Mujer

10/4/2020

“Hago magia para atender las demandas del trabajo y las de la casa”: las mujeres y el teletrabajo en la cuarentena

Testimonios de trabajadoras sobre jornadas interminables, superexplotación, falta de recursos y sobrecarga doméstica.

La cuarentena en curso ha traído consigo la implementación en tiempo récord del trabajo a distancia en numerosos sectores.


Así como las “aulas virtuales” en los distintos niveles educativos, el “teletrabajo” implementado para diversos trabajos de oficina pareciera simular una situación de normalidad que no es tal, y que afecta de manera diferencial a las mujeres, a quienes la actividad laboral se les suma a las tareas domésticas y de cuidado, en jornadas en las que hay que hacer malabares.


Es lo que expresan las trabajadoras de distintos ámbitos que dialogaron con Prensa Obrera para contar su experiencia. Los testimonios de Carla (bancaria), Ariadna y Julia (estatales), Carolina, Daniela y Carola (docentes) son un botón de muestra de que la consigna #quedatencasa, presentada por los gobiernos como una simple cuestión de voluntad y disciplina personal, implicó para ellas un cambio en sus rutinas, acompañado de estrés y frustraciones como consecuencia de la sobrecarga laboral.


Jornadas de doble explotación y ventajas para las patronales


Sobre los cambios implementados por el banco en el que trabaja, Carla señala que “la adaptación a la nueva metodología es difícil, por los recursos que provee la empresa”, y afirma a su vez que “si bien creía que en el contexto del aislamiento me sumaría tener una actividad que me despeje de lo que nos está pasando, me consume mucha más energía”.


Una sensación similar expresa Ariadna sobre sus labores en el Estado: “es caótico y agotador. La jornada arranca un rato antes porque requiere ordenar la casa para tener un espacio cómodo de trabajo. Necesariamente tengo que usar más mi teléfono particular para estar en contacto con superiores que aprovechan eso para exigir más cosas”.


En la misma línea Julia, empleada en otra dependencia estatal, relata que el trabajo “no se reduce por estar a distancia” y que el mismo se dificulta “en un contexto de trabajo familiar (atención de mi hijo y trabajo doméstico). En particular no cuento con una tercera habitación que me permita trabajar tranquila, por lo que el lugar es compartido con el resto de la familia. Por otro lado, tengo mucho dolor de espalda por estar más de 10 horas sentada en sillas que no están acondicionadas y trabajar con notebook sin suspensor, lo que me impide estar erguida"


El lugar de trabajo y el “espacio en casa” se desdibujan completamente, atentando directamente contra la salud. Estrés, sedentarismo, exceso de autoexigencia, falta de descanso, horarios cruzados y poco tiempo para hacer lo que nos gusta, son algunas de las consecuencias de esta modalidad que ponen en jaque la idea de que bajo esta forma todo es comodidad, mejor organización del día y ahorro de dinero por no tener que viajar a una oficina.


Fundamentalmente el “home office” supone ventajas para las patronales y el Estado, quienes economizan en espacios físicos, internet y herramientas para les trabajadores, imponen mayor flexibilización de las condiciones de trabajo y se ahorran también el desarrollo de la acción colectiva y la organización, individualizando las relaciones laborales. Como se señaló en un artículo en Prensa Obrera, “es una de las vías para llegar a lo más profundo de las pretendidas reformas laborales que recorren el mundo: el contrato individual de trabajo. La inestabilidad laboral adopta así un punto máximo, ya que se obliga a aceptar las condiciones impuestas, sin posibilidad de rechazarlas de forma colectiva”.



Sin lugar para el descanso


Todas las entrevistadas coincidieron en el exceso de tiempo que les ocupa el trabajo: “Los tiempos son otros, siempre mi jornada laboral fue respetada y con esta modalidad hay quienes creen que uno está disponible 24/7 porque ‘total no hay nada para hacer”, afirma una de ellas, y en el mismo sentido otras aseguran que “en condiciones normales terminaba el horario y me iba, ahora me cuesta cortar y siento que no tengo momento de descanso en mi casa” y que “ahora el trabajo esta acá, mi casa es el trabajo”. Sobre eso, “hay mayores exigencias y te ves obligada a responder siempre, como si tu vida girara solo alrededor de eso”.


“Entre el exceso de trabajo y las cosas que tengo que hacer en casa casi ni tengo tiempo para hacer ejercicio”“hago magia para atender las demandas del trabajo y las de la casa”: señalamientos como estos muestran que la idea de aprovechar la cuarentena y quedarnos en casa para tomar sol, hacer ejercicio y “todo aquello que no podemos hacer el resto del año” parece quedar relegada para quienes disponen de condiciones materiales y tiempo para hacerlo, no para las trabajadoras.


Precarización


Carolina es docente de primaria en escuela pública y expone las dificultades de las clases virtuales: “Les estudiantes carecen de conectividad y dispositivos que permitan un trabajo eficiente. Las conducciones del colegio exigen muchísima tarea y no dan los tiempos para hacer la devolución pertinente a les niñes para que esto devenga en un aprendizaje significativo. Se vive con mucha presión y frustración ya que, en mi caso, además, se suma el problema de estar a cargo de una abuela de 95 años y una madre enferma que, si bien no conviven conmigo, deben ser sostenidas a través de medios virtuales en la resolución de situaciones cotidianas tales como el homebanking o las compras virtuales, y en el sostén afectivo acordes a la situación de enfermedad vejez potenciadas por el aislamiento".


El caso de la enseñanza es paradigmático, porque llevó a docentes y estudiantes de diferentes edades a adaptarse a la modalidad virtual de un día para otro, poniendo de manifiesto la sobrexplotación docente, la complicidad de las centrales sindicales que se quedan calladas, y las deficiencias de nuestro sistema educativo.


Les docentes deben responder diariamente mails y mensajes por plataformas virtuales a estudiantes, directivos y familias. Una tarea que lleva muchísimas horas diarias a la que se añade la capacitación en herramientas tecnológicas (muchas veces sin contar con ayuda de los establecimientos), la elaboración de secuencias didácticas en tiempo exprés, adaptaciones de textos y evaluaciones, grabaciones de videos y clases sincrónicas por videollamada. Las demandas se multiplican por cada institución donde se definen distintas modalidades de trabajo. Todo esto sin retribución extraordinaria alguna y con el agravante de la presión de tiempos que imponen las conducciones –particularmente en los establecimientos privados-, las quejas de las familias por el exceso de tarea y los obstáculos que supone para les estudiantes el uso de las plataformas.


Carola y Daniela son docentes de primaria en escuelas públicas de Soldati y Villa Crespo y atraviesan esta situación.


Carola cuenta que “lo que hice en primer grado fue hacer cuadernillos, los mandé en pdf y no es necesario imprimirlo porque escriben palabras en una hoja o juegan o hacen experimentos. Pero eso en el ideal, porque a los pibes que nadie de la familia los puede acompañar por cualquiera que sea el motivo no pueden hacer ni eso. Las familias están en un grupo de whatsapp y la información les llega a todas ellas, pero la problemática está en que muchas no se comunican. A mí lo que más me preocupa es qué pasa con esas familias de las que no se nada. El problema no está solo en el acceso a las tareas sino en que cada pibe y piba tenga el acompañamiento que se necesita para tener una educación virtual. Pienso que por distintas ocupaciones y trabajos los padres no pueden hacer un seguimiento. A mí también a veces me cuesta con el laburo poder acompañar a mi hija con las cosas del colegio.”


“En Soldati casi nadie tiene acceso a internet”, añade Daniela, “y estuvimos repartiendo cuadernillos. Están subiendo actividades a la plataforma, pero no todos acceden y casi nadie las hace, no hay un feedback. Para los curriculares recién ahora nos están pidiendo cosas y es un debate cómo lo vamos a subir, etc. A mí me cuesta un poco concentrarme desde casa. El mayor problema con esta modalidad es que las familias no tienen recursos para poder desarrollar las actividades y tenemos que pensar cómo llegarles. Aunque parezca mentira tampoco tienen todos acceso a whatsapp ni a wifi, entonces es un bardo porque los pibes no pueden gastar datos porque no tienen, y hay un montón que ni siquiera tienen computadora. Además, muchos pibes se encuentran solos en todo ese proceso”.


Estos testimonios ponen de manifiesto que “la continuidad pedagógica” de la que habla el ministro de educación Nicolás Trotta solo está garantizada para quienes tienen recursos económicos y tecnológicos. Si bien el gobierno impidió el corte de servicio durante el período de cuarentena, no se tocaron las tarifas ni se garantiza el servicio a trabajadores y estudiantes. La “democratización de acceso” porque “todos tienen celulares” (según manifestó Trotta a Clarín, 31/3) queda desmentida para millones de familias a las que acceder a internet les implicaría renunciar a la compra de elementos básicos, y que en muchas casos viven hacinadas y realizando colas enormes en los barrios para conseguir bolsones miserables de comida, exponiéndose a contraer coronavirus.


En segundo lugar, lo que describen las compañeras docentes acerca otra cuestión debe preocuparnos: las plataformas educativas proponen a les estudiantes trabajar de manera individual, “autónoma y colaborativamente”. Algo que no solo es muchos casos imposible, sino que va en detrimento del proceso pedagógico. Les docentes se vuelven facilitadores y orientadores, distanciándose de su rol activo en todo el proceso de aprendizaje y borrando de un plumazo su vínculo con les estudiantes. Una orientación que pretende pavimentar el terreno para consolidar la “escuela del futuro” y convertir a la educación en una oficina de Recursos Humanos.



La salida es colectiva


El trabajo a distancia, remunerado, que se suma al trabajo en casa, no remunerado, resulta una combinación que lleva a la sobreexplotación de la mano de obra femenina, poniendo de manifiesto que afecta de manera diferenciada a hombres y mujeres, y fomenta el retorno de ellas al espacio del hogar y al confinamiento obligatorio, vulnerando además los momentos de esparcimiento y la intimidad. Implica para muchas una verdadera pesadilla, teniendo que enfrentar los requerimientos y abusos de las patronales mientras se deben atender las tareas de limpieza y cocina, y a quienes también están en la casa en el marco de la cuarentena. En muchos casos las mujeres no encuentran colaboración para repartir las tareas domésticas de manera equitativa, ya sea aquellas que cuentan con gente en casa o quienes viven solas, donde también la situación se vuelve agobiante.


Todo esto remarca la necesidad de sociabilizar de las tareas domésticas, que además afectan directamente la inserción de las mujeres en el mercado laboral, ya sea en condiciones presenciales o a distancia. Las labores de la casa y de cuidado no cuentan con remuneración, reduciendo costos para las patronales (al igual que sucede con el teletrabajo). Algo que no se resuelve repartiéndolas entre los integrantes de la familia de manera igualitaria, ni puede caer en responsabilidades individuales, sino que precisa de una reorganización social y económica integral. El Estado debe garantizar comedores, lavanderías, salas de cuidado para personas mayores y jardines materno-paternales en los lugares de trabajo y estudios, así como en los barrios.


Para muchísimas trabajadoras “quedarse en casa” implica, además, la exposición situaciones de violencia, que se intensifican en el marco actual de la convivencia. Ante esto el Estado no da respuesta integral y las invita a llamar al 144 o pedir un barbijo rojo en farmacias. Aspecto que remarca la necesidad de formar un Consejo Autónomo de las Mujeres, con presupuesto propio, para poder avanzar en la solución a emergencia de miles de mujeres para poner freno a la violencia y los femicidios.


Debemos poner en pie espacios e instituciones al servicio de una orientación social que defienda los intereses de las mujeres y de todo el conjunto de los trabajadores. El capitalismo no está interesado en terminar con la explotación del trabajo doméstico ya que, si bien se trata de una tarea rutinaria y de escaza productividad, es una pieza clave de la unidad familiar, que funciona como una institución de opresión y condición necesaria para la reproducción y supervivencia de este régimen social.


La salida para poner fin a esta explotación y permitir la emancipación de las mujeres es colectiva, y requiere de una reorganización económica y social atada a las necesidades de la clase obrera.