Nuestra lucha en la clase obrera bajo la dictadura

A raíz de un testimonio del horror de la ESMA

El testimonio de Carlos García, un sobreviviente de la Esma en el Juicio que se inició al prefecto Horacio Febres, brazo ejecutor de la tortura y de la muerte, revivió no sólo el horror de los campos de concentración de la dictadura, sino un capítulo más bien desconocido: el de la imprenta Apus, donde se imprimía el diario Convicción, del almirante Massera y un sinnúmero de publicaciones normales del mercado editorial.


Allí trabajaban unos doscientos operarios gráficos entre los cuales la Esma mezcló a “chupados” en una suerte de libertad vigilada. Los incorporó como gráficos y en ocasiones les encargaba trabajos secretos como la impresión de documentos falsos que se hacían a espaldas del resto de los trabajadores. Los jueces preguntaron a García si disponía de algún testigo para confirmar sus dichos, a lo que Carlos respondió: sí por supuesto, allí trabajaba Pitrola.


Al otro día tuve oportunidad de explicar brevemente lo ocurrido por radio Mitre.


Efectivamente, fue mi primer trabajo gráfico, una especie de taller-escuela donde muchos aprendimos el oficio y otros trabajaban a contraturno de otro diario o editorial. Las condiciones laborales eran las peores en la especialidad porque no se respetaban las seis horas de diarios, que por aquel entonces se cumplían estrictamente en todos los diarios.


Otros compañeros del Partido colaboraron con mi ingreso en 1979. Con el tiempo me fui sumando a los reclamos en materia de herramientas, de ropa de trabajo, de horarios de comida y otras reivindicaciones. Al mismo tiempo ampliábamos el pasaje de Política Obrera, que llevábamos camuflada, hasta lograr una red de receptores del periódico de más de quince compañeros de distintas secciones del taller. Entre ellos estuvo Carlos, que mostraba ser un excelente compañero y que poco a poco me fue confiando su historia, aunque algunos detalles como la confección de documentos falsos termino de conocerla ahora.


Así conocimos a otros “chupados”, uno de ellos, también querellante en la causa y también receptor del periódico. Nuestra tarea en determinado momento era caracterizar quiénes de los chupados seguían trabajando para los servicios y quienes no, para no ensartarnos y ser delatados ante la patronal, nada más ni nada menos que la Marina.


No erramos. Carlos, como otro compañero, recuperaron la integridad de clase, víctimas aún de servidumbre, recién salidos del campo de y resultaron ser valiosos trabajadores que hoy testimonian para luchar por la cárcel para los asesinos. En particular, en este juicio, torcer la estafa distraccionista y dilatoria de la Justicia que empezó la causa del mayor campo de concentración, con trescientos testimonios del genocidio, con un juicio a un personaje criminal secundario (Astiz, Acosta, esperan juicio todavía) y por “privación ilegal de la libertad”, un delito excarcelable.


En 1982, días antes de la invasión a Malvinas, maduró la organización interna y el trabajo de tantos años y paramos el taller agolpándonos en el patio para reclamar aumento de sueldo. Un activista de la sección fotografía y yo fuimos despedidos por ley antisubversiva, sin indemnización, que cobraríamos en juicio años después. La noticia de la invasión a las islas la recibí “guardado” en casa de una compañera, no obstante lo cual concurrí varias veces a la puerta del taller para tratar de dar continuidad al proceso de lucha.


El despido no se revirtió. Pero un compañero ganado a la causa del sector administrativo de personal, garantizó que tuviéramos buenos informes para posteriores trabajos a mí y al otro compañero despedido. Para esa época ya teníamos trabajo político en el diario La Opinión, en la fábrica de tintas Llorilleaux y en otros talleres gráficos de Barracas donde estaba Apus.


El Partido luchó organizando a la clase obrera contra la dictadura en el gremio gráfico y en innumerables gremios. Dos años después, en 1984, me echarían de Editorial Atlántida por reclamar elección de delegados, cuando todavía regía la ley 21.400 de asociaciones profesionales de la dictadura, pero una huelga general lograría mi reincorporación y en diciembre de ese año sería elegido secretario adjunto del Sindicato Gráfico, contra la burocracia colaboracionista de la intervención militar que actuó a favor de la patronal en todos los despidos relatados. El trabajo desde la clandestinidad daba sus frutos.


Otros compañeros gráficos que compartieron la experiencia están dispuestos igual que yo a testimoniar lo que haga falta en el juicio al horror de la Esma. El objeto de estas líneas es rescatar una de tantas innumerables luchas obreras bajo la dictadura y la contribución de nuestro partido desde la clandestinidad.