Libertades democráticas
19/6/2013|1273
Esma: “El silencio”, otro campo de cautiverio
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Apel
Treinta y cuatro años después de los hechos, se llevó adelante la inspección ocular de la isla El Silencio en el delta de Tigre, donde trasladaron a los cautivos de la Esma cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos arribó a la Argentina en los años de la dictadura genocida.
Habiendo tomado conocimiento los militares de esta visita, se articuló un operativo dirigido a ocultar las condiciones en que tenían a los cautivos. Existía un grupo de prisioneros al que llamaban "el herraje". Su trabajo -esclavo- consistía en ocuparse de las reparaciones en el centro clandestino.
Ellos fueron los primeros en llegar a la isla que había pertenecido a la curia, más precisamente a la revista Esquiú, y que fuera cedida amablemente a la Armada. Los detenidos tuvieron que poner a punto las casas donde oficiales, "verdes" y prisioneros estarían durante 40 días mientras se disfrazaba a la Esma. A muy pocos metros, existía una posta de Prefectura. La zona liberada de la Armada llegó hasta el Delta.
Durante las dos horas que duró la navegación, las historias, las anécdotas y los recuerdos se compartían entre víctimas sobrevivientes (en su mayoría, asistían por primera vez) y los abogados que llevaríamos adelante la medida judicial. Los "capucha" (se los llamaba así por el lugar donde estaban alojados en la Esma) tuvieron el destino más cruento en la isla. Se los hacinó en una precaria construcción debajo de la casa que habitaban los verdes. La clásica construcción de los isleños fue modificada. Los pilotes, que mantienen las casas protegidas del río, fueron tapiados y se construyó ahí mismo una letrina. La tierra húmeda del Delta fue cubierta por nylon; sobre ellas, se apoyaron colchonetas y así pasaron los días los "capucha". Tenían que beber el agua que venía directamente del río, lo que los enfermó. El resto de los detenidos seguía en situación de servidumbre. Las mujeres estaban encargadas del aseo de la casa, de la comida, de servir a los oficiales, de probar previamente la comida por el temor que tenían éstos a ser envenenados. Los hombres, talando y cargando al hombro pesados troncos que traían desde el centro de la isla. Un lugar aún hoy inhóspito y plagado de alimañas.
Con la inspección ocular, logramos acreditar la continuidad delictiva de los genocidas en oportunidad de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cuando reacondicionaron la Esma y los prisioneros fueron trasladados a esta isla. El lugar, a pesar de los 34 años transcurridos, según los testigos sobrevivientes no tiene reforma alguna, a diferencia de la Esma.
La querella de Justicia Ya! que, junto a la fiscalía de juicio integrada por Guillermo Friele y Mercedes Souza Reilly, solicitamos esta diligencia pedimos al juez Torres una medida de no innovar, a efectos que se mantenga incólume este sitio.
La noche nos encontró otra vez en las barcazas de la Prefectura. No hubo palabras en las dos horas de navegación de vuelta. Las caras de los sobrevivientes ya no eran las mismas. Todos se mantuvieron en silencio mirando el río. La sensación de la misión cumplida primaba. Una vez más, fueron ellos quienes procuran las pruebas. Un paso más para la construcción colectiva de la memoria y para levantar las banderas de los 30.000 compañeros detenidos desaparecidos.