Opinión

28/8/2008|1052

El “aroma” de El Aromo

A través de la revista El Aromo, Eduardo Sartelli dirigió un furibundo ataque contra la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina. Sartelli reprocha a la SEA que, en la Feria del Libro, no privilegió en sus mesas “a quienes expresan mayor distancia con el mundo editorial”. La acusación sólo puede causar asombro a cualquiera que se haya tomado el trabajo de tomar nota de esas mesas, de su contenido y su composición. Sartelli llega a afirmar que la SEA “armó una mesa para que opinen sus patrones”, ello, en referencia al panel titulado “Los suplementos culturales en los tiempos de la soja”.

Pero esa mesa estuvo integrada, no por “patrones”, sino por trabajadores de prensa de esos suplementos, que aportaron una visión crítica y de ninguna manera la opinión de los “grandes multimedios”. Sartelli dice que la mesa “fue entregada a Clarín”, lo que, en su “método”, significaría la presencia de algún periodista de ese diario. Ignora – u oculta-  que ningún periodista de la Revista Ñ se hizo presente en esa mesa.

Sartelli admite a continuación que “otras dos mesas (de la SEA) fueron destinadas a la discusión política general, dejando esta vez sí algún lugar a la izquierda”. Otra frase rica en ocultamientos y ninguneos. Las dos mesas a las que se refiere fueron una tribuna de cuestiones políticas cruciales para la clase obrera y para la izquierda. Como la titulada “Mujer: cuerpo y denuncia” y, luego, la única mesa en toda la feria que puso a debate la crisis mundial del capitalismo, con la participación de Jorge Altamira y Jorge Castro. ¿Reprochará Sartelli, en este caso, la participación de Castro? No sería pertinente, cuando él viene de invitar a sus mesas sobre la crisis agraria a Javier González Fraga.

Sartelli también ignora las dos mesas restantes organizadas por la SEA: en “Inseguridad, ficción y realidad”, se puso en discusión la trama política y social de la inseguridad, como expresión de la descomposición del Estado capitalista. Ninguno de los panelistas era de derecha. En la otra, se debatió “Cultura pública vs. cultura privada”, organizada en el curso mismo de la lucha contra los despidos en los talleres culturales de la Ciudad, y con dos de sus delegados presentes en ella. Es probable que la omisión de Sartelli se deba a que el grupo de cultura piquetera El Aromo no participó de esta lucha, ni del acampe de los docentes despedidos de los talleres. Tal vez por eso ignoró su existencia, del mismo modo que lo hicieron “los grandes medios”.

Después de tantos papelones juntos, ¿qué queda en pie? Pues la queja que Sartelli pide que no le hagamos: “Alguno contestará – se anticipa-  que el problema es que Eduardo se enojó porque lo dejaron afuera, a él que cree tener derecho a todo”. Sí, Sartelli: no queda ninguna otra explicación en pie. El pataleo, evidentemente, es por eso. No hubo ninguna queja contra la “política cultural” de la SEA cuando tuvo una mesa en la Feria del Libro 2007 para presentar su libro La cajita infeliz. Tampoco cuando presentó en el Auditorio Francisco Madariaga la “Historia de la Revolución Rusa”, de Trotsky, editada por Razón y Revolución. En fin, cuando en esta edición de la Feria no obtuvo una mesa para presentar una publicación, se despachó con este ataque injurioso contra la dirección de la SEA.

Según Sartelli, la SEA considera que “sobre literatura y cultura la izquierda no tiene opinión”. Ni siquiera se ha percatado del enorme significado cultural de las mesas organizadas, que introdujeron en la Feria las cuestiones más acuciantes de la lucha de clases actual. Incluso en el tema “específicamente” cultural, hablaron los protagonistas de las luchas actuales contra su destrucción. En la última edición de El Aromo, ha vuelto a la carga con una ataque “literario” a la presidenta de la SEA, pero que se enmarca, deliberadamente, en las acusaciones anteriores. Al despropósito anterior, parece agregarle ahora la adscripción a un tardío “realismo socialista”.

Parece que para lo que él llama “la opinión cultural de la izquierda”, Sartelli reclama una suerte de franchising exclusivo. Al hacerlo, cultiva las dos peores taras de las capillas intelectuales: por un lado, el narcisismo; por el otro, el faccionalismo.

Mientras insista en ellas, el aroma El Aromo, sin duda, va a empeorar.