Libros

21/6/2007|997

Una ofensiva en la batalla de las ideas

Sobre el libro "el mundo no empezó en el 4004 antes de Cristo"

Las batallas políticas también tienen lugar en el campo de la cultura y de las ciencias, que no permanecen ajenas a la lucha de clases como quisieran algunos idealistas. Por un largo período, quienes ostentaban esa posición también dominaban los centros del pensamiento y postulaban la disociación entre ciencia y realidad, la centralidad de los relatos que construían sus objetos (el denominado “giro lingüístico” en el campo de la filosofía), la imposibilidad de la verdad y la supremacía del relativismo, que hacía posible una convivencia pacífica con las ideas del enemigo —que, claro, ya no era enemigo pues había acabado la historia y, con ella, los enfrentamientos de clases. En el último período, varias voces se alzaron contra el oscurantismo que negaba la posibilidad del conocimiento y retomaron una guerra de ideas que, poco a poco, va destrozando los cimientos de la posmodernidad. En ese marco, la publicación de El mundo no empezó en el 4004 antes de Cristo , de Pablo Rieznik, es un hecho celebrable y reintroduce al marxismo revolucionario en este enfrentamiento fundamental.


El texto plantea de entrada el debate: frente a las teorías que reivindican de modo absoluto —y por eso, paradójico— la fragmentación y el relativismo como método, Rieznik señala que el libro forma parte de una tendencia que reclama una “ciencia de todo”. Este es un problema metodológico importante, porque frente a la hiperespecialización que, en algunos casos, plantea la separación de las especificidades que se estudian, por el contrario la postulación de una “ciencia de todo” señala las interrelaciones inevitables entre los acontecimientos humanos, naturales y sociales. Este es un punto de partida que marca una continuidad en las teorizaciones de las cabezas más relevantes de la historia, entre ellas, Marx y Darwin.


Rieznik da cuenta mediante un estilo ágil —salpicado de anécdotas y datos curiosos— dirigido a no especialistas en la materia —y no por eso menos riguroso de lo que podría ser— del ateísmo como requisito indispensable para el pensamiento científico, de la relación intrínseca entre ciencia y marxismo, señala una interesante explicación sobre la cuestión de la objetividad y la subjetividad y explica los más recientes desarrollos en el campo de la física como forma de aportar a la posibilidad que tiene el hombre de comprender el mundo, de comprenderse y de cambiar —revolucionar— como fin y principio de ese conocimiento. No cae en dogmatismos, sino que los combate, como cuando polemiza con alguna tendencia marxista más papista que el papa que defiende postulados engelsianos imposibles de defender, en nombre de la verdad total emanada de la boca de los maestros. Tal vez se le podría reprochar a Rieznik cierto énfasis reiterativo en la apelación a la militancia revolucionaria, pero esa es una marca del autor, indisoluble a su escritura.


El mundo no empezó en el 4004 antes de Cristo es un libro que debería integrarse al debate de ideas que en la actualidad se desarrolla con una intensidad inusitada para quienes asistimos a la debacle de las polémicas teóricas del fin de siglo pasado. El marxismo tiene un buen contendiente para una batalla en la que las fuerzas revolucionarias tienen mucho para decir —y deben decirlo.