Internacionales
15/4/2004|846
Viva el levantamiento nacional iraquí
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Masacre
Las tropas imperialistas están empeñadas en una masacre contra el pueblo de Irak. Sólo en la cercada Falluja, hay más de 500 muertos civiles, la mayoría niños y mujeres; los heridos son incontables. Los ocupantes bombardean Falluja, Kerbala, Kut, Najaf y barrios enteros de Bagdad, donde se libran intensos combates, con tanques, aviones y helicópteros en Falluja, los hospitales colapsaron; las operaciones se realizan en los pasillos y los heridos son inmediatamente enviados a sus casas porque llegan nuevas oleadas. Del otro lado del cerco, la Cruz Roja denunció que los norteamericanos impiden el ingreso de convoyes con medicamentos y alimentos para la población civil. El enemigo es el pueblo de Irak.
Pero los invasores no avanzan. No recuperaron ninguna de las ciudades perdidas: encuentran una resistencia feroz y deben luchar casa por casa. En Irak se libra una guerra civil internacional, la guerra de un pueblo sublevado contra el ocupante imperialista.
La rebelión crece. The Washington Post cuestionó la afirmación de Bush de que los combatientes son “grupos minoritarios”: es una guerra popular. Al llamado de los combatientes de Falluja, desde Bagdad y otras ciudades, salieron gruesas columnas de iraquíes para cercar a los sitiadores.
En la lucha se ha superado la histórica división entre shiítas y sunnitas. En los barrios shiítas de Bagdad hay pintadas glorificando la resistencia de la sunnita Falluja; una huelga general convocada por los imanes sunnitas fue seguida por toda la población de Bagdad, donde shiítas y sunnitas combaten juntos. El levantamiento engloba también a los kurdos, que se sumaron a la lucha en Bagdad, “donde conviven sunnitas, shiítas más un número importante de kurdos, (…) una ciudad en guerra, de todos contra Estados Unidos” (El País, 11/4). La rebelión une en la lucha a todos los componentes nacionales, étnicos y religiosos de Irak, condición esencial para su liberación.
Pantano
El gobierno fantoche se desintegra: varios de sus ministros renunciaron; el 25% de la policía y las fuerzas armadas “iraquíes” se pasó a la rebelión; el resto se niega a combatir.
La rebelión puso en el primer plano a la fracción shiíta encabezada por el clérigo Al Sadr, que levanta una serie de exigencias –liberación de los presos, evacuación de las tropas imperialistas de las ciudades– para cesar la rebelión. “La lucha por el poder entre las distintas fracciones shiítas, observa El País (11/4), se libra contra Estados Unidos”. Si triunfa Al Sadr, que reivindica la unidad de sunnitas y shiítas, “el escenario para Estados Unidos será de pesadilla” (ídem). La rebelión acota el margen de la fracción encabezada por el ayatollah Sistani, que participa en el Consejo Provisorio. Pero si gana Sistani, el plan político norteamericano se hunde ya que éste repudió la “constitución” digitada por Bremmer. En una editorial, el Financial Times (13/4), ruega a los norteamericanos que frenen la masacre y hagan todas las concesiones necesarias para “mantener, al menos formalmente”, a Sistani de su lado. Sin su concurso, su posición sería insostenible.
Privatización
La descomposición de los ocupantes se manifiesta en la “privatización” de la guerra: 20.000 mercenarios, empleados de “compañías de seguridad” privadas a un promedio de 15.000 dólares mensuales por cabeza, combaten bajo contratos del Pentágono y de las empresas encargadas de la “reconstrucción”, es decir, del saqueo de Irak. Por cada cuatro soldados, hay un mercenario.
Los ejércitos privados operan a independientemente, rompiendo la unidad de mando de las tropas de ocupación, y cometen las peores atrocidades contra el pueblo: por eso, los descuartizados de Falluja eran paramilitares, así como todos los secuestrados (con excepción de los japoneses). Frente a la rebelión, las compañías de seguridad resolvieron unificar su acción, manteniendo un “lazo informal” con el alto mando, lo que profundiza la anarquía y el caos en el campo ocupante.
La rebelión pone en evidencia la ficción de la ocupación y del “plan político”. Los ocupantes nunca dominaron efectivamente muchas de las grandes ciudades ni barrios enteros de Bagdad; el Consejo Provisional no existe, tampoco las fuerzas armadas y de seguridad que decía tener. No hay a quien traspasarles el poder el próximo 30 de junio, como sigue insistiendo Bush. Incluso, “no hay soberanía que traspasar; sólo caos” (El País, 11/4).
Crisis políticas
La rebelión puso la crisis política norteamericana al rojo vivo. La consejera de seguridad nacional, Condoleezza Rice, fue vapuleada por una comisión del senado que investiga la “negligencia” de Bush frente a las advertencias de que Al Qaeda se proponía atacar en Estados Unidos. La investigación –que se inició por las denuncias contra Bush de los jefes de los servicios de inteligencia, es decir, del propio vértice del poder– ya dejó en claro que Bush sabía, desde un mes y medio antes del atentado, que estaba en marcha un ataque “con aviones dirigido contra objetivos en Estados Unidos” (Corriere della Sera, 11/4).
El próximo episodio de la crisis política será en torno al envío de nuevas tropas. Los generales reclaman el envío inmediato de 100.000 soldados “frescos”. En la prensa hay denuncias de que no sólo se han cancelado los retornos sino que, además, se envía al combate soldados con estrés sicológico y lesiones y heridas no totalmente curadas. Se plantea una aguda crisis política: si envía las tropas, Bush estaría reconociendo su fracaso; si no lo hace, no sólo arriesga un desastre militar sino, incluso, la posibilidad de una rebelión de sus propias tropas, como ya ocurrió en Vietnam. El fracaso de la operación de “limpieza” en la frontera entre Afganistán y Pakistán, y la conquista de importantes regiones del sur afgano por los talibanes, es otro factor de la crisis política.
Después de la caída de Aznar, los gobiernos de la coalición son un tembladeral. Cayó el gobierno polaco y “las divergencias acerca de Irak impiden la formación de un nuevo gobierno” (Financial Times, 13/4); Ucrania y otros países anunciaron que no van a renovar sus contingentes. La crisis de la ocupación es un clavo más en el cajón de Berlusconi, golpeado por las quiebras de grandes pulpos italianos; la centroizquierda italiana se dividió: una fracción reclama el retiro de las tropas mientras Piero Fassino, secretario general de la DS, dice que “una vez que la guerra ha comenzado, no se puede abandonar el campo” (Corriere della Sera, 7/10). En Japón, el secuestro de tres ciudadanos desató una ola nunca vista de manifestaciones, de millones de personas, por el retiro inmediato e incondicional de las tropas japonesas.
Crisis mundial
El levantamiento iraquí, al mismo tiempo que impulsa a las potencias imperialistas a buscar la intervención de la ONU para sacar a los yankis del pantano, la torna más dificultosa.
“Casi no hay posibilidades, dice un editorial del Financial Times (13/4), de que la ONU tome la responsabilidad en Irak (…) no lo quieren ni la propia ONU (ni) la mayoría del Consejo de Seguridad (ni) Bush (ni) los iraquíes”.
La gravedad de la situación, se percibe en la prensa. Aunque reconoce que un mandato de la ONU sería “un fraude” que escondería la continuidad de la ocupación, el Financial Times (13/4) pide el cese de las masacres y un acuerdo con Sistani y los europeos para que “el fraude se pueda mantener hasta las elecciones”. (El País, 11/4), por su parte, le reclama a Bush que, “aunque signifique perder las elecciones”, entregue Irak a la ONU. Por esta vía, España podría mantener sus tropas y Francia, Alemania y los países árabes enviar las suyas. La entrada de los árabes sólo podría tener lugar a expensas del sionismo, lo que significaría un golpe para los propios norteamericanos que fueron a la guerra, entre otras cosas, para enterrar la cuestión palestina.
Pero el problema no son las tropas sino el mando político; las crisis políticas en Estados Unidos y entre los miembros de la “coalición” exacerban, todavía más, los enfrentamientos interimperialistas. No existe un directorio político capaz de mandar unificadamente un “ejército internacional” en Irak porque esto presupone un acuerdo, inexistente, acerca de la política imperialista en el Medio Oriente y aún más allá.