Libros

4/4/2013|1262

Feinmann y González se las saben todas

El francés Henri Lefevbre consignó que Marx había puesto fin a la filosofía como un pensamiento contemplativo de la realidad. No lo advirtieron todavía José Pablo Feinmann y Horacio González, que convirtieron en libro una extensa charla de café, bajo un título, La voluntad de pensarlo todo, que exhibe más ignorancia que pedantería. La totalidad es una categoría dialéctica: investiga la realidad en su movimiento (contradicciones) y en sus interconexiones (subjetivas y objetivas, históricas y existenciales). Es, por lo tanto, abierta e infinita, no puede ser ‘pensada’ sino por aproximaciones históricas sucesivas, o sea mediante la práctica social. El pensamiento no solamente ‘refleja’ la realidad sino que también la transforma mediante la acción revolucionaria.


Por eso, la conclusión de esta “voluntad de pensarlo todo” concluye con una farsa:


-No podemos engañarnos, del capitalismo no vamos a salir -dice Feinmann- … Si no se puede conseguir algo equivalente a la vida, habría que negociar…


-Muy bien, José -se asombra González-, un tipo que reflexiona así es muy adecuado para el tiempo que hoy vivimos… (págs. 163 y 164). Los tiempos que hoy vivimos… ¡hacen eterno al capital!


A nuestros intelectuales del “campo K” se les escapó la tortuga. El libro que “piensa todo”, no dedica siquiera un renglón a la crisis capitalista mundial. La omisión es un caso claro para psicoanálisis, porque el propio kirchnerismo aparece en el escenario nacional como un recurso último de defensa de la sociedad capitalista frente a esta crisis. Recordemos que el slogan ‘emancipador’ de los K fue “la reconstrucción de la burguesía nacional” -la que hoy pide la devaluación del peso y la ‘liberación’ del cepo.


Feinmann y González no registraron el alerta de su propia Presidenta: “el mundo se nos cayó encima”. El medio millar de páginas de Feinmann y González carece de toda reflexión sobre el lugar del campo político en el cual ejercen su tarea de ‘pensadores’. Cuando llegó Bergoglio, el ‘todo’ de estos filósofos se hizo pelota -con Feinmann abrazando al jesuita que bancó a la dictadura militar, y González preocupado de que el “proyecto nacional y popular” se convierta en el de la “nación católica”.


Ni las masas ni la revolución


Los autores del libro tienen una trayectoria. Indagado sobre el origen juvenil de sus inquietudes políticas, Feinmann admite que no registró la revolución cubana porque se encontraba en una “etapa mística” (pág. 151). Fue cuando “leyó a Marx” para hacerse… “peronista” (pág. 52). Su ‘marxismo’ original fue una mezcla de provocación e ignorancia: creyó descubrir en el planteo de que la “revolución la hacen las masas” la recomendación de hacer seguidismo a la demagogia nacionalista. No logró retener la idea de que la emancipación de los trabajadores debía ser obra de los trabajadores mismos. Feinmann hace gárgaras repetidas sobre el peronismo, pero no tiene una palabra sobre el Cordobazo. Es conocida la tendencia de Feinmann de responsabilizar a las víctimas por los crímenes de los victimarios; para él el Cordobazo es la causa de la dictadura, como la minifalda es la causa de la violencia contra la mujer.


Cuando en los ‘60 se gestaba el “gran acuerdo nacional”, con la finalidad de dar una salida ‘honorable’ a la dictadura de Onganía-Lanusse y a los intereses nacionales e internacionales que ella representaba, Feinmann iba más lejos que nadie y proponía la fórmula “Perón-Balbín” (pág. 148). A una “patria socialista”, Feinmann le opuso la “patria peronista” (pág. 77), consigna de la Juventud Sindical y del lopezrreguismo. Cuando el genocida Pinochet derrocó a Allende, planteó negociar con los pinochetistas criollos (pág. 100). El “límite es Estados Unidos”, dirá en alguna otra parte de la verba incontenible que recoge el libro (pág. 171). Entonces confiesa: “Siempre tuve miedo, ahora también” (pág. 174). No es solamente una cobardía física y moral evidente; es, por sobre todo, una cobardía histórica: el temor a que desaparezca la sociedad clasista, en la cual él medra como ‘pensador’ todo-terreno.


Final provisorio


El libro que comentamos transita por la cita de un número infinito de libros, filósofos, pensadores y obras que se mencionan como testimonio de erudición. Pero el carácter de este libro de título ampuloso lo define Horacio González en las últimas páginas.


“… Soy la sede de un ser decepcionado. Habito la decepción, habito el cinismo de la decepción, me avergüenza mi vida, eso lo quiero decir sin que se me reclame que lo explique demasiado. Está entre líneas de todo lo que dije…” (pág. 408).


Es una confesión terrible de quien muchas veces ha reiterado su obsesión por el lado “trágico” de las historias personales y subjetivas. Pero traduce la naturaleza objetiva de la larga divagación de Feinmann, destinada al mercado editorial.