Libertades democráticas
23/1/2019
[ARCHIVO] La verdad sobre La Tablada
Publicado en Prensa Obrera #257 el 23/2/1989
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La foto de Eduardo Longoni registra la entrega de un militante del MTP, posteriormente desaparecido
Para desentrañar lo que ocurrió realmente el 23 de enero en La Tablada hay que partir de la evidencia de que en ningún momento, el Ejército y el gobierno tuvieron duda alguna sobre la filiación política del grupo que atacó el regimiento. Desde las primeras horas, los efectivos militares, el alto mando y los funcionarios gubernamentales tuvieron la absoluta certeza de que los atacantes del cuartel eran militantes de izquierda.
“La inteligencia militar fue contundente al establecer en los primeros minutos de lucha que los agresores no eran militares”, informa el diario Río Negro (24/1).
Los primeros policías que rodearon el cuartel gritaban —según Página 12 del 24/1— “son zurdos, no son compañeros nuestros… son la izquierda del gobierno, la Coordinadora y los de Franja Morada”.
Al mismo tiempo, el capellán de la Policía Bonaerense, Francisco Himelreich, y un capellán del ejército, frente al cuartel declaraban que “los asaltantes son militantes de extrema izquierda” (La Prensa, 24/1).
Un oficial, consultado por La Nación (24/1), suelto de cuerpo declaró que “con toda certeza no hay nadie del ejército metido en esto. El coronel Seineldín es un señor militar y jamás dispararía contra sus camaradas.”
Según consigna Página 12 (29/1), un vecino que salió a la calle al escuchar los disparos preguntó a un oficial de policía “¿Qué pasa?” “Son los zurdos” respondió el oficial. La conclusión del vecino fue instantánea: “Entonces van a tirar en serio”.
La última ratificación la brindó el propio encarcelado Seineldín, quien se dirigió al jefe del ejército para asegurarle que ninguno de “sus” hombres estaba inmiscuido en el ataque.
Pero aún hay más.
La inteligencia militar y el alto mando no sólo contaron, desde el primer momento, con la absoluta seguridad de cuál era la filiación política del grupo atacante sino que, además, estaban al tanto de antemano de los acontecimientos. “El general Gassino —informa el diario Río Negro, 25/ 1— había decidido reforzar con anterioridad las ‘unidades-símbolo’ de la Infantería porque se conocía la gestación de algún tipo de movimiento de índole subversiva que eventualmente Intentaría un ‘golpe de mano’ contra unidades militares del área metropolitana”.
Sugestivamente, esa mañana “gran cantidad de policías estaban convocados para reunirse a las 5.30 horas en el destacamento Güemes, en la intersección de Camino de Cintura y Autopista Ricchieri” cerca de La Tablada, (Río Negro, 25/1).
Pacto y ocultamiento
Apenas se produjo el copamiento, “la primera preocupación de Alfonsín fue establecer fehacientemente la identidad de los atacantes y si los mismos pertenecían al grupo Seineldín-Rico” (Río Negro, 24/1).
“Poco antes del mediodía —continúa informando el diario Río Negro— el propio jefe del ejército, general Gassino, dio al presidente la ‘absoluta seguridad’ de que ningún militar Involucrado en los sucesos de Semana Santa, Monte Caseros o Villa Martelli se hallaba incurso en La Tablada". Fue entonces y solamente entonces que Alfonsín ordenó la represión.
Cuando Seineldín copó Villa Martelli, Alfonsín declaró que “prefería 45 horas de negociaciones a 10 minutos de combate”. Esta vez, frente a la acción del MTP, desde la propia cabeza del Estado se renunció a cualquier tipo de negociación que evitara un baño de sangre. Ese baño de sangre fue buscado ahora deliberadamente.
Al ordenar la represión de los militantes del MTP a los comandos carapintadas, Alfonsín eligió obviamente el camino de la masacre.
La represión comenzó por un calculado y deliberado ocultamiento de la filiación política de los atacantes y de sus móviles políticos, con el objeto de que la población apoyara lo que aparentaba ser una represión, por fin, a los “carapintadas”. El primer comunicado oficial decía, textualmente, que “la banda que atacó el regimiento de La Tablada ha apelado a procedimientos sanguinarios a los que sería inútil que se los pretenda fundar en consideraciones políticas o ideológicas porque se trata de delincuentes”.
Mientras tanto, desde las radios y la TV se decía que se trataba de un nuevo motín de Rico-Seineldín. Aún el lunes por la noche, el gobierno continuaba ocultando que los ocupantes eran del MTP. El oficialista La Razón titulaba el lunes por la tarde a ocho columnas, que el grupo atacante era seineldinista. Jaroslavsky [ndR: diputado de la UCR], recién avanzada la tarde, aventuraba —a título personal— que se trataba de militantes de izquierda.
“Acción sicológica”
Desde el mismo momento en que Alfonsín y el Alto Mando decidieron la represión, se desató sobre la población una brutal campaña de “acción sicológica” eficazmente capitaneada por la “prensa libre”.
Los ocupantes fueron descriptos, una y mil veces, como “sanguinarios y suicidas", y se difundían especies de todo tipo acerca de su “ferocidad” y “desprecio a la vida”. “Mataron colimbas que estaban durmiendo”, se afirmaba (Clarín, 24/1).
“Fuentes confiables” aseguraban que entre los ocupantes había “mercenarios extranjeros”.
Un capítulo especial merecen las afirmaciones realizadas sobre el armamento de los atacantes. “Utilizaron armamento sumamente sofisticado, lanzagranadas antitanque RPG-7, misiles antiaéreos portátiles SAM 7 de fabricación soviética, lanzagranadas de 40 mm y un fusil FAL de un modelo no utilizado por las FF.AA. argentinas” (Clarín, 24/1). Además, el arsenal de los ocupantes incluía —según las mismas “fuentes”— “morteros” (Página 12), “misiles tierra-tierra” (Río Negro) y hasta “minas” (comunicado oficial).
La insistencia con que los medios de prensa repetían estas noticias —que luego se revelaron absolutamente falsas— tenía un único objetivo: la aceptación del aplastamiento sanguinario y sin miramientos.
Por las dudas, al mismo tiempo que se bombardeaba el cuartel con tanques y artillería pesada y a la población con las noticias de las supuestas “atrocidades de los mercenarios suicidas”, se cortaron las comunicaciones del cuartel para evitar que los ocupantes dieran su propia versión de los acontecimientos. Sucedía así exactamente lo contrario de cuando los cuarteles eran copados por los carapintadas, cuyas “proclamas” eran difundidas por todos los medios de comunicación.
Masacre
La represión desatada contra los ocupantes del regimiento de La Tablada constituyó una masacre. En ningún momento, bajo ningún concepto o circunstancia, el alto mando y el gobierno buscaron la forma de evitarla.
No se parlamentó ni se exigió la rendición de los ocupantes. “A las 17 horas (del lunes 23) se desestimaba la rendición de los asaltantes del cuartel” (Esto, 25/1). “Estos son suicidas, no se entregan vivos” era la cantinela de tos carapintadas, convenientemente reproducida por la prensa burguesa, obviamente para justificar la matanza.
Se tomó la decisión de no parlamentar con los ocupantes para que hubiera “combates”. Por lo tanto, a la decisión política de Alfonsín y Gassino no sólo deben contabilizarse la matanza de decenas de militantes del MTP— cuyo número aún no está claramente establecido— sino aún las de los soldados conscriptos y suboficiales. Uno de estos fue abatido por disparos de cañón.
Incluso alguien tan insospechado de “terrorismo” como Oscar Alende [ndR: dirigente del centroizquierdista Partido Intransigente], dice en un comunicado del 27/1 lo siguiente: “La rápida y eficaz acción del gobierno de la Provincia de Buenos Aires, utilizando su policía provincial, impidió la huida de los agresores y los fijó al terreno.
“¿Por qué no se aprovechó ese cerco para debilitarlos, desabastecerlos, propiciando la acción política a través del pronunciamiento de todos los partidos y organizaciones, convocando a la movilización popular contra los sediciosos y utilizando el despliegue del resto de las fuerzas de seguridad Interna?
“¿Qué se quiso demostrar? ¿Que la sociedad argentina necesita la acción de sus fuerzas armadas para neutralizar y capturar a cincuenta hombres aislados y repudiados por el conjunto de La Nación?
¿Que cincuenta hombres son más fuertes que el conjunto de las instituciones democráticas? ¿Que los ciudadanos necesitamos tutelas que ya han demostrado en décadas de golpismo y antipueblo ser la degradación de los argentinos y La Nación?”
Mientras que en las fuerzas represoras se registraron alrededor de una treintena de heridos y 8 muertos (una relación habitual en todo enfrentamiento bélico) entre los militantes del MTP no se registraron heridos durante el combate. Sólo muertos.
La explicación la dio un soldado. “Logré herir gravemente a uno de ellos que intentaba huir hacia Crovara. Después lo remató un sargento.” (La Prensa, 25/1). Naturalmente, este sargento es hoy un “héroe de la democracia”.
Se bombardeó desaforadamente con tanques, tanquetas, morteros y cañones del más grueso calibre para exterminar sin mediaciones. Se destruyó el cuartel a cañonazos limpios — aún con colimbas adentro.
Toda la operación fue dejada en manos de los comandos carapintadas que acabaron desfilando orgullosamente delante del Presidente.
Hipocresía
A las pocas horas de la matanza, el pesado manto de ocultamientos, mentiras y monstruosidades montadas por el gobierno comenzó a desmoronarse.
“Nos trataron bastante bien. ‘Con ustedes no es la cosa' nos decían” (Clarín, 28/1) declararon los conscriptos liberados por los supuestos “sanguinarios”.
Fueron los mismos supuestos “sanguinarios”, los que liberaron al mediodía, luego de que el ejército utilizara tanques y cañones contra las instalaciones, a varias decenas de conscriptos. A las 15 horas, se produjo una nueva liberación de conscriptos por los ocupantes (Esto, 25/1).
Pese a las investigaciones, no se ha logrado detener a uno solo de los numerosos “mercenarios extranjeros” (cubanos, nicaragüenses, chilenos, salvadoreños, peruanos y hasta angoleños y libios) que inventó la propaganda militar-gubernamental. Tampoco se han podido comprobar relaciones de los atacantes con “potencias orientales", como se vio obligado a reconocer el jefe de la policía bonaerense.
“El acopio de armas de parte de los activistas no había sido del calibre que le adjudicaron las primeras impresiones: ni todas, ni la mayoría fueron modernas y sofisticadas” declaró el ministro Nosiglia (Clarín, 29/1).
Por su parte, el vocero presidencial José Ignacio López afirmó que “durante la exposición no se confirmó la existencia de misiles soviéticos” (La Nación, 25/1).
Por su parte, la revista La Semana titula “las armas no eran en su mayoría ni modernas ni sofisticadas".
¿Dónde están los “misiles tierra-tierra” y los “bazookas” que justificaron el bombardeo indiscriminado del cuartel ocupado?
“Por favor, hagan algo… esto es una barbaridad, nos están masacrando” imploraba telefónicamente a la prensa una mujer perteneciente al grupo supuestamente “suicida” apenas pasado el mediodía del lunes, es decir más de 20 horas antes de que culminaran los combates. El comando “suicida” fue un puro y simple invento de la “prensa propia”.
Todas las evidencias indican que el gobierno y la camarilla militar manipularon, tergiversaron y confundieron los hechos para presentar a la masacre como un camino obligado.
¿No había otro camino?
Nadie es obligado a hacer lo que no quiere. Si Alfonsín y el conjunto del gobierno dieron las instrucciones para reprimir es porque ello servía enteramente a sus objetivos: el pacto con los altos mandos y los carapintadas.
La escalada reaccionaria que siguió a los hechos, no se explica por los sucesos de La Tablada. Al revés, es la necesidad de la burguesía y del imperialismo de profundizar aún más la política de amnistía, de militarización del Estado, de sometimiento al gran capital y de hambreamiento al pueblo lo que explica por qué Alfonsín, el alto mando, Menem y Alsogaray eligieron y elogiaron la masacre fría y deliberada de los militantes del MTP que ocuparon el regimiento de La Tablada.
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