viva la derrota. Sin la menor vergüenza dice que “el modelo socialista… no lo tenemos del todo acabado, y buena parte del país… lo asocia con la pérdida de libertades”. El ministro no se dio cuenta, parece, que ya hace cuatro años, por lo menos, que él y el gobierno que le paga vienen hablando y practicando el socialismo del siglo XXI. Para este hombre, en el referendo “han salido derrotados los extremos (!!!), tanto en el chavismo como en la oposición” — es decir que Chávez, que planteó la alternativa “Chávez o Bush”, sería el ‘extremista’ de su gobierno (ojo con esto). La derrota, agrega el viceministro chavista Villegas, ha sido “salvadora, porque se dispararon alarmas tempranas…para corregir errores”. Esta posición de un sector oficial, instalado en el gobierno, lleva a una conclusión transparente: la amenaza de golpe viene desde adentro del oficialismo, de un gran sector oficialista que el domingo pasado llamó a votar por el Sí o que acompañó ese llamado, o sea del seno mismo del régimen que los pseudoizquierdistas vienen caracterizando desde hace varios años como la forma política de la revolución permanente en Venezuela.


El agotamiento de la experiencia bolivariana


La derrota plebiscitaria culmina un proceso político reciente, que aunque no ha sido largo sí ha sido denso. Comenzó con la acentuación de la ofensiva para encuadrar a la Unión de Trabajadores como una sucursal del Ministerio de Trabajo, y luego con la creación del partido único. Como se ve, la “geometría del poder” que obsesiona a Chávez no arranca con la propuesta de intervenir el territorio de los estados federales, en especial donde gobierna la oposición. Arranca con el movimiento obrero. Esto provocó una crisis cuando los partidos Comunista, PPT y Podemos se negaron a sumarse al PSUV. Los cinco millones de miembros que integran los batallones del PSUV no alcanzaron, sin embargo, para superar los más de cuatro millones de votos por el No. A esta crisis le siguió la estatización de la televisora RCTV — cuando el gobierno aprovechó el fin de la concesión privada para pasarla al control burocrático del Estado (en lugar de ponerla en manos de organizaciones populares independientes). A renglón seguido el gobierno y el PSUV fueron incapaces de pelearle políticamente a la derecha el movimiento estudiantil que enfrentó el cierre de RCTV. Debido a sus intereses estatizantes y a su política de regimentación, el chavismo fue incapaz de encarar a la movilización estudiantil con armas libertarias y socialistas. El socialismo del siglo XXI fue incapaz de movilizar a su propia juventud y desnudar las contradicciones del movimiento rival; al final, la movilización estudiantil de la derecha fue el ariete principal del que se sirvió la oligarquía para ocupar la calle, pero con la cual entrará en contradicciones en un plazo no muy largo, seguramente. A todo esto hay que sumar la explosión de las contradicciones económicas: mientras la llamada ‘boliburguesía’ se enriquecía como animales, saqueando el tesoro del Estado y especulando en el mercado negro de divisas (¿qué socialismo, no?), la carestía se hacía creciente, se acentuaba el desabastecimiento y el gobierno se recusaba o sino: se rehusaba a aumentar los salarios (huelga petrolera).


La tendencia al bonapartismo es siempre expresión de una crisis social, ella no resulta de caprichos individuales; se impone para tratar de arbitrar conflictos sociales agudos valiéndose medios extraordinarios. El fracaso del plebiscito significa que el planteo bolivariano está agotado. Esto lo dijimos hace un par de meses (Prensa Obrera N° 1.004, Altamira, 9 de agosto, “crisis en las fuerzas armadas bolivarianas; N° 1.007, Oviedo, 30 de agosto); por eso ahora no necesitamos improvisar una conclusión. La agudización de la crisis política que queda planteada a partir de la derrota del plebiscito, forzará la aparición de nuevas manifestaciones de bonapartismo, que se diferenciarán de las habidas hasta ahora por su mayor inestabilidad y por su menor solidez institucional.


Una situación extraordinaria


En Venezuela se ha creado una situación extraordinaria, diríamos que fabulosa. La derrota del plebiscito desbloquea, por un lado, las posibilidades para el movimiento obrero que se quiere organizar en forma independiente, incluso porque asesta un golpe (que desearíamos fuera mortal) al ministro de Trabajo. Por otro lado, la derecha no tiene todavía condiciones para tomar una iniciativa decisiva: uno, porque la conciencia popular es tanto o más anti-derechista que antes; dos, porque la derecha continúa dividida por fuertes antagonismos. La debilidad de la derecha se manifiesta en su tentativa de acercarse a los ‘chavistas sin Chávez’. El ejército no puede confiarse, por el momento, a una aventura derechista, porque podría perder para siempre sus oropeles en las calles, pero claro que esto no va a durar toda la vida. Venezuela ha ingresado en una etapa transitoria convulsiva, que exige iniciativa y determinación de sus sectores clasistas. Si la crisis social se agudiza y las fuerzas en pugna no logran cohesionarse e inclinar la balanza de su lado, se van a acentuar las características bonapartistas del gobierno, en el sentido de una mayor tendencia a la demagogia y a las concesiones sociales, de un lado, y a la represión, tanto contra la izquierda como contra la derecha, del otro. La tarea debe ser, por lo tanto, la de acentuar la preparación política, programática y organizativa de una alternativa socialista, que sólo puede llegar a ello si se apoya en un proletariado independiente.


Un partido obrero


La iniciativa estratégica que se impone es dar el puntapié inicial para la formación de un partido de trabajadores. El PSUV está muerto. Orlando Chirino, dirigente de la Corriente C-Cura de la UNT, que ha rechazado la reciente reforma bonapartista y antes ya había rechazado sumarse al PSUV, ha planteado la necesidad de un partido de trabajadores. Opinamos que esta propuesta debe ponerse en práctica de inmediato. No importa el número inicial de adherentes; lo que importa ahora es un programa y un periódico, por sobre todo un periódico, obrero y socialista. Es lamentable el tiempo que se ha perdido hasta ahora, como consecuencia del pasaje del 90 por ciento de los grupos trotskistas al chavismo y al PSUV. A partir de la fundación de un núcleo de partido y especialmente de un periódico, quedaría planteada la necesidad, también inmediata, de una campaña por las reivindicaciones pendientes que se concrete en planes de lucha, y una campaña por un congreso democrático de la UNT. Si perdemos el tiempo en poner en práctica esto, acabaremos viendo resucitar a los viejos carcamanes adecos y copeyanos de la CTV.


Se ha creado en Venezuela una situación en extremo contradictoria, que no puede ser abrazada por una definición simple. El arbitraje político estatal se debilita como consecuencia de factores de conjunto. Clarificando la nueva situación tendremos la oportunidad de hacer ingresar a la revolución latinoamericana en una nueva fase.