El capitalismo se sirve de numerosos instrumentos para implantar su dominación de clase. Algunos de esos instrumentos fueron heredados de antiguos tipos de ordenamiento social donde el llamado patriarcado, lejos de ser una “cultura”, se impuso en la medida en que la sociedad se organizaba a partir de la administración privada de un excedente y de la necesidad de mano de obra, lo que fue de la mano del control sobre la mujer (por su capacidad reproductora) y abrió paso a la escala de desigualdades, donde la línea divisoria se encuentra, hoy como entonces, entre quienes son poseedores de medios de producción y quienes no lo son y, por lo tanto, deben trabajar para subsistir. A partir aquí puede encontrarse un abanico de escalas de opresión donde claramente la mujer tiene un lugar mucho más relegado que el de sus compañeros “desposeídos de medios de producción”.
El cuerpo legislado
Las mujeres trabajadoras son mayoría entre aquellos con trabajo precario, con peores sueldos, las que deben cargar generalmente con el trabajo doméstico y la crianza de los hijos, al tiempo que sufren la cosificación de haber venido al mundo para ser madres y, por eso mismo, se ven privadas de una maternidad feliz. Es tanto lo que el régimen capitalista debe apretar las clavijas de la dominación que legisla sobre el cuerpo de la mujer y su decisión de ser o no madre, prohibiendo el aborto.
Tan enorme tarea de dominación requiere de una batería de propaganda sistemática que cosifica a la mujer y la ubica como un objeto a ser apropiado, con imágenes sexuales violentas hacia las mujeres, etc. Todas estas expresiones es lo que se expresa en la actualidad como esa “cultura machista” que es consecuencia de un régimen social, pero no su causa.
El sistema capitalista ha sofisticado los instrumentos de dominación social, los heredados y los propios, hasta tal punto que ha producido un equipo de intelectuales que colocan en el individuo la responsabilidad de toda una descomposición social que este sistema de desigualdad y opresión produce. Así como explicó al genocidio nazi como la expresión bestial del racismo de la época y no como una manifestación extrema del régimen social capitalista, explica al flagelo cada vez más acuciante del femicidio en el machismo. Quita, de esta manera, la responsabilidad al régimen social y coloca la responsabilidad en ese individuo que “hace la cultura”.
Las feministas del kirchnerismo han utilizado al máximo esta fórmula para evadir las responsabilidades de doce años de gobierno, que transitaron al calor de un crecimiento exponencial de los femicidios y la violencia hacia las mujeres. Las feministas K fueron las propulsoras de que la mujer se “empodere” (¿¡quién se lo impide?!), que saque tarjeta roja, que comprenda que su novio es violento con todo un instructivo que explica cuáles son las características de ese “sujeto violento”.
Tras el ambiguo y sin culpables concepto de “cultura machista” se esconde toda una política de encubrimiento de un régimen social que tiene nombre y apellido, y nos condena a las mujeres a ser sistemáticamente convidadas de piedra.
Aquellos que consideramos que solamente una sociedad socialista puede ser la condición necesaria para terminar con todo tipo de opresión, tenemos la enorme tarea de fortalecer nuestra organización de mujeres, para pelear por nuestros derechos señalando con claridad al Estado como expresión de ese régimen capitalista que nos condena.