Mujer

31/7/2008|1048

Crece la prostitución infantil

Bajo la proteccíón de la policía, los jueces y gobernantes

Las empresas turísticas y hoteleras han convertido Buenos Aires en un prostíbulo cuyas víctimas principales son miles de criaturas. La ciudad “es una de las nuevas mecas mundiales del turismo sexual infantil con un ‘ejército’ de aproximadamente 5.000 niños utilizados como ‘carnada’ para visitantes ávidos de aventuras” (Diario Popular, 13/7). El arco va de los 8 a los 17 años, si bien los más buscados son nenas de no más de 8 y varones menores de 12. “Los obligan a prostituirse bandas que ofrecen a los turistas impunidad y seguridad a bajo costo” (Crítica, 13/7).

El informe, de la Policía Federal, advierte que “las cifras negras pueden llegar a triplicar el número” y que las mafias “abastecen el mercado de turismo sexual infantil para hombres de más de 35 años, de alto poder adquisitivo, europeos y norteamericanos, que vienen exclusivamente a eso”. La policía relaciona el boom del turismo sexual “con la creciente desaparición de chicos en el conurbano bonaerense”.

Los casos “crecen y se multiplican como hongos” y con frecuencia “las víctimas terminan golpeadas, violadas, abusadas y hasta torturadas, dado que muchos de los consumidores de sexo con infantes tienen tendencias agresivas y violentas” (Diario Popular, 13/7). Tanta precisión investigativa, sin embargo, no le alcanza a la Federal para capturar ni un solo tratante ni un solo empresario turístico. Elena Semerías, presidenta de la Asociación Ejecutiva de Empresas Turísticas, confirma la explotación de menores en términos bélicos: “La actividad turística genera bonanza pero siempre hay efectos colaterales negativos” (ídem). Ningún juez la invitó a que se explaye.

Además del sector turístico y hotelero, del tráfico para explotación sexual participan empresas de remises y taxis, y “respetables” agencias de viajes. “Son las estructuras utilizadas por los tratantes para vender paquetes turísticos que incluyen explotación sexual de chicos y adolescentes”, dice la diputada misionera Lía Bianco (FPV), autora de un proyecto de ley contra el turismo sexual que lleva dos años planchado en el Congreso.

“Es analizado con llamativa lentitud por las comisiones de Turismo; Familia, Menores y Adolescentes y Legislación Penal. No hay mucho interés en sacarlo adelante”, dice Bianco. ¿Llamativo? En absoluto: el turismo es la tercera fuente de ingreso de divisas del país (La Nación, 4/2) y la primera de la Capital. Entre 2004 y 2007, fueron invertidos cerca de 2.000 millones de dólares en nuevos hoteles, lujosos emprendimientos ubicados extrañamente en zonas aisladas o fronterizas. ¡Están construyendo cinco sólo en los esteros del Iberá! (La Nación, 28/2).

Ese nivel de lucro -obtenido en gran parte sobre el cuerpo violentado de nuestros chicos– explica que la explotación sexual y la trata de personas inunden el país. Aviones charteados en Estados Unidos –con pasaje exclusivamente masculino– aterrizan directamente en las sierras de Córdoba, Salta, Misiones, el Litoral y la Patagonia, so capa de cazar y pescar. Pero lo único que vienen a cazar son mujeres y chicos esclavos. ¿Hay alguna duda de que cuentan con el visto bueno de las fuerzas de seguridad, las autoridades aduaneras, provinciales y nacionales? ¿Qué cantidad de dinero de la trata y el turismo sexual ingresará a las arcas negras de la política?

Mientras tanto, cuando denuncian la desaparición de sus hijas, las madres deben escuchar “¿Y qué querés, si no le enseñaste a cerrar las piernas?”. O, en el mejor de los casos: “¿Tenían buena relación? ¿Hay problemas en su casa? Paciencia, ya va a volver…”. La complicidad policial y judicial es clave para bloquear la denuncia y quebrar -culpabilizándola– a la familia. Si no lo logran, el juez caratula el caso como fuga, y a otra cosa… La protección va más allá de los traficantes, preserva sobre todo — como confirma la misma policía–, a poderosos empresarios de hotelería y turismo internacional.

El Encuentro de Mujeres en pleno, y no sólo los talleres de trata, debe debatir una línea de intervención capaz de frenar esta barbarie.