Mujer

4/12/2018

#LLAMENAMIVIEJA La impunidad de un hijo del poder

Rodrigo Eguillor es un hombre de 24 años que fue denunciado por abuso sexual. Una amiga de quien lo denuncia difundió el caso en las redes sociales. La denunciante contó que Eguillor la había invitado a su casa y que cuando quiso irse, él no se lo permitió, aduciendo que no tenía la llave. Ante la desesperación, la mujer se colgó del balcón, Eguillor la arrastró nuevamente al interior del departamento y allí la violó. 


En un video de Instagram, Eguillor dio otra versión de los hechos y sostuvo su inocencia. Ese video rápidamente se viralizó por la profunda indignación que generó entre los usuarios de la red social el lenguaje y la ideología profundamente machista, misógina, xenófoba  y clasista que exhibe Eguillor, hasta llegar a los medios de comunicación web y televisivos. Cobró trascendencia mediática, además, porque Eguillor es hijo de Paula Martínez Castro, una fiscal de ejecución penal de Lomas de Zamora.



En su “defensa”, Eguillor sostiene que la mujer que lo denuncia es “una negra de Ituzaingó” a la que acusa de querer “sacarle plata”, hablando con completo desprecio de la denunciante, sobre la que siembra dudas sobre su honestidad,  salud mental y comportamiento, explotando todos los estereotipos discriminatorios que el poder sostiene contra los trabajadores y las mujeres. Como la mujer lo denuncia y pone en cuestión su accionar violento, Eguillor la desprecia y humilla. En su concepción del mundo, ella es un objeto para su placer y, por lo tanto, una persona de segunda. Eguillor agrega que la denunciante no es como las “chicas bien” con las que él sale, de zonas acomodadas de la Ciudad y provincia de Buenos Aires, como Pilar o Canning. Eguillor hace alarde de acostarse con muchas mujeres, a la vez que denosta a las mujeres por aceptar tener relaciones sexuales ¡con él! y no duda en etiquetarlas “tanga floja”. Finalmente, argumenta que como se supone que es “fachero”, “no necesita violar” y afirma, con aires de superioridad, sin remordimientos ni autocrítica, haber maltratado a todas sus ex novias y “ser un forro” con las mujeres con las que se relaciona sexualmente. Sin embargo, su denunciante “estaría loca”. Coherente con estos conceptos, Eguillor se fastidia contra las mujeres que lo denunciaron por su accionar violento contra una mujer y se solidarizaron con todas aquellas que sufrieron su maltrato; trata de "mogólicas" a las mujeres que luchamos contra la opresión de género y por nuestros derechos, a quienes nos menciona como "feminazis".


Además de la denuncia de abuso por la que se hizo público su caso, Eguillor tiene una denuncia por acoso contra una trabajadora del Casino Buenos Aires y otra por grooming –haber contactado a un/a menor de edad a través de Internet y mediante la manipulación o el engaño ocultado su condición de adulto y logrado que el niño o la niña realice acciones de índole sexual. Otras mujeres denunciaron que Eguillor les enviaba fotos de sus genitales sin su consentimiento y las violentaba psicológicamente.  


El despotismo con el que Eguillor se despacha contra su denunciante, se refiere a las mujeres de manera opresiva y discriminatoria y habla de relaciones sexuales sin consentimiento como si no se tratara de un delito contra la integridad física y psíquica de las mujeres y sí una prerrogativa de los varones para saciar sus deseos sexuales, resulta sorprendente. Pero no demuestran otra cosa que el universo de impunidad en el que viven inmersos los hijos del poder y la forma abusiva con la que tratan a los oprimidos. 


 En el momento en que la denuncia se convertía en el tema de debate nacional, Eguillor atendió a todos los medios de comunicación desde el aeropuerto internacional de Ezeiza, porque pretendía viajar a Madrid a ver el superclásico, dando por descartado que tuviera que responder a la Justicia. Tal es el mundo de privilegios en el que vive Eguillor y el sector social de poder al que finamente representa –hombres ricos, blancos y heterosexuales.


Tras un raid mediático, finalmente fue detenido por la policía, que le impidió salir del país. Sorprendido, Eguillor, que 24 horas antes daba unas absurdas lecciones de derecho en Instagram, se derrumbó ante las cámaras. “Llamen a mi vieja”, dijo, apelando a su condición de hijo de la fiscal. La frase se convirtió rápidamente en tendencia, cuando en las redes sociales se festejó, con la satisfacción de sentirlo como una forma de resarcimiento, que un “cheto” misógino y clasista, deba enfrentar, como cualquier “negro de Ituzaingó”, a la Justicia. Por otra parte, si lograba embarcar en el vuelo a Madrid después de tanta exposición, Erguillor probablemente le hubiera creado una módica crisis política al gobierno: Eguillor es un hijo del poder, que apela impunidad, cuando para los trabajadores se legaliza el gatillo fácil. 


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Eguillor es un extracto de una clase social parasitaria. No es otra cosa que un ejemplo de cómo funciona un régimen de opresión y desigualdad. Su actitud y su trato personal son consecuencia de su clase social, de ser hijo de una fiscal, criado en un mundo de privilegios donde quienes no pertenecen a él no viven y trabajan más que para su disfrute.


Casos como este son expresiones brutales de un funcionamiento social que depara para la burguesía placeres y privilegios y para los sectores populares y los y las trabajadoras y trabajadores opresiones, humillación, miseria, descomposición social y explotación.

 


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