Juventud

2/8/2012|1233

A Sileoni le agarró “el viejazo”

El ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni, celebró el martes 24 las ocupaciones de escuelas como “un triunfo de la democracia y de la educación”. Los medios oficialistas -por ejemplo, Tiempo Argentino, 25/7- saludaron las declaraciones como un impulso a la “participación juvenil”, mientras que los “destituyentes” cuestionaron al ministro por posar de “alumno enojado” (Clarín, 26/7). Ninguno vio en el arrebato juvenil de Sileoni un intento de disimular la responsabilidad del gobierno en la crisis educativa, que es hacia adonde apuntan las ocupaciones de colegios.


A cargo de la cartera que trabaja con la educación, Sileoni incurrió en la falacia de saludar su propia incompetencia, como aquel imputado que pidió la absolución del cargo de asesinato de sus padres, debido a su condición de huérfano. Sileoni incurre en otra falacia más: usar la banalidad para distorsionar un acto. Los alumnos no ocupan colegios para ir a las Olimpíadas de Democracia en Río de Janeiro, sino para resolver problemas, para remover responsables y para derribar estructuras reaccionarias. Sileoni justifica la destrucción de la educación porque ella habilita una reacción que convierte en “una escuela de civismo”. Tres violencias contra los procedimientos de la lógica ameritarían que fuera cesanteado por ineptitud pedagógica.


Los críticos de Sileoni, aunque de más ilustrados, o adhirieron el rosario de falacias del deslenguado, porque hacerlo habría significado dotar de la legitimidad de la lógica la lucha contra la destrucción educativa. Hasta las constituciones admiten la rebelión contra el despotismo -algo lógico, porque el constitucionalismo nació como reacción al absolutismo. Debido a eso, La Nación -a diferencia de Sileoni- adjudica las ocupaciones de colegios a una suerte de “rebelión del sándwich”, algo así como un reclamo universal para que en cada escuela haya un McDonald’s. La interpretación podría sonar a broma si no fuera por el hecho de que las escuelas primarias de Argentina tienen menor nivel alimenticio que una olla popular, y cuestan muchísimo más que ellas.


Al final, Sileoni tuvo que salir a admitir que fue “malinterpretado”; o sea, que no se ha convertido en amigo de los estudiantes que luchan. Lo contrario hubiera sido descalificar a la propia Presidenta, que cuando asesinaron a nuestro compañero Mariano Ferreyra tuvo la ocurrencia de responsabilizar por el hecho a los que ocuparon el Ministerio de Educación para reclamar que se completara la construcción de un edificio. Fueron escrachados como los sátiros rompepuertas. Los enredos del kirchnerismo con las luchas siguen las reglas de una lógica cada vez más implacable: ocurren porque pretenden ser lo que no son ni serán: un movimiento popular de emancipación.


Las declaraciones de Sileoni son lo más parecido a una operación de rescate -en una época muy propicia; o sea, de bancarrotas. Se trara de un intento por rescatar a La Cámpora, que, más papista que el Papa, se ha ocupado en ocupar la primera fila de la oposición a las luchas estudiantiles. Han buscado dividir a los secundarios y a los universitarios, con plata del presupuesto y con sellos. La Cámpora surgió con el objetivo de contener un desarrollo independiente y a la izquierda de la juventud. Cuando en una ocasión se “rebelaron” contra Macri, enseguida se llamaron a sosiego al comprobar que el movimiento cuestionaba “toda” la política educativa, no solamente la porteña.


Si las ocupaciones de escuela fueran una clase de “educación cívica”, la conclusión que se impone es que la burguesía -en general- y los gobiernos -en particular- necesitan una serie de clases magistrales; no solamente de parte de los estudiantes, sino, especialmente, del movimiento obrerto.