Mujer

29/1/2023|1661

Lucio y la violencia contra las niñeces

Juicio por el asesinato de Lucio Dupuy

Lucio es el niño pampeano de 5 años asesinado por su progenitora y la novia de ésta, el 26 de noviembre de 2021. El 2 de febrero se conocerá la resolución del tribunal que días después planteará cuál será la pena concreta que le cabrán a las abusadoras y asesinas del niño, para quienes la fiscalía pidió pena de prisión perpetua al igual que la querella, que sumó un agravante de “odio de género”.

Ellas se identifican como lesbianas y feministas (así tomado genéricamente) y con la campaña de pañuelos verdes por el aborto legal. Esta “peculiaridad” es la que ha convertido al tema en una bandera de sectores que están en contra del movimiento de mujeres, que patologizan la homosexualidad y que reproducen una serie de lugares comunes absurdos como que “las feministas no quieren a los chicos” y otras referencias fantásticas que sin embargo tienen un enorme impacto político y social. El caso le dio una oportunidad al discurso de que “la violencia no tiene género”, sin importar nuevamente cuán contundentes sean las cifras al respecto del tema que refutan esa afirmación falsa.

La pelea contra la violencia hacia las niñeces justamente es patrimonio del movimiento de mujeres, pelea por la cual muchas veces esas mujeres son objeto de persecuciones judiciales y otro tipo de ataques, como ocurre con las madres protectoras y la lucha contra el SAP (falso síndrome de alienación parental, que le adjudica a las mujeres manipulación de sus hijxs para que denuncien a sus padres abusadores). Este movimiento no representa la violencia contra las infancias sino la lucha permanente contra ella. Y esa pelea es contra muchxs de quienes hoy usan el caso Lucio para operar una generalización que se contradice con la realidad. En gran medida esta campaña es una revancha contra esa lucha.

Este tipo de casos de violencia y asesinato de niñxs, suele darse dentro de entornos donde prima la heterosexualidad (la absoluta mayoría de los hogares). La ejecución de la violencia contra las niñeces es patrimonio tanto de varones como de mujeres, aunque los casos en que el ejecutor es varón son significativamente mayores y también las formas de la violencia ejecutada, son diferentes. La violación es mayoritariamente patrimonio masculino. Insistimos, mayoritariamente, no excluyentemente. El caso de Renzo ocurrido hace más de un mes, no es de interés de quienes encabezan la campaña reclamando mayor repercusión mediática por el caso Lucio, sencillamente porque el ejecutor directo de los golpes es su padrastro.

En el caso de Lucio se supo que varios testimonios recogidos tanto en las redes como en los chats privados que se investigaron para la causa, muestran un profundo desprecio por el género masculino. La fiscalía no adhirió a sumar esa figura en su acusación. El intento de abordajes reaccionarios de convertir este “odio de género” en una pretendida demostración de que no existe una especificidad de violencia de género contra las mujeres en la sociedad, no debe impedirnos ver sus manifestaciones en comentarios y hasta en formas particulares que asumió la violencia contra Lucio, con violación y quema de sus genitales incluidos. Sin embargo no alcanza esto para incorporar la figura en la causa judicial porque el agravante de género castiga una conducta generalizada en la sociedad, algo que solo es adjudicable a la violencia contra las mujeres y contra las diversidades sexuales y de género. En este caso un agravante así tampoco modifica la pena que solicita la querella.

Los sectores reaccionarios agitan que de conjunto es un movimiento que fomenta el odio contra los hombres, haciendo un uso deformado de la orientación de una marginalidad que efectivamente pudo convertir un fenómeno social de adjudicación de roles sociales por género y clase social desde el propio Estado, en una puja entre sexos o géneros y que así lo ha expresado. Desde el propio Estado, en la búsqueda de eludir sus propias responsabilidades, se fomenta este abordaje de la cuestión.

La “muerte al macho” es propagandizada por los detractores del “feminismo” (tomado esto como expresión general de la lucha de las mujeres contra formas específicas de opresión que estos sectores niegan que existan) como un choque, incluso físico, con el hombre, más que como un principio de poner fin a la “ideología machista” que fomenta el Estado y que es reproducida por hombres y mujeres. Esta vulgarización está presente ampliamente entre sectores reaccionarios que de esta manera buscan enemistar a sectores populares con la lucha de las mujeres.

En esta deformación arraigada popularmente, el estereotipo según el cual las lesbianas son violentas y malas influencias capaces de lavar cerebros y torcer el orden natural de los géneros, es el que ha llevado a la muerte a la Pepa Gaitán (y a tantas otras), a manos del padre de una pareja de ella que la asesinó de un escopetazo. Mientras se desarrollan estos prejuicios y de su mano el asesinato de quienes rompen el pretendido “orden natural”, amplios sectores políticos sostienen al Papa mientras afirma al mundo que la homosexualidad es pecado. Las campañas reaccionarias reciben fuertes espaldarazos de los sectores políticos progresistas que bancan a Bergoglio y su iglesia. Otra vez, ni una voz de las que detentan el poder del Estado y mucho menos una política, se alza para contradecir la barbarie de esas declaraciones. Son funcionarias dóciles que se doblegan frente al verdadero poder.

El negacionismo de que las mujeres sufran una opresión y violencia diferenciales en esta sociedad, forma parte de la campaña central por la que tomaron el caso Lucio los sectores derechistas. El odio de género en el caso Lucio es tomado como una pretendida reafirmación de que toda luchadora por los derechos de las mujeres participa de ese odio. Esta facción reaccionaria agita esta cuestión para concluir ataques contra “los pañuelos verdes” y no para aportar alguna reflexión sobre por qué y qué modelo social han emulado estas mujeres. Las que mataron a Lucio actuaron como mayoritariamente lo hacen los varones en nuestra sociedad. Reprodujeron lo peor de lo que se combate desde el movimiento de mujeres cotidianamente.

Abusan en las Iglesias

Luego de las familias, otra de las instituciones donde nuestras infancias están corriendo riesgo es en la Iglesia católica y sus seminarios, hogares y escuelas en los que el Estado terceriza sus funciones. Esta violencia contra las infancias es silenciada por progresistas y derechistas, ocultada para que eviten golpear a una institución que cumple un fuerte rol de contención social. Los ejecutores de esta violencia tienen aval y estatus social proveído por el propio Estado que deja en sus manos a millones de nuestros chicos a los que luego abandonará también si osan contar las vejaciones que sufrieron. Esta es la institución que representa la ideología oficial del Estado argentino y en esa ideología el Estado forma a la sociedad.

En gran medida el crecimiento de los discursos de odio contra la lucha de las mujeres se les debe a funcionarias y funcionarios que no le sueltan la mano a la Iglesia, que no imparten educación sexual científica y laica y respetuosa de las diversidades y que usan a la ley Micaela para encubrir su capitulación completa frente al avance de estos sectores en el Poder Judicial y en el Poder Ejecutivo. Detentaron el poder pero no lo usaron en nuestro favor. Este es el caldo de cultivo sobre el que proliferan los discursos y las acciones derechistas a los cuales hay que darles una batalla a fondo.

El Estado capitalista y sus violencias

Lucio ingresó en cinco oportunidades en tres meses al sistema de salud con secuelas de los daños que ellas le perpetraron que incluyeron violación y laceración de sus genitales, entre otras atrocidades. También concurrió a la escuela con su brazo enyesado y con otros rastros de la violencia que entre ellas trataban de ocultar. A pesar de esto no se registran denuncias de parte de los efectores de salud que atendieron al niño ni por parte de otros familiares. Se suponía que las funcionarias y los funcionarios del Estado debían dar soluciones a esto, creando herramientas para poder avanzar, pero esto nunca ocurrió y las y los trabajadores deben arreglárselas muchas veces sin recursos. El Poder Judicial tampoco destina presupuesto para poder realizar las evaluaciones que un “buen” juez necesita para tomar decisiones sobre estas cuestiones.

El Poder Judicial le dio la tenencia a la progenitora en un cuadro de dificultades que la habían llevado antes a perderla a manos de los tíos paternos. “Perspectiva de género no es darle la razón siempre a la mujer”, dice Marina Abiusso, teniendo que afirmar lo obvio. La periodista es responsable de los contenidos de género del Grupo Clarín y fue brutalmente hostigada en redes por la campaña reaccionaria que busca culpar al feminismo por la violencia hacia Lucio. Pero no olvidemos también que, que haya que explicarle lo obvio al Poder Judicial, debe ser adjudicado políticamente a los sectores que gobiernan y han gobernado y que han colocado a sus personeros de la ideología oficial dentro de ese poder, responsabilidad de la que no se libran ni peronistas ni macristas. Particularmente sembrando en los juzgados de familia a personeros del clero, que son los custodios de esa ideología. Mientras impartían la Ley Micaela nombraban en los juzgados a quienes garantizan este orden reaccionario. Necesitamos disipar el humo para distinguir mejor el horizonte.

El cuadro que muestra la grave situación de violencia que viven las infancias, desde la pobreza y la indigencia reinantes, que habilita muchas otras violencias, hasta la educación con el garrote y los elevadísimos casos de violación y abusos (Unicef y la OMS afirman que una de cada cinco niñas son abusadas en la infancias y uno de cada trece niños también), son el fruto de una educación en el sometimiento que justamente educa en el abuso de los sectores más débiles. Son el Estado capitalista y su educación y forma de socialización, los que deberían estar en el centro del debate cuando hablamos de violencia contra las niñeces. De paso mencionamos que las mujeres y lxs niñxs representan más del 70% del universo de personas indigentes en nuestro país. Cierto negacionismo se topa con la evidencia de cifras muy contundentes.

El Estado, junto a las iglesias, fomenta una defensa de la institución familiar incluso a pesar que dentro de ella se esté desarrollando la tortura contra algunos de sus miembros. Muchos de los sectores que hoy dicen tener sensibilidad con el caso Lucio suelen ser los que silencian estas denuncias y los que acompañan la política de revinculación de hombres abusadores con sus víctimas, sus hijos, como ya denunciamos. Son los mismos participantes de las campañas “Con mis hijos no”, que consiste en obturar la posibilidad de que reciban educación apropiada a cada etapa del crecimiento, para que las niñeces puedan, entre otras cosas, denunciar si sufren estas violencias en sus hogares. Quienes gobiernan, particularmente quienes dijeron que lo harían con el pañuelo verde, dejaron que esta campaña avanzara negándose, por ejemplo, a extender la ESI en el sistema educativo. Nuestro movimiento debe tomar nota de esto y volver a las calles porque la reacción se abre paso gracias a los gobiernos que capitulan frente a ellxs.

El caso Lucio no echa por tierra ni la afirmación de que el Estado educa en el empoderamiento masculino para la ejecución de una violencia cotidiana que cumple un importante rol de disciplinamiento social, ni viene a rebatir lo que las cifras demuestran, que la violencia interpersonal que tiene a hombres y mujeres como protagonistas, es mayoritariamente (no excluyentemente) impartida por varones educados de tal manera. El caso incorpora nuevas reflexiones sobre las formas de la violencia que de ninguna manera contradicen esta lucha y los debates abiertos, sino que brinda elementos para poder atacar esa violencia en toda su extensión.

La violencia contra niñxs moldea a una sociedad, la condiciona y la desarma en gran medida para poder afrontar muchos otros ataques. Hay que terminar con esa violencia combatiendo al régimen que se sirve de ella, que fomenta que crezcamos anestesiados por el efecto de una violencia desarrollada dentro de ámbitos que nos presentaron como lugares amorosos y seguros. Y esta lucha es necesariamente una lucha contra el Estado que forma y educa bajo estos principios.