Rafael Nahuel, un año de impunidad

Desde Bariloche.

Foto: Matías Garay

Este lunes 26 el Juzgado Federal de Bariloche amaneció vallado y robustamente custodiado. Es el centro de la inutilidad y complicidad de un juzgado que a un año y un día del asesinato por la espalda de Rafael Nahuel no da respuesta, y las consecuencias de su inoperancia voluntaria eran más que esperables. No ha encarcelado a los implicados del grupo Albatros [NdeR: de Prefectura] que en Villa Mascardi el 25 de noviembre de 2017 descargaron una lluvia de plomo a la ocupación mapuche de la lof Lafken Winkul Mapu. Tampoco ha encarcelado a toda la cadena de mando correspondiente. Todo el agravio que la comunidad ha vivido y vive desembocó en la muerte de un joven de 21 años que abrazó el peso de su identidad y decidió unirse a la reivindicación.


Hoy él es una causa en sí misma. En su memoria y por la falta de respuestas, una movilización fue organizada por sus padres. Ellos reclaman justicia. Su comunidad repudia la falta de respuestas por el asesinato, por la persecución de su gente y el des-oimiento total de la lof Lafken Winkul Mapu. Persiguen a los testigos de la comunidad y apañan a los responsables del asesinato. Es una tomada de pelo a la familia, que dividen sus preocupaciones entre tener las ollas con comida y creer en que existirá justicia.


Luego de la movilización, el grupo se concentró frente al nefasto juzgado. “Ya no soy persona, no me importa si me matan […] sicarios, son ustedes los que matan por un salario, no van a dormir tranquilos” gritaba una mujer antes de que se la llevaran en patrullero, apresada antes de cualquier disturbio, palpada sin portar armas, todo registrado en cámaras. Ante este hecho la gente se dispersa, pero las fuerzas acordonan a quienes se corrían de la escena incluso subidos a la vereda. Entre ellos madre, padre y hermano de Rafael. APDH [Asamblea Permanente por los Derechos Humano] mediante pidiendo que los dejen moverse. Acorralándolos como si fueran criminales. No podían pasar, pero no se dejaron amedrentar “Nosotros queremos justicia para Rafael: que vayan presos los responsables”, repetía su madre. “Pedimos hablar con el juez, tiene que entender que no podemos venir cuando nos citen, porque vivimos de changas”, dijo el padre. Los medios capciosos mostrarán las imágenes posteriores -para presentarlos como supuestos criminales-, de un pueblo agraviado descargando su dolor en un juzgado del que no pueden esperar nada: ni justicia, ni que los comprenda, ni que los escuche.


No es aleatorio el origen humilde de Rafael, es producto de la historia miope en la que habían visto su oportunidad de explotación los dueños del pasado lejano y cercano. La exclusión en una sociedad irracional y obsecuente. Carne de trabajo que mediante la vulnerabilidad le negó una y otra vez a su familia un piso desde el cual despegar. Hasta que Rafael comprendió que ese no era su destino, que mendigando dignidad no encontraría más que migajas, y que tenía que sudar y erguirse por restituir el futuro que en el pasado le arrebataron. No era ataque, era defensa. No había armas, solo herramientas con las que levantaban precarias construcciones para resguardarse en un pedazo de tierra en el que querían desarrollarse. Pero ese pedazo de tierra hace agua la boca de la especulación inmobiliaria. Por esa tierra se mata, como se mató a Rafael Nahuel sin remordimientos y se persiguió (y persigue) a los que defienden su causa y su pedido de justicia también.

 


Leé también: Represión y detenidos en marcha en Bariloche por Rafael Nahuel