Ya somos una epidemia

Los nueve principales bancos extranjeros que operan en Argentina contabilizaron, sólo en el primer trimestre de este año, previsiones por pérdidas por más de 10.000 millones de dólares, lo que ha convertido la crisis argentina, según Standard & Poor’s, en “el mayor evento crediticio de los estados financieros más recientes de estas entidades” (El Cronista, 6/5). Si se considera que estos grandes bancos fueron golpeados por algunos de los quebrantos más resonantes de los últimos tiempos, como el de la Enron o los del sector de las telecomunicaciones, es muy significativo que se califique a la crisis argentina como “el mayor evento”. Con todo, el mismo informe señala que “a medida que avanza el año (…) estas previsiones resultan insuficientes” (ídem).


Las grandes empresas españolas que operan en Argentina, por su parte, perdieron otros 10.000 millones de dólares, si se consideran sus pérdidas directas y la caída de su valuación bursátil. La Bolsa madrileña sufrió una caída del 6% entre enero y abril… pero la caída de las acciones de las empresas que operan en Argentina supera, en promedio, el 13%.


Los pulpos españoles fueron especialmente golpeados porque “están atrapados en Argentina” (El País, 5/5). Repsol, por ejemplo, tomó una deuda de 15.000 millones de dólares para comprar YPF, de la cual provienen la mitad de sus ganancias operativas. El derrumbe argentino pone a Repsol contra las cuerdas.


Lo mismo sucede con el BBVA, que a sus pérdidas bancarias y en la AFJP Consolidar, debe agregar las que sufre como accionista de Repsol, Telefónica y Endesa. La crisis argentina abre las puertas a un copamiento de los pulpos españoles por el capital anglosajón que, en el caso del BBVA, ya posee el 50% del capital (a través de fondos de inversión). Esta perspectiva desató la crisis en la cúpula del BBVA (que llevó a la renuncia de toda su plana mayor) y llevó al Banco Santander (BSCH), “golpeado de lleno por la crisis argentina” (Le Monde, 5/6), a deshacer su participación en algunas grandes empresas españolas y en “una multitud de participaciones minoritarias” (ídem).


La caída de su valuación bursátil y las pérdidas dificultan a estas empresas refinanciar sus deudas, no ya de sus filiales argentinas sino de sus negocios de conjunto. Esto es particularmente grave para las empresas norteamericanas, que enfrentan serios problemas de refinanciación como consecuencia de la caída de la Bolsa y de sus desastrosos resultados en los propios Estados Unidos. “En el primer trimestre, las 1.146 mayores empresas norteamericanas registraron globalmente pérdidas por 3.200 millones de dólares, un hecho que no se producía desde hace diez años” (Le Monde, 5/6).


La necesidad de reducir estas pérdidas está llevando a los bancos, especialmente a los europeos, a reducir drásticamente sus préstamos a América Latina, repitiendo el mecanismo que extendió a toda Asia, en 1997, la crisis financiera que se inició en Indonesia y Malasia: el retiro de los préstamos de los bancos japoneses a todos los países de la región. La restricción no se limita, sin embargo, a los países latinoamericanos: se afirma que países como Sudáfrica y Egipto serían “muy vulnerables” al contagio argentino (Clarín, 30/5).


A estos mecanismos financieros, hay que agregarles los comerciales: el derrumbe de las importaciones argentinas ha golpeado muy seriamente a Uruguay, Brasil, Chile y Paraguay.


Con todo, lo más importante del “contagio” argentino es que deja en claro el contenido social de la crisis. Argentina “contagia” porque expresa un proceso internacional, que se encuentra perfectamente abonado, como lo ponen de manifiesto el endeudamiento de las empresas, las grandes quiebras internacionales, los déficits fiscales, la precariedad de las cuentas externas, y la crisis bursátil y de beneficios en los Estados Unidos.


El ministro de Economía peruano, Pedro Kuczynski, un hombre ligado por décadas al Citibank, acaba de afirmar que “la privatización llegó al fin del camino en América Latina (porque) no queda suficiente dinero para nuevas privatizaciones” (Clarín, 5/6). Esto, por un lado, porque la crisis argentina ha golpeado a los bancos que las financiaban, pero también porque la crisis de las telecomunicaciones, a nivel mundial y en nuestro continente, ha obligado a mandar a pérdida capitales por varias decenas de miles de millones.


El “contagio” argentino revela la vulgaridad centroizquierdista que atribuye la crisis a una determinada “política económica” y pretende que se la podría superar con “otra política”. Uruguay no tenía convertibilidad, lo que no impidió que fuera golpeado; Brasil intentó superar su crisis en 1999 mediante una devaluación y dos años después enfrenta una crisis potencialmente superior a la que se pretendió conjurar mediante la depreciación del real.


El derrumbe argentino es una manifestación de la crisis mundial del capitalismo, que envía ondas de choque por todo el planeta… de la misma manera que, antes, Argentina sufrió los golpes de las crisis en Asia, Rusia y Brasil.


La conclusión fundamental, para todo trabajador, es que la salida a una crisis de esta envergadura histórica plantea la superación del régimen social capitalista, es decir, la conquista del poder político por los trabajadores, la expropiación del capital y una política de unidad con los explotados del mundo, en primer lugar con los de América Latina.