Mujer

20/3/2021

Crónica de un acoso: entre la violencia institucional y la ola verde

Un fallo ejemplar contra el acoso. El tejido de connivencia en la administración pública.

Durante un poco más de un año y medio, entre 2018 y 2019, trabajé con un jefe que me acosaba. A los efectos del relato, y porque me tiene bajo amenaza de denuncia, vamos a decirle Raúl. Era mi jefe directo y (sigue siendo) el Jefe de Personal dentro de la Dirección de Recursos Humanos en el Ministerio donde yo trabajo. Digámosle Ministerio de Estatales por debajo de la línea de Pobreza, que podría ser cualquiera, ¿no?

Aunque todavía no pueda dar estos detalles me parece importante compartir esta historia. Porque creo que ejemplifica muchas de las situaciones que las mujeres debemos soportar cotidianamente y muchos de los mecanismos y obstáculos que debemos sortear para poder defendernos. Pero además porque el fallo de la justicia -spoiler alert- constituye un antecedente y un triunfo, ya no mío o de la fiscalía, sino sobre todo del formidable movimiento de mujeres que puso -y pone- sobre la mesa todas estas formas de violencia, y que cimentó las condiciones para que la causa fuera tratada desde un encuadre de género.

“Te diría un piropo, pero te lo tomás como acoso”

Vamos por el principio: Yo ingresé a la administración pública por un concurso abierto en 2013, que tuve que defender con uñas y dientes: hasta que me designaron pasaron más de cuatro años, un cambio de gobierno y un decreto de revisión que amenazaba dejar sin efecto la orden de mérito que me dejaba primera en más de 10 cargos. Recién en enero de 2018 pude empezar a trabajar, en una E1 y cobrando 12.000 pesos.

Tomé las tareas de una señora que se jubilaba, bajo la jefatura de Raúl, abogado y jefe de carrera con un estilo muy “de antaño”, y que de manera gradual y creciente fue avanzando con las desubicaciones. No voy a revivir acá todo lo que fue haciendo Raúl, sólo decir que sus actitudes fueron escalando desde comentarios y actitudes fuera de lugar hasta llegar a una situación de contacto físico no deseada por mí y que fue la gota que rebalsó el vaso.

Quienes pertenecen a la administración pública saben que la estabilidad laboral no se consigue hasta luego de un año, motivo por el cual en un principio intenté establecer una distancia pero sin confrontarlo. Dejé entonces de saludarlo con un beso, cosa que ya venía queriendo hacer porque me los marcaba con toda la boca en el cachete y me daba mucho asco. Pero en vez de calmarse se molestó y empezó con los reclamos, que lo “trataba mal”, que por qué estaba enojada. Presionó hasta que finalmente un día quebré y le dije que me ponía incómoda. Me pidió disculpas, diciéndome que era atractiva y “se le mezclaba lo laboral con lo personal”. Que si podía describirle las situaciones que me habían incomodado. Recuerdo contestarle que no iba a hacer eso e irme con una sensación contradictoria: qué bien que pidió disculpas, pero qué perverso que me pide que le relate los acosos.

Lo que siguió fue de manual: los días siguientes a la conversación aflojaba y pasado un tiempo volvía a desubicarse. Hablé con él algunas veces más, pero siempre era lo mismo. Él insinuaba, yo rechazaba y me presionaba con el trabajo. Fue entonces cuando empecé a hablar de lo que estaba pasando con algunxs compañerxs y a buscar vacantes para mudarme de dependencia. También le conté al Director (superior de ambos), que me dijo que para poder intervenir yo tenía que hacer la denuncia en la CIOT, que es una comisión integrada por representantes de la patronal, ATE y UPCN, a donde se mandan a morir este tipo de denuncias en la administración pública. Un tiempo después conseguí un nuevo área al que mudarme, pero Raúl se negaba a pedir alguien que me reemplace “si vos me tratas mal yo no te voy a ayudar”. El hostigamiento se hacía cada vez más evidente hasta que el director me dio el pase.

Raúl se enteró y me vino a gritar al escritorio. Me amenazó con hacerme un juicio por injurias y calumnias y me dijo que no iba a permitir que hable mal de él, “el que avisa no traiciona”. Ese mismo día me llevé las cosas y metí la denuncia a la CIOT. Ya no era sólo un jefe libidinoso, Raúl era un violento.

A la semana siguiente ya había empezado en la nueva oficina y me llegó una carta documento de Raúl a mi casa (de dónde sacó mi dirección!?). Amenazaba con un juicio y “medidas pecuniarias” si yo no me retractaba. Él sabía que yo cobraba muy poca plata y se aprovechaba de eso para intimidarme.

Lógicamente, lo denuncié frente a la justicia. Fui a la Oficina de Violencia Doméstica y conté todo, de principio a fin: los acosos, las presiones, las amenazas, la denuncia a la CIOT, la carta documento. Estuve varias horas entre la entrevista y que me mandaron a Tribunales, pero me fui de ahí con una restricción perimetral.

El tipo pidió varias veces que se dé de baja y que me impongan un bozal legal, es decir quería que la justicia me prohibiera hablar de lo que había pasado. Todas las veces le dijeron que no. Y si bien no se me pudo acercar más, sí intentó perjudicarme desde su rol de jefe de personal anulándome alguna licencia y tratando que no me paguen el título. Por su parte, el expediente que volvió de la CIOT hace más de un año está cajoneado en la bandeja de entrada del ministro.

El juicio

Este era (y es) el estado de la cuestión cuando la semana pasada me llamaron a declarar: el caso fue llevado por la fiscalía a juicio oral y público.

La teoría de la defensa de Raúl era básicamente que era todo un invento, una fantasía mía y una conspiración del director. Es curioso cómo metió a otro hombre en su explicación, no vaya a ser que la palabra de una mujer tenga entidad propia. Y como por si quedaban dudas de su violencia, me acusa de haber tenido un “ascenso meteórico” porque me salió el trámite del título y con el que pasé de cobrar 22.000 a 31.000 pesos por mes. Soy una profesional con un salario muy por debajo de la canasta de pobreza -hoy en 58.000 pesos según el Indec -pero Raúl lo considera un “ascenso meteórico”.

La fiscalía, para mi sorpresa, tomó este caso con mucha seriedad: porque el mío no es un hecho aislado, no es una excepción y lo que yo viví lamentablemente no representa una anomalía. Los raúles están en todos lados, en todas las oficinas y en todas las dependencias hay tipos que utilizan sus posiciones de poder para cosificar a las mujeres a su alrededor y que aprovechan sus jerarquías para desplegar su violencia y su misoginia con total impunidad.

Pero este Raúl, por lo menos, terminó siendo condenado. Cinco días de arresto efectivo. Y quiero remarcar la importancia de este fallo en al menos tres aspectos.

En primer lugar, porque como dije al principio, nada de todo esto hubiera sido posible sin el formidable movimiento de mujeres que desde hace décadas, pero muy fuertemente en los últimos seis años, viene colocando en el centro de la agenda pública las múltiples opresiones a las que las mujeres somos sometidas diariamente.

En segundo lugar, porque no es usual que casos de acoso en el ámbito laboral lleguen a estas instancias, y mucho menos que se consiga una sentencia condenatoria. Hablando mal y pronto, y aunque sea sólo el fallo de primera instancia: si esto no marca un antecedente, le pega en el palo y de lo que sí estoy segura es que quiero que este camino y esta experiencia que yo transité, sirva como ejemplo y muestre una vía posible de denuncia y organización.

Y en tercer lugar, porque en los fundamentos de la sentencia pasa algo muy importante que es que se remarca el hecho de que el acoso sea realizado a través de una relación de poder y coloca como especial agravante la existencia de una inestabilidad laboral. Esto es un elemento importantísimo, ya que lejos está el Estado de respetar el porcentaje de planta permanente establecido por convenio colectivo (85%). Por el contrario es este mismo Estado el primero que opera como un precarizador serial, utilizando todo tipo de contrataciones precarias para negarle derechos a sus trabajadorxs. ¿Cómo se supone que las mujeres van a animarse a denunciar las violencias de sus jefes, si no tienen siquiera una mínima garantía de estabilidad laboral?

La CIOT

¿Y por qué se animarían a denunciar, si las herramientas que tienen a disposición para nada resuelven estas situaciones, sino más bien que las diluyen en un entramado burocrático que no llega a ningún lugar? Me refiero a la CIOT, cuyo nivel de inutilidad no me deja de impresionar.

Una comisión que bajo la excusa de garantizar una supuesta neutralidad valorativa, opera vaciando las herramientas de participación gremial. Como cuando quise organizarme con mi sindicato y la respuesta fue que tenían que cuidar “la imparcialidad” dentro de la comisión. Una comisión, además, que ni siquiera tiene competencias vinculantes, sino que se limita a elaborar sugerencias porque finalmente la decisión siempre es del ministrx. Como en este caso, en el cual un pedido de instrucción de sumario duerme en un cajón, como si nada.

Y en realidad ojalá fuera sólo este cajón de este único Ministerio, pero es que es un caso entre tantos y el problema, general y sistémico. Ni la CIOT central ni las de los Ministerios siguen las denuncias. Las elevan, las miran, las devuelven, pero somos las propias denunciantes las que tenemos que estar revisando, preguntando, explicando y pidiendo para ver si logramos que el expediente se mueva. Esto tiene un nombre, o dos: revictimización y violencia institucional.

Para rematar este mal chiste, cuando finalmente llegó el día del juicio, subió al estrado a declarar por Raúl una delegada paritaria de mi Junta Interna. La misma que no podía perder la imparcialidad con el caso. Y a pesar de ser del gremio “progre”, esta señora no tuvo reparo en mentir y divulgar información sobre mi actividad gremial y la de otrxs compañerxs. Un escándalo, o acaso el derrotero de la orientación política de un sindicato que negocia asignando a dedo a arribistas sin escrúpulos.

La organización

Agradezco en este punto todas las herramientas con las que llegué a esta instancia, porque no hubiera sido lo mismo enfrentar estas violencias sola, que haberlo hecho como lo hice, apoyada y contenida en una organización política que nunca me soltó la mano y con un activismo del Ministerio que me rodeó de solidaridad desde el primer momento.

Y por eso quiero cerrar esta nota con un llamado a que hagamos del #NoEstásSola un ejercicio. Porque la organización es un derecho y una necesidad, y allí donde encontremos otrxs trabajadorxs con quien compartir nuestras experiencias y apoyarnos mutuamente, estaremos generando las condiciones para entre todxs enfrentar los atropellos de la patronal y las burocracias. Si las direcciones de nuestros sindicatos nos dan la espalda, armemos asambleas y comisiones de mujeres. Si la orientación de nuestrxs delegadxs nos paraliza, tomemos otra dirección, defendiendo nuestros derechos -y eventualmente luchando por mejores delegados. Si la CIOT es una vía muerta, abramos otra vía. Las mujeres no necesitamos protocolos que no van a ningún lado, necesitamos organizarnos.

Esta es mi propuesta y estoy convencida que así como la lucha me abrió el paso para defenderme, no puede ser de otra forma para lxs cientos y miles de compañerxs que pasan por situaciones similares. Es por eso que acá abajo van a encontrar un formulario anónimo, para que quienes tengan ganas cuenten -o no- su experiencia, y dejen un contacto para sumarse a entre todxs hacer valer nuestros derechos.