Mujer

25/8/2020

¿Por qué se castiga la maternidad dentro del sistema científico?

Agrupación Naranja de Ciencia y Técnica

Hace algunas semanas -tras la conformación de una Asamblea Nacional de Becarixs, la organización del masivo festival virtual “Ni Un Científicx En La Calle” y sucesivas movilizaciones- se logró la continuidad laboral durante la pandemia en el Conicet, la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de La Plata. Sin embargo, la noticia venía con sabor amargo: se excluyó a las becarias-madres porque ya contaban con una prórroga de 3 meses por maternidad. Así, las patronales cambiaron las reglas de juego para perjudicar directamente a quienes siendo becarias han decidido ser también madres.

¿Cómo funciona?

El sistema científico se basa en la lógica de alta competitividad y productividad medida en un tiempo determinado de trabajo. Así, cuando una becaria (trabajadora no registrada) se embaraza y se ausenta de su lugar de trabajo por 3 meses, esto deriva en una prórroga de 3 meses al finalizar el período de beca para poder contar con el mismo tiempo de trabajo y ser evaluada a la par que otrxs becarixs. Vale resaltar que dicha evaluación determina la continuidad laboral o bien la expulsión del sistema científico sin indemnización alguna. Al excluir a las madres de la prórroga extraordinaria por la pandemia, se vuelve a generar esa brecha en los tiempos de trabajo y se amplía aún más la brecha en la productividad entre unas y otrxs, ya que obviamente a dos meses de parir es imposible que una madre se reincorpore plenamente al trabajo, sobre todo teniendo en cuenta las condiciones precarias de ese trabajo. Salarios por debajo de la línea de pobreza que impiden tercerizar tareas domésticas y de cuidado, oficinas compartidas donde no cabe un alfiler y mucho menos un cochecito o cambiador, laboratorios donde no están dadas las condiciones de seguridad para trabajar con compuestos tóxicos, ausencia de jardines de infantes, espacios de cuidado, lactarios, entre otros, terminan siendo factores excluyentes de dichos espacios, que sumados a la carga emocional por “no estar rindiendo” lo suficiente en el trabajo y el cansancio físico y emocional que caracteriza a esta etapa del ciclo vital hacen de la carrera científica un objetivo sumamente exigente para las madres. No en vano hemos escuchado frases como “no era el momento para que te embaraces”, “no te pidas la licencia porque está mal visto”, “las mujeres tienen que elegir” y otros tantos hostigamientos por nuestras decisiones de vida privadas.

Un poco de historia

Esta decisión absolutamente discriminatoria respecto de las prórrogas durante la pandemia se ubica en un largo camino de penalizaciones hacia las mujeres-madres dentro del sistema científico. Históricamente, las licencias por maternidad fueron una conquista de Jóvenes Científicxs Precarizadxs (JCP), organización gremial que surge en 2006 para luchar por todos los derechos laborales para becarixs. También el respeto por el mismo tiempo de trabajo para todxs lxs becarixs; es decir, que las prórrogas por maternidad no se subsumieran a otros tipos de prórrogas. Hasta hace muy poco, se despedía a becarias embarazadas con fecha probable de parto posterior a la fecha de finalización de la beca, vulnerando flagrantemente el derecho de la madre a la estabilidad laboral durante la gestación y poniendo en riesgo la manutención de la madre y su hijx y su atención médica. Mediante sucesivas campañas por las verdaderas licencias por maternidad en Conicet, el Directorio resolvió a mediados de 2019 dar continuidad laboral a las becarias con más de 6 meses de embarazo al momento de finalización de su beca (¿asumiendo que las demás estarían planificando su embarazo para sacar provecho del sistema científico?). Recién en abril de 2020, en un contexto de aislamiento y riesgo sanitario alto para esta población de riesgo, el Directorio de Conicet modificó ese sinsentido dando continuidad laboral a todas las becarias embarazadas sin importar el estadio de su gestación. Esto aún no está garantizado en otros organismos y universidades.

Yendo más atrás en el tiempo, nos encontramos con la trampa de la “excepción por edad” para las madres. Esta se montaba sobre la discriminación etaria para aceptar postulaciones de mujeres “pasadas de edad” a la convocatoria a Carrera del Investigador del Conicet (el trabajo estable tan anhelado luego de alrededor de 7 años de trabajo precario como becarixs). El límite de edad se incrementaba un año por hijx, hasta 3 hijxs (¿aquellas que tuvieran más de 3 hijxs deberían repensar sus prioridades en la vida?). En la práctica, se aceptaba la postulación de dichas mujeres pero lamentablemente en el proceso de evaluación pocas veces se aplicaba. Ellas eran evaluadas para una categoría más alta de la que correspondía y al perder el concurso -por lo que claramente era un error en el proceso de evaluación- el Conicet se amparaba en el proceso administrativo de pedidos de reconsideración (una vía muerta). Este mecanismo fue disuelto indirectamente cuando se prohibió la discriminación etaria en el sistema científico en 2017 (ley 27.385 sancionada por el Congreso de la Nación, a la que se atiene con gran resistencia el Conicet mientras que sigue sin aplicarse en otros organismos científicos).

Hoy en día, las deudas en políticas de género en el sistema científico son todavía muy grandes. Para empezar, las licencias por paternidad brillan por su ausencia (¿asumiendo que todo científico que decida ser padre podrá descargar dicho trabajo sobre una mujer?). Lxs becarixs, al no ser reconocidxs como trabajadorxs, no cuentan con obra social sino con un plan médico privado al que no pueden afiliar a sus hijxs. Desde ya que no cuentan con subsidios para el pago de jardines de infantes ni otras prepagas, vulnerando los derechos de lxs niñxs a la educación inicial y a la salud. Tampoco cuentan con licencias por enfermedad (propia ni de familiares), lo cual, en casos de enfermedades o accidentes graves, trasplantes y otros tratamientos prolongados, implica meses y/o años de “retraso” en el plan de investigación de quienes asuman ese acompañamiento y cuidado (mayoritariamente mujeres). En casos de violencia laboral y de género, lxs becarixs no cuentan con un mecanismo de protección de su fuente de trabajo: muchas veces sus avances de investigación son apropiados por elx directorx, teniendo la víctima que cambiar de lugar de trabajo y empezar de cero; otras tantas, ante tal desprotección y desesperación, las víctimas renuncian a su beca y quedan desempleadas. Por último, existen infinidad de procesos discriminatorios a nivel interpersonal e institucional que afectan el desempeño de las mujeres y madres. Si algo pusieron en evidencia el aislamiento y el teletrabajo son las múltiples tareas domésticas y de cuidado que asumimos las mujeres y el enorme esfuerzo que debemos pagar con nuestra salud psicofísica para estar a la par de nuestrxs colegxs (un ideal muchas veces imposible). Sin embargo, este año el sistema científico ha abierto y cerrado sus concursos con normalidad y sigue sin otorgar las dispensas de trabajo decretadas en marzo junto con el aislamiento social.

Un ámbito profundamente elitista y patriarcal

¿Por qué semejante ensañamiento? Porque la academia continúa siendo un ámbito profundamente elitista y patriarcal, que pretende producir conocimiento de punta mediante una estructura feudal. La precariedad laboral y los salarios de pobreza se basan en la idea estereotipada de que lxs investigadorxs en formación son “estudiantes”, que reciben una “beca” para cursar un doctorado y no para trabajar en laboratorios e institutos de investigación. Son “jóvenes” de clase media y alta, que no viven de su trabajo ni tienen familiares a cargo. Viven con sus progenitores o bien de ellxs y reciben una “ayuda” del Estado sin ninguna obligación laboral por parte de la patronal. Sin embargo, las becas exigen dedicación exclusiva: sólo son compatibles con un cargo docente simple (alrededor de $10.000) y si este monto se supera lxs becarixs deben devolver sus ingresos o bien renunciar a su trabajo de investigación.

La pobreza de ingresos es obligatoria y, por tanto, excluyente. Para las mujeres, esta precariedad laboral y dependencia económica de otrxs significa una opresión particular. Frente a sus parejas proveedoras deben resignar su dedicación laboral dando prioridad a la fuente de ingresos familiares más valiosa y estable y, en situaciones extremas, pueden quedar subsumidas a relaciones familiares violentas por no contar con los recursos para separarse. En caso de ser únicas proveedoras, las investigadoras madres se encuentran en una situación de absoluta vulnerabilidad económica.

En este marco -y a pesar de los resultados de investigación de miles de científicxs que se han dedicado a estudiar los géneros, transformaciones sociales y estructuras de desigualdad-, el sistema científico sigue concibiendo la maternidad de manera conservadora y biologicista, como propia de mujeres que deben asumir sus responsabilidades familiares completamente y sin recursos, disminuir su carga laboral y lograr a duras penas una carrera más lenta, estancada en los escalafones más bajos de investigación, o bien retirarse tras su fracaso. Se reproduce así una estructura profundamente desigual de distribución de recursos, que obviamente tiene consecuencias sobre el conocimiento que se produce y el reconocimiento de quienes lo producen.

Siguiendo el modelo de Marie Curie (científica reconocida por su trabajo de colaboración con su esposo y tomando el apellido de él), el sistema científico argentino sigue reservando a las mujeres un lugar subordinado dentro de la investigación. La penalización de la maternidad se inscribe en esa forma inequitativa de hacer ciencia.